Acabamos de ver la gama de alteraciones mnésicas en cuya etiología es determinante algún tipo de patología cerebral. Los problemas de memoria pueden aparecer igualmente en otros cuadros psicopatológicos en los que no hay un deterioro en las estructuras cerebrales y, sin embargo, en su sintomatología destacan igualmente alteraciones en la memoria que evocan —a veces en la forma, a veces en el contenido— al síndrome amnésico.
Clásicamente se ha hecho una distinción entre las amnesias de origen orgánico (el síndrome amnésico) y las amnesias funcionales. Esta distinción surge a finales del siglo XIX cuando los avances en los estudios neuroanatómicos realizados por Wernicke, Korsakoff , etc., revelaban claramente la etiología orgánica de graves alteraciones en la capacidad amnésica. Sin embargo, en el mismo período histórico autores como Charcot o Freud señalaron la existencia de ciertos tipos de amnesias (las denominadas funcionales) en cuya etiología no existía ninguna patología cerebral demostrable, sino que, por el contrario, los factores emocionales jugaban un papel primordial.
Las teorías asociativas de red y de autoesquema que tanto éxito han tenido desde la década de los setenta han puesto de moda la relación entre memoria y emoción, pero este interés no es nuevo. Freud ya nos decía que un determinante importante del olvido era el fenómeno de la represión de aquel material que tenía claras implicaciones desagradables para la persona. Desde entonces, aún no sabiendo exactamente cómo, se suele aceptar que los hechos con un valor emocional negativo pueden conducir a fenómenos amnésicos. Como señala Baddeley (1990), a veces la línea entre la evitación de búsqueda de recuerdos que están asociados con una elevada ansiedad, y la represión inconsciente de los recuerdos que no son deseados, es difícil de delimitar.
A. Represión y olvido normal
Freud observó que las experiencias emocionales negativas producen graves alteraciones en la memoria de los pacientes histéricos. La represión se define como la función de rechazar y mantener algo fuera de la consciencia. Por extensión, el fenómeno de la represión para Freud también podía aplicarse a la explicación del olvido normal. En su Psicopatología de la vida cotidiana relataba una serie de hechos que todos podíamos sufrir y que tenían una clara analogía con los síntomas neuróticos. El más representativo es sin duda el lapsus línguae, un fallo que pese a su contenido inocente no sería más que una clara «demostración» de los deseos inconscientes de quienes los cometemos y, en cierto sentido, haría cierto aquello de que «por la boca muere el pez». Es ya conocida la anécdota de aquel presidente que finalizaba su discurso de apertura de una conferencia proclamando que quedaba clausurada, cuando en realidad tenía que ser inaugurada.
En principio, incluso en un rudimentario estudio de campo, el lector podría comprobar que se da una mayor tendencia a preservar selectivamente en la memoria lo que es agradable antes que lo doloroso. Meltzer (1930) ya mostró en sus experimentos que los sujetos tendían a recordar lo agradable y a olvidar los acontecimientos desagradables. Esta especie de «olvido motivado» ha tenido una honda repercusión desde la perspectiva del concepto de represión. Kleinsmith y Kaplan (1963) presentaron a los sujetos palabras que provocaban una respuesta galvánica. Después de un breve lapso, aquellas palabras que desencadenaron una alta respuesta galvánica eran las que peor se recordaron; sin embargo, tras un período mayor de tiempo, las palabras que mejor se recordaron fueron precisamente las que provocaban una elevada respuesta galvánica. Es decir, en este experimento el material con contenido emocional negativo se recordó en un momento inicial de manera muy deficiente, pero a medida que el tiempo fue transcurriendo, este material se recordó mucho mejor. Sin embargo, si aceptáramos que las palabras hubieran sido reprimidas, deberían haber permanecido así en todo el proceso.
El concepto de represión, tal y como fue formulado y con las rémoras psicoanalíticas que ha arrastrado, ha sido muy duramente criticado. Sin embargo, actualmente autores como Erdelyi y Goldberg (1979), por ejemplo, han hecho una exhaustiva revisión de conceptos en pleno vigor en la psicología cognitiva que están considerando desde otra perspectiva el concepto «maldito» de represión (niveles de pro ce sa mien to, defensa perceptiva...). En cualquier caso, aun que el concepto de represión (o sus derivaciones más actuales) pudiera dar juego en la explicación de los olvidos psicógenos, lo cierto es que no funciona para dar cuenta del olvido normal (Perpiñá y Baños, 1991), ya que si quisiéramos explicar por qué hemos olvidado el título de un libro tendríamos que pensar que lo hemos reprimido. En este sentido, estamos de acuerdo con Pratt (1977) cuando afirma que el olvido normal es el resultado necesario de la reorganización de la memoria permanente y, por tanto, tiene un importante papel adaptativo.
El mecanismo de la represión no parece que dé cuenta del olvido cotidiano y tiene diversos problemas como explicación del olvido psicógeno, pero de lo que no cabe duda es de que el valor emocional de la información que ha de ser almacenada por una parte, y el estado emocional a la hora de recuperarla por otra, tienen una influencia decisiva en los procesos de memoria.
B. Memoria y estado de ánimo: el estado de ánimo como contexto
El valor emocional de la información afecta potencialmente a su rememoración. Edwards (1942) demostró que habitualmente se recuerdan más los sucesos gratos que los penosos; es decir, la información agradable suele ser más accesible que la desagradable y es recuperada con más exactitud y más rápidamente. ¿Este fenómeno se produce siempre? Lloyd y Lishman (1975) realizaron un estudio con deprimidos y comprobaron que estos pacientes recordaban con más rapidez los acontecimientos desagradables que los agradables. Dada la lentitud que caracteriza a estos pacientes, estos resultados parecen indicar un sesgo en la dirección de los recuerdos negativos.
Uno de los signos del énfasis que se está poniendo en el papel de la emoción sobre los procesos cognitivos se observa en lo que ya empieza a ser una tradición en la literatura experimental: nos referimos al rótulo común de trastornos emocionales que engloba a la depresión y a la ansiedad, al margen de las clasificaciones diagnósticas oficiales. Hay dos modelos teóricos que llegan a la conclusión de que tanto en la depresión como en la ansiedad se produce un sesgo selectivo en la memoria que facilita la recuperación de la información congruente con su estado emocional; dos propuestas teóricas que, aunque nacidas en contextos y con intereses distintos, conducen a las mismas conclusiones. Nos referimos a las teorías de Beck (1976) y Bower (1981). Beck, teniendo como concepto central el esquema (estructura organizada de conocimiento en el sentido de Bartlett —véase más adelante—), y Bower, apelando al concepto de nodo emocional, coinciden en la misma predicción: ambos trastornos emocionales se caracterizan por la presencia de sesgos en el procesamiento que se manifiestan en la codificación, la comprensión y la recuperación de la información emocional, que acaban favoreciendo el procesamiento de la información congruente con la emoción, bien sea la ansiedad, bien sea la depresión.
Vamos a seguir la exposición tomando como referencia el trabajo de Bower y su teoría asociativa de la memoria. Bower (1981), partiendo de su modelo de memoria de red semántica (Anderson y Bower, 1973), analiza diversos estudios sobre el fenómeno de la memoria dependiente del estado, en los que la emoción juega un papel primordial, y para acomodar tales efectos propone una extensión de su primer modelo de red. Gilligan y Bower (1984) resumen en siete postulados el cuerpo de la teoría de red del afecto, desde la que se explicarían las relaciones habidas entre estado de ánimo y memoria:
- La MLP puede considerarse como una red semántica asociativa en la que los conceptos se representan como nodos, cada uno de los cuales contiene información sobre conceptos semánticos específicos; los nodos relacionados comparten conexiones asociativas. Las emociones se conceptualizan como unidades centrales (nodos) que tienen conexiones con otros nodos afectivos, conceptuales y proposicionales relacionados, y reflejan humores, ideas, actividad autonómica, patrones expresivos y musculares y hechos relacionados que ya fueron formados durante el aprendizaje. Por ejemplo, los nodos que representan experiencias depresivas estarían unidos a conceptos de fracaso, baja autoestima, fatiga, experiencias tristes, etc.
- El material cargado emocionalmente se codifica proposicionalmente dentro de la red semántica.
- El pensamiento emerge a través de la activación de los nodos. El acceso a la información implica activar los nodos de memoria más allá de algún umbral crítico. Una vez que el nodo ha sido estimulado, el material que se relaciona con él (otros nodos) está priorizado y, si supera el umbral crítico, se activará igualmente. Esta activación puede propagarse entre los nodos conceptuales, emociona les y proposicionales.
- Un nodo puede activarse por estímulos externos o internos.
- Cuando un nodo se activa, la activación desde ese nodo se propaga de un modo selectivo a otros nodos relacionados. Los nodos activados se vuelven más disponibles, ya que ahora requieren un input menor para sobrepasar el nivel crítico de activación para su acceso.
- La asociación entre nodos se forma durante el aprendizaje. Cuando el nuevo material se aprende, se asocia con nodos ya activados al mismo tiempo.
- La consciencia consiste en una red de nodos activados por encima del umbral en un momento dado.
En definitiva, esta teoría predice que el estado de ánimo tiene una influencia decisiva en los procesos cognitivos y especialmente en la memoria, ya que el estado de ánimo en el recuerdo actúa como un elemento esencial en la memoria de trabajo. El modelo sugiere que la información congruente con el estado de ánimo recibe un procesamiento superior tanto en la codificación como en la recuperación, produciéndose un mejor recuerdo de la información congruente en comparación con la incongruente:
- en la codificación, porque esta información congruente ha tenido un mayor número de conexiones con los nodos activados, conduciendo a una representación más elaborada del material. Esta teoría también sugiere que los efectos de congruencia con el afecto serán más fuertes si la elaboración en la codificación se realiza a través de información personalmente relevante o material que incluya incidentes concretos y personajes, y
- en la recuperación, porque los nodos activados llevan a búsquedas sesgadas (procederá por las mismas rutas asociativas) y se incrementa la disponibilidad del material congruente con el humor; por el contrario, el material incongruente tendrá una búsqueda más pobre y menos disponible. En consecuencia, la información congruente con un cierto estado de ánimo estará mucho más disponible en la memoria y, por tanto, su procesamiento se verá facilitado puesto que la información está ya parcialmente activada.
El considerar al estado de ánimo como un contexto en sí mismo, en el sentido de que el material que se experimente en un estado de ánimo determinado sea mucho más probable de ser recuperado cuando se esté de nuevo en ese mismo estado, puede interpretarse según dos hipótesis derivadas del modelo de red: el aprendizaje (o recuerdo) dependiente del estado, o la congruencia con el estado de ánimo. Sin embargo, mientras que el fenómeno de la memoria dependiente del estado (lo que se experimente en un determinado estado de ánimo tenderá a ser recordado más fácilmente cuando se reinstaura ese estado de ánimo, independientemente de si el material es agradable, desagradable o neutro) cuenta con datos tanto a favor como en contra, el efecto de la congruencia con el estado de ánimo (el material acorde en valencia afectiva con el propio estado de ánimo se aprende y recuerda mejor que los estímulos con una valencia afectiva diferente) resulta más robusto. El argumento para explicar la consistencia de los resultados del efecto de congruencia se basa en que, al estar el material en consonancia con el humor actual del sujeto, éste tiene mucha más probabilidad de que se codifique de un modo más elaborado puesto que el individuo lo relaciona consigo mismo, y aquí el «contexto» es interactivo con el individuo más que simplemente aditivo, como sucede en el efecto de dependencia del estado (Baddeley, 1990; Blaney, 1986; Eysenck y Mogg, 1992).
La teoría asociativa de red ha sido un buen modelo para iniciar el estudio de la relación entre memoria y emoción, pero tiene bastantes limitaciones. Por ejemplo, aunque se ha demostrado el efecto de congruencia, también se han encontrado otros dos efectos no previstos: el efecto de simetría (recordar igual proporción de material positivo y negativo, efecto que se da en la población con depresión subclínica) y el efecto de asimetría (mayor tendencia a recordar el material positivo), que es el resultado que clásicamente se ha demostrado y que parece ser el patrón normativo de la ejecución de la memoria (Matt, Vázquez y Campbell, 1992). Lo que nos están indicando estos datos en conjunto es que los efectos del material positivo y negativo no producen los mismos sesgos. Como señala Baddeley (1990), mientras que los estados alegres tienden a promover la codificación y el recuerdo de memorias positivas e inhibir el procesamiento del material negativo, bajo un estado de ánimo triste no sucede exactamente lo mismo, puesto que en condiciones de humor triste lo que se produce es una inhibición del aprendizaje y del recuerdo del material positivo, pero no una mayor recuperación del material negativo. A este respecto, Singer y Salovey (1988) indican que quizá fuera razonable asumir que quien tiene un ánimo negativo está motivado para mejorarlo, y aunque ese estado de ánimo active las asociaciones con otros nodos de contenido negativo, puede ser que el individuo haga esfuerzos para contrarrestar este efecto focalizándose en asociaciones positivas (y por tanto no congruentes). En cualquier caso, esta asimetría sugiere que los efectos del humor en el aprendizaje y la memoria son más complejos de lo que la teoría de la red del afecto predice.
Otra de las críticas que ha recibido este modelo se refiere a cómo se describe al mecanismo de activación (Williams, Watts, MacLeod y Mathews, 1988). Según la teoría de red, la activación se comporta como un mecanismo de abajo arriba, es decir, un procesamiento bastante pasivo, conducido por los datos, y no permite acomodar muy bien a aquellos procesos que sean guiados conceptualmente. Por tanto, cabría pensar que no sea el único factor determinante.
Por último, tal vez la crítica más importante se refiere a la propia conceptualización que se hace de la emoción. Como se recordará, tanto las emociones como los conceptos cognitivos se representan como nodos dentro de la red semántica y se tratan teóricamente del mismo modo. Sin embargo, existen suficientes indicios para considerar que las emociones y las cogniciones no funcionan del mismo modo. Los estados de ánimo son difusos y difíciles de clasificar con precisión, mientras que los conceptos cognitivos son fácilmente diferenciados. Las emociones pueden experimentarse en diferentes grados de intensidad, mientras que las cogniciones tienden a ser de todo o nada y se cambia rápidamente de una cognición a otra, etc. Además, el estado de ánimo, por definición, cambia lentamente en un período de tiempo, por lo que habría que asumir que un nodo emocional activado tienda a permanecer activo durante algún tiempo. Sin embargo, los conceptos semánticos sólo se activan durante períodos de tiempo relativamente breves. En definitiva, habría que considerar que quizá las emociones sean algo más que nodos en una red semántica (MacLeod, 1990; MacLeod y Mathews, 1991; Williams y cols., 1988).
Junto a la crítica de la analogía entre emoción y cognición que este modelo propugna, nos encontramos con otra comparación que resulta igualmente problemática: considerar que todas las emociones producen los mismos efectos y sesgos independientemente de cuál sea la emoción. Sin embargo, cuando hablemos de estados emocionales tales como ansiedad o depresión, comprobaremos que cada uno de estos afectos va a imprimir distintos efectos en cómo se va a procesar la información con un tono afectivo y producirá distintos sesgos (Williams y cols., 1988).