El término «constructivismo», al igual que el de «construccionismo», del que a veces se considera sinónimo, es muy confuso. Incluye perspectivas interiores y exteriores a la psicología como disciplina: hay constructivismos o construccionismos en lingüística, arte, historia, sociología, lógica, filosofía, etc. Además, incluye puntos de vista teóricos relativamente dispares, algunos de los cuales incluso tienen menos en común entre sí que con otras sensibilidades no constructivistas. Sin embargo, no hemos encontrado una manera mejor de etiquetar enfoques que en modo alguno se pueden considerar estrictamente conductistas ni cognitivistas. Al igual que con estos dos últimos puntos de vista, que dominan una buena parte de la escena psicológica contemporánea, hemos optado por poner por delante el carácter plural del constructivismo (por eso hablamos de los constructivismos) a fin de subrayar precisamente la heterogeneidad de las tendencias englobadas en dicha etiqueta.
En puridad, tampoco las etiquetas de «conductismo» y «cognitivismo» se libran de cierta ambigüedad. En nuestra aproximación historiográfica hemos considerado que el cognitivismo por antonomasia es el que procede de la tradición anglosajona y se vincula de un modo u otro a la metáfora del ordenador. Pero existen psicólogos que se consideran a sí mismos cognitivistas o cognitivos y, sin embargo, estarían en algunos aspectos más cerca de posiciones como las de Piaget o Vygotsky, autores en los que nos centraremos inmediatamente en tanto que representantes clave de lo que aquí hemos dado en llamar constructivismos. De hecho, a estos últimos, y sobre todo a Piaget, también se les ha considerado a veces psicólogos cognitivos.
Durante el último medio siglo «cognitivismo» ha sido una etiqueta teórica que se ha llevado la parte del león a la hora de denominar, sin matices, toda aquella psicología que no era estrictamente conductismo, psicoanálisis o humanismo y que en algún sentido reconocía la existencia de procesos mentales.
Sin embargo, desde nuestro punto de vista sí existen matices y diferencias suficientemente relevantes como para identificar algunas perspectivas que tampoco son propiamente cognitivistas. Como venimos planteando, para referirnos a ellas utilizamos una etiqueta alternativa —la de «constructivismos»— que, siendo también demasiado general, permite al menos demarcar diferencias teóricas importantes que van ligadas, sobre todo, a una crítica a las versiones más reduccionistas, deterministas y experimentalistas de lo que hoy por hoy se considera cognitivismo.
En la línea de lo comentado, debe quedar claro que ni siquiera los autores representativos del constructivismo que aquí manejamos se reconocerían automáticamente en esa categorización. Así como Watson o Skinner se consideraban a sí mismos conductistas sin mayores problemas, autores como Piaget o Vygotski más bien se consideraban a sí mismos psicólogos a secas, y con razón. No es tanto que rechazaran expresamente el término «constructivismo» (Piaget lo usa en alguna ocasión) cuanto que pretendían elaborar un sistema psicológico completo, no atrincherarse en una escuela o un punto de vista teórico parcial que asumiera una convivencia inevitable con otros puntos de vista. Por lo demás, como también ocurre con Freud dentro del psicoanálisis, las obras de Piaget y Vygotski siguen manteniendo hoy su condición de referencias teóricas vigentes e inexcusables a las que volver cuando se investiga desde una sensibilidad contructivista; al menos en muchísima mayor medida que los conductistas o cognitivistas actuales regresan, respectivamente, a los trabajos clásicos de Watson o Turing para interpretar y apoyar sus hallazgos.
Con estas precauciones y precisiones, hemos decidido incluir en este último tema las perspectivas del suizo Jean Piaget y el ruso Lev Vygotski, ambas de crucial importancia para la psicología contemporánea. Frente a los conductismos y los cognitivismos, ambos comparten una concepción de las funciones psicológicas como algo que no está dado sino que se construye. No está dado ni en el ambiente, ni en los genes, ni en el cerebro, aunque no por ello se niegue la existencia de disposiciones fisiológicas que condicionan el desarrollo psicológico. Y ambos autores comparten, además, una preocupación por los diferentes niveles de construcción de dichas funciones: el filogenético, el ontogenético y el socio e historiogenético.
Las tradiciones piagetiana y vygotskiana constituyen en cierto modo el núcleo conceptual de los constructivismos, al menos de los más propiamente psicológicos. Desempeñan una función de advertencia constante y sistemática contra dos tendencias cuya exacerbación conduce, por así decir, a la destrucción del constructivismo, es decir, la anulación de la idea de que las funciones psicológicas son construidas y no innatas o naturales, o lo que es lo mismo, están definidas por un proceso abierto y en continuo reajuste y no dependen en exclusiva de determinaciones o estructuras innatas u orgánicas (véase en Sánchez y Loredo, 2009, una ampliación de esta idea, aunque no exactamente en el mismo sentido en que la estamos exponiendo aquí). Una de las tendencias es la del reduccionismo convencional, por abajo: la concepción según la cual las funciones psicológicas se reducen, en último término, a procesos neurofisiológicos, cerebrales o incluso genéticos (de genes, no de génesis). La otra tendencia es la del reduccionismo por arriba, según el cual las funciones psicológicas quedan en última instancia explicadas por estructuras sociales, lingüísticas, simbólicas, históricas, antropológicas, políticas, etc., como cuando se dice que somos marionetas de las circunstancias o que es la sociedad la que determina el comportamiento individual.
En este sentido, obras como las de Piaget y Vygotsky representan intentos por evitar esos dos reduccionismos que eliminarían el sentido mismo de la psicología, pero no en tanto que disciplina cuyo bastión institucional o incluso epistemológico hubiera que defender, sino más bien en tanto que nivel de análisis irreductible, necesario para entener por qué la gente hace lo que hace. Dicho de otro modo, a Piaget y Vygotski no les preocupaba si hacían o no psicología, sino si sus teorías daban cuenta mejor o peor de la actividad humana. Por lo demás, en el caso de estos dos autores el sentido de la psicología debía ser el de una ciencia que ofreciera un sistema para entender las leyes o principios del funcionamiento psicológico.