Desde un punto de vista científico, el ser humano no es bueno ni malo por naturaleza, sino poseedor de una enorme capacidad de adaptación a diferentes situaciones y contextos, tanto físicos como sociales. Sólo así se explica que haya podido extenderse por todo el mundo y sobrevivir en las condiciones ambientales más diversas y en las sociedades más variopintas.
Lo más práctico para sobrevivir en ambientes cambiantes no es la especialización en una tendencia de conducta concreta sino la versatilidad conductual. Es decir, la capacidad de adaptarse con facilidad y rapidez a diversas funciones según la situación. Esa versatilidad, que no es exclusiva del ser humano sino que está presente en muchas otras especies, tiene un evidente valor adaptativo, puesto que garantiza una gran flexibilidad de respuesta ante las demandas del medio. Hay situaciones en que es mucho más rentable actuar siguiendo el propio interés, pero hay otras en que el beneficio es mayor cuando se comparte. Por último, hay casos en que se actúa sin pensar en costes ni beneficios, sino sólo en solucionar el problema de otra persona o en contribuir al bien del grupo. Y, por supuesto, existen diferencias, no sólo individuales sino también culturales, en cuanto a la percepción de lo que es más apropiado en cada situación.