A la luz de lo que acabamos de ver, se comprenderá que la idea de que la psicología cognitiva supuso una revolución científica es, cuando menos, matizable -y ello al margen del juicio que nos merezcla la perspectiva historiográfica kuhniana en sí misma-. La continuidad entre el conductismo y el cognitivismo fue evidente. Pero, aparte de eso, la unidad de la psicología cognitiva no fue tan grande como para hacer girar en torno a ella la idea de una revolución. Además de los cuatro desarrollos que acabamos de explicar en el apartado anterior, en historias generales de la psicología y ensayos e historias específicas sobre el cognitivismo (Gardner, 1985; Leahey, 2004; Mayer, 1981; Rivière, 1987) ha sido habitual considerar raíces de la psicología cognitiva -e incluso componentes de ésta- tendencias dispares, la mayoría de las cuales tuvieron nada o poco que ver con esos cuatro desarrollos. Entre ellas se encuentran el constructivismo de Piaget y Vygotski (a quienes trataremos en el siguiente tema), la teoría de la disonancia cognitiva del psicólogo social Leon Festinger (1919-1989), la teoría New look de la percepción y las investigaciones sobre el pensamiento ligadas al grupo de Jerome S. Bruner (1915-) en los años cuarenta y cincuenta, e incluso la antropología entera tomada como disciplina que, al parecer, estudia las características universales y particulares de la mente humana.
Así pues, muchos psicólogos cognitivos e historiadores han metido en el mismo saco perspectivas teóricas diferentes, cuyo denominador común es simplemente que no eran conductistas. Desde luego, todas hablaban de la mente, pero entendían por mente cosas muy distintas. De hecho, la psicología cognitiva y el conductismo se parecen mucho más entre sí que la psicología cognitiva y los enfoques de Piaget o Vygotski. Meter este tipo de enfoques en el mismo saco que los del cognitivismo sólo valía para justificar la actitud revolucionaria con la que muchos psicólogos cognitivos se autoafirmaban. Parecía que un enemigo común -el conductismo- unía contra él fuerzas aglutinadas en torno a una categoría -la mente- que además se consideraba casi como algo natural: todo el mundo sabe que las personas tenemos mente y la psicología cognitiva viene al fin a estudiarla de un modo científico.
Nosotros, en cambio, suponemos que la única tendencia mínimamente unitaria a la que cabe denominar con cierto rigor psicología cognitiva es la que se aglutinó en torno al procesamiento de la información. Lo que se dio en los años setenta y ochenta, con el cognitivismo ya triunfante, fue un proceso de colonización conceptual habitual en la historia de la psicología, y que volveremos a señalar: la psicología cognitiva tradujo a sus propios términos planteamientos psicológicos que le eran ajenos pero que le servían para autolegitimarse por su prestigio académico o porque permitían narrar un mito de los orígenes similar el que se narra en las historias nacionales o en cualquier reconstrucción de una identidad cuyo nacimiento más o menos remoto sirve para justificar su existencia. Dicho en palabras vulgares, el cognitivismo arrimó el ascua a su sardina y cognitivizó a autores que, como Piaget o Vygotski, apenas tenían nada de cognitivos y, desde luego, se alejaban bastante de lo que sería un tipo ideal de psicólogo cognitivo.
Veamos, pues, cómo podríamos definir un “tipo ideal” de cognitivismo que justifique hablar de la psicología cognitiva como una constelación de intereses agrupados en torno a una sensibilidad teórica común, aunque sea difusa. Un tipo ideal (Weber, 1922) es un prototipo conceptual que no se da en la realidad pero que recoge características importantes de un conjunto de fenómenos y, de ese modo, los unifica bajo un mismo paraguas teórico a fin de hacerlos inteligibles. Tengamos en cuenta, pues, que a duras penas encontraremos casos puros de psicología cognitiva tal y como la vamos a definir en el siguiente epígrafe. Incluso las tendencias o autores que más se acercan al tipo ideal -por ejemplo, el filósofo de la mente Jerry A. Fodor (1935-)- pueden presentar rasgos que no encajan en él.