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Herbart se inscribe en la corriente de la filosofía post-kantiana. Su trabajo se plantea como una relectura de la Crítica de la Razón Pura incompatible con el idealismo absoluto de Fichte y Schelling. Como ellos, Herbart rechaza la dicotomía kantiana entre el fenómeno y la cosa en sí, pero su lectura, desde una perspectiva realista y empirista, no apunta a reducir toda la realidad a nuestro pensamiento, sino a poner el foco en la experiencia (Maigné, 2002). Su apuesta por la experiencia implica liberarla de una determinación por parte de las formas a priori de la razón pura, negando así la existencia del sujeto transcendental kantiano.

La noción de sujeto de Herbart, despojada de ese carácter abstracto y formal, abrirá precisamente la puerta al desarrollo de una psicología empírica, concreta, como ciencia de las representaciones, que además apuesta por su estatuto científico a través de la medición y la matematización. Ahora bien, Herbart se opone tanto al empirismo ingenuo que hace derivar todo el conocimiento de la sensación, como al idealismo que deduce el ser y la existencia a partir de nuestras representaciones. Lo que él reclama es un realismo crítico.

Herbart concibe la psicología como una ciencia de los mecanismos que rigen las representaciones, entendidas en un sentido empirista, como resultado de las impresiones sensoriales. El sujeto, que deja de tener una condición transcendental determinante, aparece como un punto de encuentro de representaciones. Sin embargo, a diferencia de la tradición empirista asociacionista, y siguiendo a Leibniz, Herbart consideró que estas representaciones (como las mónadas) tenían una fuerza o energía propia, por lo que no era necesario recurrir a leyes de la asociación para unirlas. Las representaciones, que pueden variar en intensidad o fuerza, tienen la capacidad de atraer o repeler otras representaciones, de modo que su organización es en sí misma el resultado de un proceso dinámico. En este campo dinámico de representaciones en tensión jugará un papel fundamental el concepto de «umbral de conciencia», esbozado ya por Leibniz, según el cual no todas nuestras representaciones están presentes simultáneamente en la conciencia, esto es, las ideas pueden tener una expresión inconsciente. También de Leibniz tomó el concepto de «apercepción» para referirse a la unión de ideas compatibles en una totalidad significativa unitaria o «masa aperceptiva».

Al hablar de un campo dinámico de representaciones, Herbart cree posible introducir la cuantificación de los fenómenos mentales. La matematización de las relaciones entre representaciones debía permitir estudiar de forma precisa fenómenos como la apercepción, la fusión, la represión (fuerza utilizada para retener en el inconsciente las ideas incompatibles con la masa aperceptiva) o el umbral de conciencia, para describir el límite entre mente consciente e inconsciente, que tendría una influencia importante para la psicología posterior. Ahora bien, Herbart también reconoce que el campo de lo psicológico es demasiado diverso y sutil como para reducirlo al cálculo matemático (Maigné, 2002). Además, otorga una importancia fundamental al lenguaje y su papel en la constitución de los conceptos. En el lenguaje hará recaer la propia emergencia del sentimiento de interioridad y la posibilidad de juicio y de conocimiento. Para Herbart, además, no podemos dejar de lado nuestro carácter social: el hombre no es nada fuera de la sociedad.

Así, su análisis psicológico no se limitaba al individuo, sino que abarcaba a la sociedad en su conjunto. Por ahí, como señala TrautmannWaller (2006, p. 67), al estimar «que el hombre es un “producto de eso que llamamos historia del mundo” y que “no debemos arrancarlo de la historia”, Herbart abrió en cierto modo el camino a la conjunción de su psicología con elementos hegelianos». Esa sería la vía que explorarían más adelante Lazarus y Steinthal en su proyecto para una psicología de los pueblos, al que trasferirán además conceptos propios de la psicología individual herbartiana, como la noción de aculturación, de umbral de conciencia o de yo construido, a las representaciones colectivas. Se interesarán así por cuestiones como la forma en que, en la interacción entre diferentes culturas (en el dominio lingüístico, mitológico o artístico), las masas de representaciones se integran en series ya existentes; por cómo las leyendas, en nuestra memoria colectiva, traspasan el umbral de conciencia; o por cómo el yo, en tanto que personalidad subjetiva, se ha construido históricamente desde los griegos (Trautmann-Waller, 2006).

Pero esa no será la única vía de desarrollo del trabajo de Herbart, ni la más conocida. Antes bien, la inquietud cientificista de la psicología ha llevado tradicionalmente a la historiografía psicológica a privilegiar su apuesta por la cuantificación de los fenómenos mentales, que encontrará un desarrollo crucial en la psicofísica de Fechner.

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