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Muchas especies animales están dotadas de eficientes sistemas de comunicación, entendida como la transmisión de una señal (sonido, olor) portadora de información.

Algunos autores distinguen entre señal comunicativa (componente racional) y señal informativa. Sin embargo, muchos autores consideran la comunicación en su sentido más amplio, sin que implique necesariamente la intención del receptor. En ese sentido se hablaría de comunicación electroquímica entre neuronas, o comunicación químico-olfativa cuando se sincronizan los ciclos menstruales de mujeres que conviven juntas en una casa o en dormitorios colectivos.

Actualmente se considera que la comunicación es la transmisión de información desde un emisor a un receptor, de manera que ambos se beneficien. Así, la mayoría de las definiciones incorporan el concepto de cambio de conducta por parte del organismo receptor, siendo este cambio adaptativo a las condiciones de la situación.

Para Wilson la comunicación ocurre cuando, a través del envío de una señal, un organismo es percibido por otro y se altera la probabilidad de un patrón de conducta adaptativa en el receptor de la señal, o en ambos.

Modalidad sensorial

La comunicación química u olfativa, aunque es relativamente persistente, transmite la información de modo más lento que la visual o la auditiva.

Aunque el emisor puede marcar de modo permanente zonas de su territorio (felinos, cérvidos, etc.) o emitir señales químicas de forma móvil en su desplazamiento (hormigas).

Las señales químicas se deben a moléculas orgánicas volátiles, de bajo peso molecular (entre 5 y 20 átomos de carbono) que se difunden con facilidad en el medio y son producidas por las feromonas, o mensajeros químicos que regulan la comunicación dentro de una especie.

Las moléculas olfativas se incorporan directamente, a través de reacciones químicas, a las proteínas de los órganos receptores, como sucede con las antenas de las mariposas.

Por otra parte, en la comunicación visual los animales exhiben elementos visuales, que pueden ser estructurales o conductuales, como ocurre con la cornamenta de un ciervo o la cola de un pavo real.

En la comunicación acústica la producción del sonido exige la presencia de un elemento vibratorio, generalmente una membrana, que comunica la energía mecánica a las moléculas del fluido circundante, sea aire o agua.

Los expertos intentan identificar rasgos característicos y, en algunos casos, clasificar los sonidos en categorías discretas, configurándolos a modo de vocabulario propio de cada especie animal (Bioacústica).

Observaciones

Los vocabularios de mayor tamaño registrados aparecen en las aves y en los mamíferos.

Jane Goodall realizó numerosas observaciones acerca de la comunicación entre los miembros de un grupo. En los chimpancés salvajes se han encontrado aproximadamente dos o tres docenas de vocalizaciones distintas, pero aún se sabe poco sobre sus funciones exactas en la comunicación.

Los monos vervet africanos o monos Tota usan un sistema de llamadas de alarma que permite distinguir entre distintos tipos de depredadores. Así, sus gritos no son simples expresiones de miedo, sino una especie de protopalabras o palabras primitivas que se asocian a objetos determinados como depredadores.

Se considera que el sistema de llamadas del mono vervet es simbólico porque las propiedades acústicas de cada tipo de señal no están físicamente relacionadas con el depredador o la conducta evasiva.

Por otra parte, las aves son vertebrados con repertorios complejos de sonidos, que alcanzan su máxima expresión en los complicados cantos de las aves canoras o pájaros.

En casi todas las aves el sonido se produce en la siringe, un órgano especializado que presenta un sistema de membranas que vibran al paso del aire procedente de los pulmones.

Cuando cantan producen dos voces a la vez, con frecuencias moduladas de forma independiente, en una especie de dueto interno indistinguible por nuestros oídos.

Cada especie tiene unos patrones acústicos característicos y, en general, existe una relación inversa entre el tamaño del ave y el tono o frecuencia acústica de la respuesta vocal.

La investigación ha demostrado que el canto de las aves canoras cumple tres funciones principales:

  1. Repeler a machos rivales. Un macho enmudecido por procedimientos quirúrgicos tiene dificultades para mantener el dominio sobre su territorio.
  2. Atraer a las hembras de la misma especie. Los machos solteros, sin pareja, o aquellos que la han perdido previamente tienden a cantar más y, en muchas especies, dejan de hacerlo una vez que se han asociado a una hembra.
  3. Estimular la función reproductora de las hembras. Las hembras que se hallan en un estado sexualmente receptivo, adoptan posiciones copulatorias cuando son expuestas a la grabación del canto de un macho de su especie.

Los cantos y vocalizaciones de las aves pueden codificar distintos tipos de información sobre la identidad del emisor (identidad de la especie, familiaridad).

También es común la existencia de variaciones geográficas en la estructura de los cantos de una misma especie, que dan lugar a “dialectos” asociados a determinadas áreas geográficas.

Algunos pájaros como los estorninos y ciertas especies de pinzones, parecen utilizar mecanismos recursivos en la composición de sus cantos. Así, las notas individuales se combinan en secuencias particulares de sílabas, las sílabas se combinan en motivos, y los motivos en el episodio completo del canto.

Sin embargo, la sintaxis del canto de los pinzones es puramente fonológica, es decir, no incorpora elementos con significado semántico, como las palabras o las oraciones, con lo cual se salvaguarda la especificidad funcional de la sintaxis humana.

En los mamíferos marinos (ballenas y los delfines) los sonidos acuáticos sirven de comunicación en una amplia variedad de situaciones. El sonido es un excelente canal de comunicación en el agua donde las ondas sonoras viajan cinco veces más rápido que en el aire, se atenúan más lentamente y pueden ser muy direccionales.

Las vocalizaciones de los cetáceos pueden clasificarse en tres tipos acústicos:

  1. Tonos o llamadas tonales (silbidos o gemidos agudos). Cada delfín desarrolla un silbido particular durante sus primeros meses de vida que es clave para su reconocimiento. Los datos indican que la madre desempeña un papel importante en este proceso: al nacer la cría, la progenitura emite sus silbidos constantemente para que pueda ser reconocida por aquélla y, al mismo tiempo, la cría aprende a desarrollar una versión propia del silbido.
  2. Pulsos o llamadas pulsadas (repetición de pulsos, sonidos muy breves de espectro ancho). Cuando se suceden de forma rápida, el oído humano no puede percibirlos por separado y se funden en sonidos complejos como gruñidos, ladridos, gemidos, etc. Son producidos por muchos odontocetos en situaciones de excitación o interacción social intensa, como en el caso de las oreas o ballenas asesinas.
  3. Clics. Señales acústicas muy breves que permiten obtener información del entorno mediante el análisis de sus ecos (ecolocalización o biosonar).

Conceptos generales

La selección natural ha favorecido a los animales emisores de llamadas que afectan a la conducta de un receptor y obtienen un beneficio de ello.

Durante mucho tiempo se han clasificado las señales según la dicotomía emocionales-referenciales (elementos del entorno). No obstante, tal dicotomía es falsa. A menudo se encuentran señales de ambos tipos a la vez. En este sentido, una señal puede tener un origen afectivo o de expresión emocional por parte del emisor y, al mismo tiempo, tener un valor referencial si va asociada sistemáticamente a un evento externo.

De esta forma, una señal puede transmitir mayor o menor cantidad de información dependiendo de varios factores:

  • Cuan predictiva es. Cuan sistemática es su relación con el elemento del entorno. La predicción depende de la diferencia entre la probabilidad de que se dé el estímulo incondicionado cuando está el estímulo condicionado menos la probabilidad de que se dé el estímulo incondicionado sin el estímulo condicionado.
  • Cuan específica es. Cuan amplio o estrecho es el repertorio de estímulos asociados a la señal, así, cuanto más reducido es el abanico de estímulos, más específica e informativa es la señal.
  • Cuan intencional es. Las vocalizaciones pueden ser desencadenadas por una extraordinaria variedad de estímulos de todas clases: visuales, acústicos, olfativos, etc., pero hay una clase de estímulos que aparentemente no desempeña ningún papel en la comunicación animal: los estados mentales que se infieren en los otros (Teoría de la mente sobre el receptor).

En contraste con los seres humanos, parece que los animales no producen vocalizaciones en respuesta a su percepción de la ignorancia o la necesidad de información de otros individuos de la especie. Más allá de la comunicación vocal, los datos conductuales van en la misma línea, aunque los chimpancés tienen expresiones culturales y son capaces de utilizar herramientas.

Enseñanza del lenguaje humano

Todas las tentativas de enseñar un lenguaje articulado a chimpancés, gorilas u orangutanes, terminaron en fracaso ya que el aparato bucofonador de los primates carece de las posibilidades articulatorias humanas.

Desde el punto de vista anatómico, la posición de la laringe y la cavidad bucal son distintas en el chimpancé (u otros primates) y el Homo sapiens.

En la mayoría de los mamíferos la laringe está tan alta que se comunica directamente con la cavidad nasal y permite la respiración y la deglución simultánea de alimentos, lo que no es posible en los seres humanos adultos sin atragantarse.

Los bebés humanos nacen con la laringe en una posición alta, semejante a la de los chimpancés adultos, razón por la cual los sonidos durante los primeros meses tienden a ser escasos y nasalizados.

Además, un bebé puede deglutir alimentos durante el amamantamiento y respirar al mismo tiempo. Más adelante, entre los 3 meses y los 3 años de edad, la laringe humana desciende y la cavidad oral se alarga, permitiendo que la lengua adopte distintas posturas en el eje vertical.

En torno a los años 30, los esposos Kellogg criaron un chimpancé hembra llamada Gua, junto con su propio hijo. No obstante, Gua nunca llegó a articular una palabra reconocible, y sólo parecía entender unas pocas.

Veinte años después criaron otro chimpancé, llamada Viki. Después de 6 años, sólo lograron que Viki articulara penosamente cuatro palabras: “mamá”, “papá”, “up” y “cup”, debido a las diferencias anatómicas señaladas.

No obstante, el lenguaje de los signos en las personas sordas tiene una complejidad similar a la del lenguaje oral, y como los chimpancés tienen facilidad para imitar gestos y buena destreza manual, los siguientes ensayos se orientaron principalmente en dos nuevos caminos.

Lenguaje gestual

En los años setenta, Washoe, una chimpancé hembra de 8 meses de edad, fue sometida a un entrenamiento intensivo en el Ameslan o American Sign Language (ASL). A la edad de 4 años, Washoe podía realizar mediante gestos 85 signos y comprender bastantes más. Y más tarde, Washoe aumentó su vocabulario hasta producir unas 150 palabras.

Según los esposos Gardner, cuando sólo conocía una decena de signos, Washoe formaba espontáneamente cadenas de dos o más palabras. En los informes sobre sus progresos se documenta la aparición de errores por sobre-generalización del significado, al igual que sucede en los niños pequeños (llamar herida a tatuajes, manchas rojas sobre la piel, cortes en un vestido, etc). Se informaba de que Washoe era capaz de crear signos nuevos, como se observó la primera vez que vi un pato llamándolo “agua-pájaro”.

Una línea de investigación interesante es si un chimpancé que ha aprendido un lenguaje nuevo, lo transmitirá a sus descendientes. Loulis, un hijo adoptivo de Washoe, empleaba sin intervención humana algunos de los signos aprendidos por Washoe y otros chimpancés de su entorno.

Manejo de símbolos gráficos

El lenguaje de los signos plantea algunas dificultades en su control experimental y dada su rapidez y la ambigüedad de algunas respuestas, no siempre está claro si el mono ha ejecutado un gesto determinado de manera inequívoca.

Premack recurrió con una chimpancé llamada Sara al uso de pequeñas fichas de plástico de distintas formas, tamaños y colores.

Cada ficha representaba una palabra que gracias a un pequeño imán, podían colocarse sobre una pizarra magnética. Premack estableció una secuencia de pasos para enseñar a Sara un lenguaje a través del manejo de estas fichas (Premarckense). La chimpancé adquirió un vocabulario de unos 60 nombres, 20 verbos y otras 20 palabras que incluían adjetivos y adverbios.

Una ventaja de este sistema es que requiere menos carga de memoria y el resultado está siempre a la vista.

Premack demostró que Sara podía distinguir entre “Randy da manzana a Sara” y “Sara da manzana a Randy” y formular condicionales. Sin embargo, a pesar de estos logros, no hay evidencia clara de que, más allá de un mero condicionamiento, Sara hubiera interiorizado y manejara verdaderas reglas sintácticas.

Según Herbert Terrace, el nivel sintáctico de producción de los chimpancés, tanto por vía gestual como con formas visuales, no superaría el estadio de una gramática de dos palabras propia de un niño de 18 meses.

El lenguaje yerkish está formado por un centenar de lexigramas o figuras abstractas colocadas sobre el teclado del ordenador a los que les corresponde una acción concreta, un objeto o un calificativo. De esta forma, el mono seleccionaba sobre el teclado, o sobre una cartulina, los lexigramas adecuados en interacción con los experimentadores para obtener un refuerzo. Incluso, algunos animales consiguieron manejar símbolos que representaban categorías abstractas o conceptos.

Los resultados más extraordinarios se obtuvieron con un bonobo llamado Kanzi que comenzó a aprender los lexigramas simplemente por observación, sin refuerzos, asistiendo a las sesiones en las que se adiestraba sin éxito a su madre. Kanzi alcanzó niveles sorprendentes en la comprensión del inglés. A la edad de 6 años entendía unas 400 palabras, y distinguiendo entre “pon algo de leche en el agua” y “pon algo de agua en la leche”. También respondía correctamente a instrucciones más complejas, como “buscar la pelota que está debajo de la mesa del jardín”. Además, su comprensión del inglés fue evaluada en ensayos ciegos junto con la de una niña (Alia) de 2 años, a través de centenares de frases. Los resultados finales arrojaron un 74% de oraciones correctamente comprendidas por Kanzi, frente a un 65% por Alia.

Por otra parte, algunos investigadores han realizado diversos estudios con otras especies como delfines, loros o perros.

Los delfines tienen notables capacidades en algunas áreas cognitivas. Louis Herman trabajó con dos delfines hembras, llamadas Akeakamai, entrenada en un lenguaje basado en gestos de los brazos y Phoenix, entrenada en un lenguaje acústico basado en sonidos de tipo clic sintetizados por ordenador y transmitidos mediante altavoces subacuáticos. Cada lenguaje contenía un vocabulario de unas 35 a 40 palabras referidas a objetos de la piscina (pelota, aro), acciones (ir, pasar por debajo) y modificadores de localización (fondo, superficie) y dirección (derecha, izquierda). Además, los lenguajes contenían palabras de función y control, como sí, no, “borrar” (para ignorar las palabras previas de una frase) y de interrogación. De forma que las ejecuciones correctas eran recompensadas con pescado.

Los loros y otras aves afines pueden imitar el habla humana. La investigadora Irene Pepperberg sometió a su loro gris africano, llamado Alex, a un programa intensivo para que fuera capaz de producir y comprender docenas de palabras del inglés, empleando un método denominado modelo-rival en el que tenía que competir con rivales humanos para atraer la atención del entrenador. En una situación típica, un entrenador A pide que otro entrenador B pronuncie el nombre de un objeto; cuando B lo hace, entonces A pide a Alex que haga lo mismo. En lugar de obtener comida u otro refuerzo externo, Alex recibe el objeto nombrado en respuesta a su producción correcta. Si Alex prefiere un objeto distinto, articula correctamente su nombre.

Después de 13 años, Alex tenía un vocabulario de 80 palabras y podía producir y entender secuencias cortas de palabras. Cuando Alex deseaba saber cómo se llamaba un objeto preguntaba “¿qué es esto?” o “¿qué color?”.

Ante palabras y frases del inglés, Alex era capaz de clasificar hasta 40 objetos en función de su color o sustancia, contar hasta seis, comprender conceptos de igualdad, distinción y ausencia, etc.

Los perros pueden aprender a responder a un gran número de palabras. Rico, un border collie, es capaz de entender unas 200 palabras distintas.

Las situaciones de comunicación que los investigadores han generado revelan que estos animales pueden aprender a utilizar símbolos (Capacidad representacional).

No obstante, la capacidad de producción siempre ha estado muy por detrás de la comprensión.

Kanzi era capaz de interpretar frases que no había oído nunca, entendiéndolas más o menos como lo haría un niño de 2 años y medio de edad, pero sin ser capaz de construirlas. Sin embargo, un año después de haber practicado con ellas, y a diferencia del mono, el niño empezaría a componer por su cuenta oraciones nuevas.

Herman señala la dificultad que estos animales presentan en la adquisición de palabras de clase cerrada o funcionales, que serían esenciales para elaborar una estructura sintáctica como artículos o determinantes, preposiciones, conjunciones, sufijos gramaticales, etc., que no tienen un significado pleno, pero desempeñan un papel clave en la construcción sintáctica, al igual que sucede con las personas sordas.

Para Calvin y otros autores, la capacidad de hacer planes y otras habilidades cognitivas habrían contribuido al desarrollo del lenguaje. Así, los animales dan escasas muestras de ser capaces de hacer planes futuros, para más allá de unos pocos minutos.

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