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Igual que ocurre con Freud y el método y protocolo clínicos, a Wundt hay que reconocerle, al menos, la instauración del esquema básico de trabajo en el que se reconoce la actual psicología experimental y de laboratorio. A pesar de ello, es cierto que las dos ramas del sistema psicológico de Wundt –la individual y la colectiva– implican una concepción de la disciplina todavía muy ligada a la filosofía; esto es, una alianza distante y prudente pero inevitable si el objetivo era no ser fagocitada por el ámbito médico, y un interés muy escaso por las cuestiones de aplicación práctica, ligado a la concepción de la universidad como un lugar dedicado al estudio y la investigación, y autónomo respecto de los inmediatos intereses económicos y sociales.

¿Cabe así pensar que el programa que Wundt ideó para la psicología fracasó por no desembarazarse totalmente de la filosofía y no encaminarse decididamente hacia la ingeniería social? ¿Pasa una probable recuperación del mismo, por tanto, por revisar esas cuestiones; sobre todo el caso de la Völkerpsychologie, que fue la que menos se ajustó a ellas? En parte seguramente sí, pero hay otros motivos que también deben sopesarse y que, en cierto sentido, son más complejos.

Seguramente la apuesta por el experimentalismo y la necesidad de consolidar el espacio profesional del psicólogo llevó a los responsables de la disciplina a desestimar la complejidad del vastísimo ámbito de inquietudes psicológicas señalado por Wundt. Esto lo sufrió directamente el propio programa wundtiano que, trasladado a Estado Unidos de la mano de sus numerosos discípulos, deriva hacia el tipo de psicología que reconocemos hoy en día (Blumenthal, 1977, Danziger, 1979): por ejemplo, aparece en una forma individualista en el caso de la psicología de la personalidad de Cattell; profundiza en su carácter experimentalista y elementalista de la mano de la psicología estructuralista de Titchener; o se transforma en una tecnología social y asistencialista a través de la psicología aplicada de Münsterberg.

Tampoco se produjeron maridajes relevantes con el funcionalismo y el pragmatismo americano de primera generación –el de Peirce, James, Dewey, Baldwin, Mead, etc.– con el que compartía no pocos lugares comunes, como la importancia de la conciencia y de su acontecer holístico y temporal, el carácter constitutivo de la intersubjetividad y el hecho social para la mente, la atención a la relación entre pensamiento individual y lenguaje social, etc. De hecho, el mismo funcionalismo fue fagocitado por su deriva conductista, que, evidentemente, conectaba mucho mejor con el individualismo, la aplicabilidad y elementalismo que hemos subrayado en los discípulos directos de Wundt. Más fortuna pudo tener en Francia, donde la sensibilidad cultural de la Völkerpsychologie no sólo llegó a maridarse con la recepción del propio pragmatismo de James, Dewey y Baldwin, sino que influyó claramente en la psicología histórica de Ignace Meyerson hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Pero este programa también quedó eclipsado en el país galo tras una apuesta institucional por los desarrollos más experimentalista de la disciplina.

Con todo, muchas de las preguntas que planteó y a las que se enfrentó el propio Wundt, dentro de su sensibilidad kantiana, parecen seguir siendo relevantes, aunque son pocas las veces que esto se ha detectado y reconocido (véase, por ejemplo, Leahey, 1979, Belinchón, Igoa y Riviere, 1992). Por ejemplo, la psicología, sea cuál sea la orientación o escuela, está lejos de haber resuelto la relación entre los diferentes niveles que confluyen en la configuración de la actividad o el comportamiento humano (neurofisiológicos, psicológicos inconscientes o conscientes y psico-sociales o culturales) (sobre estas cuestiones, véase Rosa, Blanco y Huertas, 2000; Rosa, 2007). Su propio esquema para entender la dinámica mental fue fluctuante desde Heidelberg hasta la polémica con la Escuela de Wuzburgo, hasta el punto de que todas sus resoluciones nos pueden parecer hoy insatisfactorias, incluso demasiado especulativas o metafóricas. Pero lo cierto es que ningún modelo psicológico puede evitar ese problema (Danziger, 1997). Algunas de las decisiones de Wundt a propósito de la “inferencia inconsciente”, por ejemplo, parecen evocar las controversias en las que se ve envuelta, desde los años setenta, la metáfora del ordenador. Dentro de la psicología del procesamiento de la información, los partidarios de su versión “dura” abogan por una identificación total entre la estructura lógica de la inteligencia artificial y el funcionamiento de las redes neuronales del ser humano. Frente a ellos, los defensores de la versión “blanda” insisten en la condición heurística o metafórica de tal comparación, sin asumir que la mente humana calcule matemáticamente las opciones como sí lo hace un ordenador.

Por último, las investigaciones de Wundt también nos invitan a pensar dónde termina la psicología como empresa meramente descriptiva o explicativa y dónde, en contacto con el ámbito práctico y la realidad social, empieza a impregnarse de aspectos culturales, morales e ideológicos que transcienden la supuesta labor objetiva de toda ciencia. Sin duda, las inquietudes psico-sociológicas y psico-culturales de la Völkerpsychologie wundtiana no estaban exentas de estas adherencias ideológicas y, de hecho, ya hemos insistido en cuestiones como su etnocentrismo totalizante. A pesar de ello, la psicología de los pueblos de Wundt es ambiciosa y generosa, y testimonia un interés por alcanzar la concepción más amplia y crítica posible del fenómeno humano. Una empresa psico-sociológica de tal género, sin embargo, exigía a los psicólogos un esfuerzo histórico, teórico y cultural excesivo y, sin duda, ello contribuye a explicar por qué, a lo largo del siglo XX, fue relegada por otro tipo de contrato más nítido entre nuestra disciplina y la cuestión socio-cultural; a saber, el del asistencialismo social provisto por las ingenierías y aplicaciones psicológicas (véase, Castro y Rosa, 2007).

Imbricadas en ámbitos socio-institucionales tan estratégicos para la cultura occidental como el laboral, el educativo, el clínico, el jurídico o el criminológico, tales aplicaciones serán ya confeccionadas, profesionalizadas y administradas a demanda de la normalidad socio-cultural definida por las distintas agendas ideológico-políticas de cada Estado-nación (Jansz y Drunen, 2004). Desde principios del siglo XX, los psicólogos aplicados se dedicarán a responder a las urgencias de esas demandas políticas mientras que los académicos, circunscritos a su metodologismo positivista, se abstendrán de hacerse cargo de los fenómenos psico-sociológicos complejos y, por ende, de sus implicaciones político-sociales. Quizá por este mismo motivo, la mayoría de los psicólogos de hoy seguimos anclados –incluso profundizamos cada vez más– en un supuesto tan propio del siglo XIX como el que la historiografía ha achacado, descuidada o interesadamente a Wundt: la concepción del ser humano como abstracción de un sujeto individual cuya naturaleza básica debe ser definida y manipulada en términos mecanicistas, orgánicos y predecibles.

Es cierto que este panorama histórico parece haber anulado, prácticamente, toda posibilidad de una psicología diferente a la actual. Pero no impide que revisemos, por un lado, nuestra relación con otras disciplinas humanas y naturales; y, por otro, las funciones sociales que, en consecuencia, nos cabe cumplir como psicólogos. Sin duda, hacer un ejercicio epistemológico y reflexivo semejante hoy en día implicará cierta inquietud identitaria ya que cabe la posibilidad real de que ello suponga cuestionar críticamente muchos de los pilares teóricos y aplicados que sostienen la disciplina. Analizar esto críticamente sería algo bastante impopular entre la mayoría de los psicólogos modernos y quizá por ello el texto historiográfico canónico de Edwin Boring no se preocupó por dar a conocer la Völkerpsychologie; un episodio histórico que, a todas luces, podría invitar a este tipo de reflexiones. Y con más razón cuando el responsable de tal episodio es el mismo personaje que hoy en día reconocemos como flamante padre fundador de nuestra disciplina.

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