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La psicología de la Gestalt representa una reacción radical contra el modo establecido de entender la psicología a comienzos del siglo XX. Aunque la crítica gestaltista iba dirigida inicialmente contra la tradición experimentalista de la psicología alemana, fue progresivamente desplazándose hacia las posiciones características del conductismo americano, aquejadas a su entender de los mismos problemas esenciales.

La escuela de la Gestalt estuvo encabezada por tres psicólogos alemanes que llegarían a gozar de un gran prestigio en todo el mundo, Max Wertheimer (1880-1943), Kurt Koffka (1886-1941) y Wolfgang Köhler (1887-1967), se desarrolló principalmente en las universidades de Fráncfort y Berlín, y alcanzó su máximo esplendor durante la década de 1920 y los primeros años de la de 1930.

De acuerdo con la caracterización de Wertheimer, líder e inspirador intelectual de la nueva escuela, la psicología dominante del momento se basaba en lo que, en su opinión, eran dos supuestos teóricos inaceptables que denominó respectivamente “hipótesis del mosaico” e “hipótesis de la asociación” (Wertheimer, 1922, p.12). La “hipótesis del mosaico” consistía en suponer que los fenómenos mentales complejos consisten en una suma de contenidos o componentes elementales, básicamente de carácter sensorial. La “hipótesis de la asociación”, por su parte, suponía que la unión de esos contenidos era de carácter extrínseco; es decir, que no tenía nada que ver con su naturaleza específica, sino que se debía a factores como la frecuencia o la contigüidad de su presentación ante la conciencia, externos por tanto a los contenidos mismos que quedaban así relacionados.

Ahora bien, argumentaba Wertheimer, este tipo de conexiones consistente en la mera suma o yuxtaposición de contenidos mentales era sumamente infrecuente, y sólo se daba en ciertas condiciones muy concretas (como en situaciones de fatiga extrema o específica y artificialmente diseñadas en el laboratorio precisamente para propiciar en el sujeto la recepción “troceada” del material al que se le expone). No era por tanto correcto ni adecuado tratar como típico de los acontecimientos mentales un caso en realidad tan raro y especial. Hacerlo así había conducido a un tipo de psicología que, en aras de la precisión científica supuestamente facilitada por este procedimiento, había ido perdiendo de vista la experiencia vivida y cotidiana, la experiencia del sentido común, a la que era ahora necesario regresar.

Los gestaltistas exigían por tanto que psicología recuperase la experiencia directa, inmediata; la experiencia ingenua del hombre de la calle (no la del introspeccionista entrenado en los laboratorios psicológicos), anterior a cualquier preconcepción teórica que pudiese condicionar su vivencia o sesgar su interpretación.

Wolfgang Köhler, otro de los grandes representantes de la psicología gestáltica, lo expresaba así:

“Para la psicología parece haber un punto de partida único, exactamente como para las demás ciencias: el mundo, y éste, con el aspecto de nos presenta cuando lo contemplamos de manera ingenua y sin aplicar el sentido crítico” -(Köhler, 1929/1967, p. 17).

Los gestaltistas se inscribían de este modo en la órbita de Brentano y de la fenomenología, el movimiento filosófico y psicológico liderado por Edmund Husserl (1959-1938) que, bajo el lema de “volver a las cosas mismas”, abogaba por un retorno a esa experiencia preteórica que también los representantes de la nueva escuela estaban propugnando (Spiegelberg, 1972 y 1982).

Porque, en efecto, lo que la experiencia ingenua, preteórica, ofrece no son manojos de sensaciones o matices sensoriales (como parecían pretender los psicólogos experimentales en la estela del Wundt del laboratorio) sino “cosas”, “objetos” dotados de unidad y de sentido. Cuál sea su realidad más allá de la experiencia que tenemos de ellos es una cuestión que no compete al psicólogo dilucidar; lo que sí le interesa al psicólogo es hacerse cargo de esa experiencia tal como ella se da, sin desvirtuarla por supuestas razones teóricas o sistemáticas. Ella habrá de ser, pues, su punto de partida y su punto de llegada, la meta de su explicación.

En tanto que punto de partida, la experiencia debía abordarse por lo pronto de una manera descriptiva, atendiendo y registrando escrupulosamente a sus peculiaridades cualitativas. Köhler reprochaba a la psicología de su tiempo, y en particular al estructuralismo y al conductismo, su afán por cuantificarlo todo, un exceso censurable que él atribuía al intento de emular a la ciencia física en un estado avanzado de su desarrollo. Antes de llegar a él, sin embargo, y de hacerse con sus refinados procedimientos cuantitativos, todas las ciencias (la física incluida) tuvieron que pasar por otros menos evolucionados en los que era imprescindible atender a la experiencia cotidiana y a las exigencias propias de sus objetos respectivos. Köhler advertía así sobre los riesgos de una cuantificación prematura, que podría llevar a centrar la atención preferentemente en lo susceptible de medida, pasando en cambio por alto otros procesos y fenómenos que aún no lo eran, por más que pudieran ser de la mayor importancia (Köhler, 1929/1967). Los gestaltistas, de hecho, en su empeño por adaptar sus métodos a los problemas estudiados, hicieron un amplio uso de los procedimientos que ponía a su disposición la metodología científica, desde la observación naturalista, con una intervención mínima en las actividades de los sujetos observados, hasta la rigurosa experimentación de laboratorio, con la manipulación cuidadosa de las variables de control.

En tanto que meta de la explicación, por otra parte, la experiencia debía dejar de concebirse en términos de resultado o construcción a partir de átomos o elementos psíquicos (explicación desde abajo) para hacerlo en cambio en términos de formas, estructuras o totalidades (explicación desde arriba), que es a lo que alude el término “Gestalt” que da nombre a la escuela. “Gestalt”, en efecto, es una palabra alemana que se ha solido traducir por “forma”, “configuración” o “estructura”, pero que ha terminado por imponerse en su forma original como parte del vocabulario psicológico corriente en español. La noción de Gestalt hacía referencia a un todo articulado, un sistema cuyas partes se relacionan dinámicamente entre sí y con el todo al que pertenecen; una totalidad integrada en la que cada parte tiene el lugar y la función que le vienen exigidas por la naturaleza misma del todo (Wertheimer, 1991). La tesis subyacente al empleo de este término era sintetizada por Wertheimer con estas palabras:

“Lo dado está en sí mismo ‘estructurado’ (‘gestaltet’) en diversos grados, consiste en todos y procesos totales estructurados más o menos definidamente, con sus leyes y propiedades totales, tendencias totales características y determinaciones totales de partes. Los ‘trozos’ aparecen casi siempre como ‘partes’ en procesos totales” -(Wertheimer, 1922, p. 14. Cursivas en el original).

Dicho de otro modo. La experiencia no se presenta despiezada en trozos o componentes elementales y sin sentido, sino integrada en totalidades, estructurada significativamente (esto es, compuesta de partes interdependientes). Estas totalidades poseen características y leyes que les son propias, y que no se dan sin embargo en los elementos que las componen. Por eso es inútil intentar explicar la experiencia a partir de sus elementos, ya que las totalidades estructuradas o Gestalten poseen propiedades, como tales totalidades, de las que carecen sus elementos. Los todos resultan ser así distintos de la suma de sus partes, por decirlo brevemente y con frase hecha.

El procedimiento explicativo tendrá que ser por tanto más bien el inverso. Son las partes las que tendrán que ser explicadas a partir de los todos en los que se integran, ya que su comportamiento viene determinado por la naturaleza de esos todos a los que pertenecen. En la “fórmula” de Wertheimer:

“La ‘fórmula’ fundamental de la teoría de la Gestalt puede expresarse así: Hay todos cuya conducta no está determinada por la de sus elementos individuales, sino donde los procesos parciales mismos están determinados por la naturaleza intrínseca del todo. La esperanza de la teoría de la Gestalt es determinar la naturaleza de tales todos” -(Wertheimer, 1925, p. 2).

Con anterioridad a la insistencia de Wertheimer y los gestaltistas en las totalidades y al reconocimiento de la independencia de esas totalidades respecto de sus componentes individuales, el físico y filósofo Ernst Mach (1938-1916) ya había llamado la atención sobre la existencia de unas “sensaciones de forma” espaciales y temporales (como las referidas a las figuras geométricas y a las tonadas musicales) que consideraba asimismo independientes de sus elementos. Un círculo, por ejemplo, conservaría su forma espacial, su circularidad, por más que cambiasen su color, su tamaño u otro cualquiera de sus elementos. En esta misma línea, Christian von Ehrenfels (1859-1932), discípulo de Brentano y maestro de Wertheimer en Praga, habló también de unas “cualidades gestálticas” o formales de la experiencia (Gestaltqualitäten) que le parecían irreductibles a las sensaciones elementales de que se componen. La melodía es su ejemplo más característico: una melodía resulta perfectamente identificable aun cuando se transporte a una tonalidad diferente y no conserve, por tanto, ninguno de sus sonidos originarios. Ahora bien, tanto las “sensaciones de forma” de Mach, como las “cualidades gestálticas” de von Ehrenfels eran interpretadas por sus proponentes también en términos elementalistas. Lo que Mach y von Ehrenfels hacían, pues, no era sino añadir un elemento nuevo a los ya conocidos y estudiados por la psicología al uso, sin cuestionar la validez del enfoque.

Lo que los psicólogos de la Gestalt pretendían, por el contrario, era acabar de raíz con el elementalismo en psicología.

Por lo demás, las totalidades, formas o estructuras (Gestalten) que según los gestaltistas constituyen la experiencia psicológica o vida mental de la que los psicólogos han de ocuparse, no se dan en el vacío, sino que se hallan en estricta correspondencia con otras estructuras fisiológicas del organismo que subyacen a ellas. A esta correspondencia estructural entre la experiencia mental y los procesos cerebrales subyacentes los gestaltistas le dieron el nombre de “isomorfismo”, una hipótesis teórica con la que pretendieron dar respuesta al viejo problema filosófico y psicológico de la relación mente-cuerpo, el conocido como “problema psicofísico”.

Así, pues, los psicólogos de la Gestalt se oponían a una psicología molecular o elementalista que entendían asentada en un modelo de ciencia caduco inspirado en la física newtoniana y la geometría cartesiana. Defendían en cambio otra de carácter molar o global, centrada en las totalidades que configuran la experiencia, cuya inspiración procedía más bien de la física más moderna, la física de campo. Los campos físicos se concebían, en efecto, como sistemas gestálticos de fuerzas en constante interacción, sistemas dinámicos cuyo funcionamiento no dependía de sus elementos materiales concretos, sino que poseían cualidades propias que no se derivaban de ellos. La noción de campo físico les permitía así concebir tanto la actividad consciente (en tanto que campo psicológico) como la actividad cerebral (en tanto que campo neurológico) y su relación (que sería isomórfica o estructuralmente idéntica en ambos tipos de procesos dinámicos de campo).

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