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Como ya hemos señalado en otros lugares, las alteraciones atencionales, en y por sí mismas, nunca han sido consideradas como signo o síntoma de importancia a la hora del diagnóstico de las enfermedades mentales, especialmente si comparamos el impacto «diagnosticador» de estas alteraciones con el que pueden tener otras, como las de la percepción (por ejemplo, alucinaciones), las del pensamiento (por ejemplo, delirios y trastornos formales), o las de la identidad (por ejemplo, la ruptura de los límites del yo). De hecho, y volviendo a la cita de Cromwell (1978) con la que comenzábamos el capítulo, incluso en el estudio de la esquizofrenia y a pesar de lo que podría parecer teniendo en cuenta lo expuesto en los apartados anteriores, la atención no fue considerada como una característica «excitante» de esta enfermedad hasta los años 50-60, ya que las anomalías atencionales son «manifestaciones tolerables» de la enfermedad. Sin embargo, y a pesar de que como síntoma puede que no juegue un papel central dentro de la psicopatología, lo cierto es que cada vez se está teniendo más en cuenta este constructo a la hora de describir y explicar desde un punto de vista psicológico ciertos trastornos mentales. Nos referiremos aquí exclusivamente a la esquizofrenia, la depresión y los trastornos de ansiedad.

Ya hemos visto en el apartado anterior la trascendencia que ha tenido sobre la esquizofrenia la investigación en el campo de la atención. Refiriéndose a este tipo de pacientes, Kraepelin escribía en 1905: «es bastante común para ellos perder la inclinación y la capacidad sobre su propia iniciativa para mantener fija su atención durante un tiempo. Ocasionalmente se advierte una especie de atracción irresistible de la atención hacia impresiones externas casuales» (Kraepelin, 1988). Conclusiones similares se extraían, muchos años después, del estudio que realizaron McGhie y Chapman (1961) sobre entrevistas con pacientes esquizofrénicos. Estos autores encontraron que las quejas más típicas eran las siguientes: «Las cosas entran demasiado deprisa. No consigo atraparlas y me pierdo», «atiendo a todo al mismo tiempo y como resultado no atiendo a nada». Si a esto unimos el hecho de que el objetivo más ambicioso de la investigación psicopatológica sobre esquizofrenia es especificar una única alteración —o patrón de alteraciones cognitivas— de la cual poder derivar las diversas anomalías que resultan en un diagnóstico de esquizofrenia (muy en la línea del propósito de Bleuler), resulta lógico el hecho de que, en un primer momento, la mayor parte de investigaciones psicológicas realizadas en torno a este trastorno se hayan centrados en la atención como proceso y sus alteraciones, postulándolas como mecanismos fundamentales subyacentes al pensamiento de estos pacientes (Baños, 1989). El interés por la psicopatología atencional en este campo proviene, además de por la búsqueda de ese denominador común del que hablábamos, por otras razones entre las que están la búsqueda de subgrupos esquizofrénicos y la búsqueda de marcadores de vulnerabilidad.

A lo largo del capítulo ya hemos hablado, de un modo muy resumido, de algunos de los estudios que sobre atención se han hecho con esta población. Como resumen, decir que las propuestas para explicar el déficit atencional de la esquizofrenia no son, hoy por hoy, concluyentes. Quizá una posible fuente de confusión sea la propia población esquizofrénica, cuya heterogeneidad puede oscurecer cualquier dato consistente; quizá la confusión también provenga del problema de conceptualizar los procesos atencionales normales y, como es lógico, si no se comprende bien la condición normal, más difícil es entender la defectuosa; o quizá el problema sea que los mecanismos atencionales no sean los esencialmente alterados, sino que se vean afectados por otra alteración fundamental (Johnson, 1985). En los últimos años estamos presenciando una reinterpretación de estos déficit dentro de modelos psicológicos más amplios, que mantienen que los síntomas esquizofrénicos reflejan trastornos de la conciencia (por ejemplo, Frith, 1987) y que buscan puntos de unión entre estos déficit cognitivos y déficit cerebrales, lo que proporciona una interesante y fructífera línea de investigación: la neuropsicología cognitiva de la esquizofrenia (véase, por ejemplo, el trabajo de Frith, 1992, o el de Gray, Feldon, Rawlins, Hemsley y Smith, 1991).

Por lo que respecta a la depresión, es frecuente encontrar que estos pacientes se quejan de falta de concentración y de distraibilidad. Sin embargo, y como señalan Williams, Watts, MacLeod y Mathews (1988), las investigaciones sobre disfunciones atencionales generales en depresión han sido realmente limitadas. Siguiendo a estos autores destacaremos tres tipos de experimentación que se han realizado con estos sujetos utilizando tareas de vigilancia, enmascaramiento y escucha dicótica. Por lo que se refiere a las tareas de vigilancia destaca la investigación de Byrne (1976, 1977), quien ha encontrado patrones de ejecución diferentes entre depresivos neuróticos y depresivos psicóticos. Los segundos muestran un nivel general de ejecución peor en este tipo de tareas, realizando menos detecciones correctas, y este deterioro se va haciendo progresivamente más marcado a lo largo del tiempo. Por su parte, los deprimidos neuróticos, aunque también realizan mal la tarea, presentan una ejecución sensiblemente mejor, y la mayoría de sus errores se engloba dentro de la categoría de falsos positivos. Byrne ha discutido estos datos en función de diferencias en activación, pero se necesita replicar este tipo de resultados para poder llegar a conclusiones más firmes. Por lo que respecta a las tareas de enmascaramiento, Sprock, Braff , Saccuzzo y Atkinson (1983) han encontrado que aunque los sujetos deprimidos no difieren de los sujetos normales en cuanto al tiempo de exposición necesario para identificar correctamente un estímulo, sin embargo, cuando el estímulo se enmascara retroactivamente los deprimidos muestran un patrón distinto de los normales: su ejecución sigue mejorando cuanto más largo es el intervalo interestimular, mientras que los normales alcanzan una buena ejecución que ya no mejora con una duración interestimular mayor. Estos autores concluyeron que la explicación a este hecho reside en que los deprimidos necesitan más tiempo que los normales para formar una representación del estímulo, aunque no para registrarla. Por último, en tareas de escucha dicótica, Hemsley y Zawada (1976) han demostrado que los deprimidos, a diferencia de los sujetos normales, no mejoran su ejecución cuando previamen te se les advierte de qué estímulos han de seleccionar. Así, por ejemplo, cuando se les presenta dos listas de dígitos, una con voz de hombre y otra con voz de mujer, los normales realizan mejor la tarea si en las instrucciones se les dice qué lista han de recordar. Sin embargo, en los deprimidos no se ha encontrado este efecto. Estos autores postulan que esto podría indicar algún tipo de déficit en el filtrado.

Como hemos dicho al principio, aunque todos estos datos son muy sugerentes, son necesarias muchas más investigaciones para poder determinar si existen déficit atencionales en la depresión, y si es así, de qué tipo son y cómo operan.

Por otro lado, y desde un enfoque bastante diferente al hasta ahora aquí contemplado, existe toda una línea de investigación en psicología que desde hace algunos años para acá se está aplicando al campo de la psicopatología, y especialmente al campo de la depresión. Nos estamos refiriendo a la atención autofocalizada y a la autoconsciencia. Quizás este tópico no se ajuste estrictamente a lo tratado hasta aquí en este capítulo, ya que nos hemos estado refiriendo especialmente a lo que se podría denominar trastornos «formales» de la atención, es decir, hemos dejado de lado cuál es el contenido específico de la atención a la hora de hablar de sus alteraciones, centrándonos en cómo se atiende, o sea, cómo funcionan los mecanismos atencionales. Sin embargo, el constructo de «atención autofocalizada» está haciendo alusión a dominios de contenido, ya que se aplica cuando el «sí mismo» es el «objeto» al que se atiende. Permítasenos explicar esto con algo más de detalle.

Duval y Wicklund (1972) fueron los primeros en proponer una teoría de la autoconciencia (self-awareness), según la cual cuando un individuo focaliza la atención sobre sí mismo (lo que se denomina atención autofocalizada) se produce un incremento en la consciencia de aquellos aspectos del sí mismo que son más notables o sobresalientes en ese momento o circunstancia. Normalmente, estos aspectos más sobresalientes activan una dimensión conductal, y el individuo autoconsciente tiene un estándar o ideal sobre cuál es la forma apropiada que tendría que tomar esa conducta. Esto suele llevar a un proceso autoevaluativo en el que la persona intenta armonizar las discrepancias entre su conducta y su criterio de comparación (estándar) (por ejemplo, su sí mismo real o presente y su sí mismo ideal). Si no es posible evitar el estado de autoconsciencia, los individuos intentarán reducir tales discrepancias entre ejecución real y criterio. Carver y Scheier (1981) han integrado esta teoría dentro de un modelo cibernético de autorregulación, concibiendo la atención autofocalizada como una parte de un ciclo de feedback negativo, cuyo propósito es mantener al organismo «en el camino» para conseguir sus metas. De este modo, focalizar la atención sobre uno mismo promueve la activación de un sistema de feedback de la conducta, de tal modo que se perciben y corrigen las discrepancias entre los criterios ideales y la conducta actual.

Si bien hasta aquí estamos hablando de la autofocalización como algo situacional, que puede ser inducida mediante los estímulos apropiados, sin embargo se ha constatado que también existen diferencias individuales en la disposición de dirigir la atención sobre el sí mismo. Esta disposición se conoce con el nombre de «autoconciencia» (self-consciousness). La teoría de la autoconciencia como disposición individual se desarrolló junto con la Escala de autoconciencia (SCS) elaborada por Fenigstein, Scheier y Buss en 1975. Este instrumento se diseñó para evaluar la misma clase de experiencias fenomenológicas que las que se cree que origina la manipulación experimental de la atención autofocalizada.

Dejando a un margen las diferencias entre autoconsciencia como estado y autoconciencia como rasgo, se podría decir que las consecuencias más importantes de la autofocalización de la atención son (Smith y Greenberg, 1981):

  1. una tendencia autoevaluativa incrementada y autoestima disminuida,
  2. afecto negativo intensificado,
  3. un incremento de la tendencia a hacer atribuciones internas para resultados negativos,
  4. autoinformes particularmente adecuados,
  5. una tendencia a la retirada de tareas después de una experiencia inicial de fracaso, y
  6. una amplia repercusión de los efectos de las expectativas de resultado sobre la motivación y ejecución subsiguientes.

Si se analizan cuidadosamente las consecuencias de la autofocalización y se comparan con algunas de las características asociadas frecuentemen te con la depresión, se notará fácilmente la presencia de paralelos entre ambas. Esto, además, se ve corroborado por la existencia de un buen número de investigaciones que, utilizando diferentes índices de autofoco y depresión, han mostrado que las dos variables están positivamente correlacionadas (por ejemplo, Smith y Greenberg, 1981; Smith, Ingram y Roth, 1985).

Todos estos datos están sugiriendo que la atención autofocalizada juega un papel importante en la comprensión de la depresión, en el sentido de que puede mediar o contribuir en diversos fenómenos depresivos, así como ayudar a mantener o exacerbar la depresión. Por todo ello, no es sorprendente encontrar que existen teorías que intentan aplicar la investigación sobre los procesos atencionales autofocalizantes a la depresión. De entre todas estas teorías destaca la elaborada por Pyszczynski y Greenberg (1987), quienes intentan demostrar que el afecto negativo, la autocrítica y el pesimismo que caracterizan a la depresión pueden deberse, al menos en parte, a la exacerbación de afecto negativo, la tendencia incrementada a atribuir internamente resultados negativos, la disminución de la autoestima y la incrementada adecuación de los autoinformes que se ha demostrado que engendra la autoconciencia. El cuadro que ofrecería esta teoría sobre la depresión sería más o menos el siguiente: el sujeto experimenta una pérdida (por ejemplo, ruptura de una relación íntima, muerte de un ser querido, despido en el trabajo, etc.) y focaliza la atención sobre él mismo, lo que origina un proceso autoevaluativo que tiene consecuencias negativas, ya que compara su pobre estado actual con su inalcanzable estado deseado. Esto le lleva a intensificar su afecto negativo, a responsabilizarse de sus fracasadas acciones, a disminuir su autoestima y a tener una autoimagen negativa, lo que a su vez le empuja a nuevos fracasos conductuales, con lo cual cae en una espiral de difícil salida. Pero esta espiral le produce a su vez cierta «seguridad» dentro de su mundo tan inestable, y empieza a preferir no enfrentarse con sus escasos éxitos (no se autofocaliza después del éxito, lo que mejoraría su estado depresivo) porque significa «esforzarse» para tener una autoimagen positiva, y quedarse «indefenso» al no poder anticipar (controlar secundariamente) sus pérdidas futuras, todo lo cual justificaría el establecimiento de un «estilo depresivo de autofocalización» que mantiene y refuerza su autoimagen. Por tanto, la «espiral» inicial contiene en su mismo núcleo otra más compleja que, de algún modo, mantiene y a la vez es mantenida por la anterior. Por supuesto, esta teoría es susceptible de críticas que ya hemos formulado en otro lugar. De todos modos hemos querido señalarla aquí, ya que aunque hace falta seguir investigando más para llegar a conclusiones más sólidas, sin embargo pensamos que la atención autofocalizada sí ha mostrado jugar un papel descriptivo/explicativo en parte de la sintomatología depresiva.

En último lugar, señalar que la investigación sobre atención se está convirtiendo en un campo muy fecundo de investigación dentro de la psicopatología cognitiva de la ansiedad. La relación ansiedad/atención es bastante obvia: una de las funciones o propósitos de la ansiedad es facilitar la detección de un peligro o una amenaza, por lo que la consideración de los procesos atencionales y preatencionales debe ocupar un lugar central. Concretamente, por lo que respecta a los trastornos de ansiedad, actualmente se postula que éstos, en general, están asociados con distorsiones sistemáticas en el procesamiento cognitivo de estímulos emocionalmente amenazantes (por ejemplo, Mathews, 1989), y que estas distorsiones van en el sentido de una mayor demanda de recursos de procesamiento debido a la presencia de indicios de amenaza, lo que interfiere con los requerimientos de las tareas con las que se enfrenta el individuo. Así, algunos autores (por ejemplo, Eysenck, 1992; Mathews, 1989) mantienen que existen diferencias en cuanto al contenido, capacidad, distraibilidad y selectividad de la atención entre individuos ansiosos y no ansiosos. Todos estos aspectos, aunque conceptualmente distintos, están dinámicamente interrelacionados: si una persona ansiosa tiene sesgos preatencionales que favorecen el procesamiento de los estímulos relacionados con la amenaza, esto podría aumentar la distraibilidad y ésta, a su vez, podría reducir la capacidad disponible de la memoria de trabajo. En concreto, algunas de las di fe ren cias en el funcionamiento atencional que se postulan que existen entre individuos ansiosos y no ansiosos son las siguientes (Eysenck, 1992):

  1. los individuos ansiosos tienen sesgos selectivos preatencionales que favorecen el procesamiento de estímulos amenazantes más que de estímulos neutrales, mientras que los no ansiosos presentan el sesgo opuesto; como consecuencia existen diferencias en el contenido de la información a la que se dirige la atención;
  2. los individuos ansiosos exhiben mayor selectividad atencional que los no ansiosos. Es decir, la tendencia a atender a palabras emocionalmente amenazantes es automática y preatencional (preconsciente). Como señalan Eysenck y Keane (1990), el que sea más probable que los pacientes ansiosos atiendan más frecuentemente a los estímulos amenazantes que los individuos normales quizá sea debido a que estos pacientes se preocupan más por los peligros potenciales del ambiente y desean disminuir la incertidumbre sobre posibles acontecimientos futuros.

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