En la década de los noventa del siglo pasado, la sensibilidad de los españoles en relación con las consecuencias negativas de la destrucción de la naturaleza fue aumentando año tras año (Orizo, 1996). Si bien el grado de aceptación de las actitudes y los valores proambientales se encuentra en tomo a la media de los países europeos (Gómez-Benito, Noya y Paniagua, 1999), estos no se manifiestan en conducta proambiental efectiva (Sevillano, 2007; Arias, Valencia y Vázquez, 2010).
La investigación psicológica en temas ambientales ha crecido considerablemente durante los últimos años y se ha centrado, principalmente, en la percepción de los problemas ambientales, la preocupación por el medio ambiente y la promoción de las conductas ambientales. El estudio de la dimensión psicológica de la cuestión medioambiental (percepción de problemas, actitudes y conductas) implica el hecho de asumir la importancia de conocer cómo los individuos evalúan, perciben y justifican el estado del medio ambiente y sus posibles causas. Implícitamente se asume que la comprensión de procesos individuales contribuirá al estudio de procesos sociales y grupales.
Problemas ambientales
¿Todos los problemas ambientales se perciben del mismo modo? ¿Existen diferencias en cuanto al grado de preocupación por distintos problemas ambientales?
En el desarrollo de escalas de actitudes ambientales o en preguntas generalistas de estudios sociológicos sobre la preocupación hacia el medio ambiente, a menudo se hace uso de etiquetas genéricas para referirse a la problemática ambiental, como la contaminación o los problemas ambientales. Asimismo, la elección de un problema ambiental concreto como indicador del grado de preocupación ambiental de las personas implica un sesgo ya que las personas no se encuentran preocupadas por igual ante los distintos problemas (Van Liere y Dunlap, 1981). Por tanto, la percepción de la problemática ambiental se mueve entre la generalidad y la especificidad. Es interesante conocer qué problemas ambientales preocupan a las personas.
Los problemas ambientales que aparecen mencionados con mayor frecuencia ante la pregunta ¿cuál es el problema ambiental que más le preocupa? son de carácter global, con consecuencias a largo plazo y de causas y soluciones complejas: la destrucción de la capa de ozono, el calentamiento del planeta y la deforestación (Sevillano, 2007). Resultados semejantes se obtienen cuando simplemente se pide enumerar problemas ambientales (Aragonés, Sevillano, Cortés y Amérigo, 2006). Sin embargo, no solo se muestra mayor preocupación y mayor accesibilidad de los problemas de tipo global, sino que además son percibidos como más graves.
Esta tendencia ha sido denominada hipermetropía ambiental y se ha relacionado con una falta de responsabilidad individual ante los problemas ambientales globales (Uzzell, 2000).
Los problemas percibidos en relación con el entorno próximo son la falta de limpieza, el tráfico y la contaminación acústica. En el ámbito nacional, se mencionan los incendios, la contaminación industrial y la contaminación de las aguas. Finalmente, a nivel mundial se perciben la destrucción de la capa de ozono, la deforestación y la energía nuclear (uso, existencia de centrales y realización de pruebas).
Mientras que los problemas percibidos en el entorno próximo tienen un componente cívico, aquellos percibidos a nivel mundial tienen un componente claramente ecologista de cuidado del medio ambiente (Sevillano y Aragonés, 2006). La alusión a un problema ambiental u otro (en una campaña informativa o en un cuestionario) estaría provocando de esta manera un marco de interpretación más local o global. En esta línea, la mención de problemas ambientales de tipo local o global se ha relacionado con el tipo de preocupación ambiental que manifiestan las personas. Los problemas de tipo local son mencionados por aquellas personas que están preocupadas por las consecuencias que el deterioro del medio ambiente pueda tener en su salud y estilo de vida, mientras que los problemas de tipo global son mencionados por aquellas personas que están preocupadas por las consecuencias que el deterioro del medio ambiente pueda tener en los elementos no humanos del planeta (Amérigo, Aragonés, Sevillano y Cortés, 2005). Por tanto, la consideración de diferentes contextos geográficos se encuentra asociada con problemas ambientales específicos y, más aún, el tipo de preocupación ambiental que manifiestan las personas resulta relevante para primar un problema ambiental u otro.
Cambio climático
La relevancia actual mediática y científica del fenómeno del cambio climático nos lleva a reservar una mención especial a este problema que se caracteriza como geográfica y psicológicamente distante (Leiserowitz, 2005; Lorenzoni y Pidgeon, 2006).
El cambio climático se refiere a cualquier cambio en el clima producido por causas naturales o humanas (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático [PICC], 2007). Sin embargo, la acción humana está acelerando, no de forma necesariamente lineal, el cambio en el clima a nivel planetario. Entre los resultados de este cambio climático se encuentran el alcance de temperaturas extremas (altas y bajas), que incrementaría la propagación de enfermedades; el aumento de las precipitaciones, con el consiguiente riesgo de inundaciones; y la ocurrencia de las sequías, lo que conlleva riesgo de incendios y agotamiento de agua para el consumo (PICC, 2007).
Las personas no ven el cambio climático, sino que tienen que valorarlo con la información de los medios de comunicación, instituciones gubernamentales y de la comunidad científica. Este conocimiento mediatizado deja la puerta abierta a posibles sesgos. Si, por un lado, las campañas informativas, los documentales y las noticias sobre cambio climático pueden resultar indudablemente efectivos en la sensibilización y promoción de conductas proambientales en la sociedad, por otro lado, se corre el riesgo de difundir una información sesgada que puede producir diferentes reacciones. De este modo, por ejemplo, encuadrar las soluciones al cambio climático o la misma existencia de este como un ataque a la libertad individual conlleva adoptar una postura u otra en función de la aceptación de dicho encuadre.
¿Cómo entienden las personas el cambio climático? Las creencias que las personas mantienen sobre la naturaleza afectan al grado de preocupación que manifiestan por el problema del cambio climático. Percibir la naturaleza como caprichosa e impredecible (Stegy Sievers, 2000) se asocia a una falta de preocupación por el cambio climático (Cortés y Sevillano, 2009). De esta forma, si los procesos naturales no responden a una lógica específica, no merece la pena preocuparse por ellos dado que son incontrolables.
En general, las personas no sienten que se encuentren ante una verdadera amenaza (Weber, 2006). Por ejemplo, determinados efectos del cambio climático son especialmente invisibles para algunos países. Aquellos países cuya temperatura media en julio, el mes más caluroso en Europa, es baja de por sí, muestran una preocupación menor por el cambio climático presumiblemente debido al hecho de que valoran más positivamente el aumento de la temperatura (Lorenzoni y Pidgeon, 2006).
Cuando las consecuencias, a menudo catastróficas, se hacen visibles (ej. en documentales y películas) e inmediatas, entonces se percibe el cambio climático como más que un simple aumento (¿agradable?) de temperatura. Algunos autores han argumentado que la probabilidad de que las personas lleven a cabo acciones proambientales relacionadas con el cambio climático es mayor cuando entran en juego reacciones afectivas y experiencias personales mientras que el uso de estadísticas que muestran el riesgo que existe resulta ineficaz (Weber, 2006; Leiserowitz, 2006).
Durante estos últimos años se han estrenado distintas producciones sobre el cambio climático. Esto ha llevado a plantearse la efectividad de estas producciones en el aumento de la preocupación ambiental del público. En concreto, distintas investigaciones han evaluado la efectividad del documental Una verdad incómoda en promover la preocupación por el cambio climático. Se ha encontrado que el documental promueve un incremento significativo de la preocupación por este problema, así como también por la pérdida de la biodiversidad (Cortés y Sevillano, 2009; Nolan, 2010).
Asimismo, las personas estimaban que en los próximos cincuenta años: a) habría mayor probabilidad de fenómenos extremos a consecuencia del cambio climático, y b) los efectos del cambio climático tendrían mayor repercusión en el propio individuo, en su país y en la naturaleza no humana (Cortés y Sevillano, 2009). Así, el visionado del documental convertiría el cambio climático en un problema más próximo porque afecta al individuo y tendría consecuencias específicas, es decir, la ocurrencia de fenómenos extremos.
La afiliación política es otro factor que resulta clave para entender los diferentes discursos de las personas dado que las cuestiones ambientales se han convertido en temas políticos (Oppenheimer y Todorov, 2006). A diferencia de los votantes de izquierdas, aquellos votantes conservadores muestran mayor escepticismo ante el cambio climático. Se cuestiona su existencia, la causa humana de este y la gravedad de sus consecuencias. Este efecto es más pronunciado en aquellas personas que declaran tener poco conocimiento sobre el cambio climático (Dunlap y McCright, 2008).
En 1997, en Estados Unidos, la administración Clinton puso en marcha una campaña informativa sobre consecuencias del cambio climático que provocó el cambio de opiniones en republicanos y demócratas, pero en direcciones opuestas. Los republicanos, más conservadores, mostraron menor preocupación después de la campaña informativa mientras que los demócratas, partido al cual pertenecía el presidente Bill Clinton, mostraron mayor preocupación (Krosnick, Holbrook y Visser, 2000).
Altruismo verde: por favor, cuide el medio ambiente
En la actualidad, esta máxima está indudablemente vigente: «el medio ambiente debe ser protegido y respetado». La naturaleza se ha hecho acreedora de consideración moral, se la cuida y se evita dañarla. Por ello, no resulta extraño que el marco teórico del altruismo y la conducta prosocial haya sido uno de los más fructíferos para la investigación en preocupación ambiental (Sevillano, Aragonés y Schultz, 2010).
Las conductas prosociales son aquellas que benefician a otras personas o a la sociedad en general (Schroeder, Penner, Dovidio y Piliavin, 1995). Así, conductas como el ahorro de energía, el reciclaje o el voluntariado pueden ser consideradas prosociales. La investigación en conductas proambientales ha estado teóricamente guiada por el modelo de la influencia normativa de Shalom Schwartz (1977). Este modelo hace hincapié en el papel de las normas personales en la explicación de las conductas prosociales. Las normas personales son las expectativas idiosincráticas de comportamiento que genera una persona ante una situación específica (ej. yo debo ir al punto limpio para depositar mi antiguo ordenador). El modelo propone una secuencia ordenada que precede a la conducta prosocial:
- activación de la norma personal;
- sentimiento de obligación personal, y
- posible neutralización de la obligación.
A su vez, la fase de activación de la norma depende de la conciencia de las consecuencias que puede tener la conducta personal (ej. reciclar mi antiguo ordenador implica evitar contaminar por desechos electrónicos). La neutralización de la obligación de actuar se produciría si se deniega la responsabilidad por las consecuencias que conlleva la conducta personal (ej. yo no soy responsable de los materiales contaminantes que se usan en los ordenadores). Así, las normas personales afectarán a la conducta prosocial si las personas son conscientes de las consecuencias que su conducta acarrea para otras personas y si no niegan su responsabilidad ante dichas consecuencias.
La aplicación del modelo de la influencia normativa a la conducta ambiental se ha llevado a cabo mayoritariamente mediante la teoría del valor-creencia-norma (Stem, Dietz, Abel, Guagnano, y Kalof, 1999; Stem, 2000), la cual mantiene los factores propuestos por el modelo normativo e incorpora los constructos de valor personal y visión ecológica del mundo.
Los valores personales o tipos de preocupación ambiental que pueden mostrar los individuos son tres: valores egoístas, valores altruistas y valores biosféricos (Stem, 2000). Esta tipología se origina en la teoría de los valores universales (Schwartz, 1992) y es la base motivacional de la conducta proambiental. La preocupación ambiental de tipo egoísta se basa en la valoración del self por encima de cualquier otra persona y de cualquier otro ser vivo.
Por ello, la persona se preocupa por aspectos del medio ambiente que pueden afectarle personalmente. La preocupación ambiental de tipo altruista se basa en la valoración de los problemas ambientales en función de la repercusión que tienen sobre otras personas (los amigos o los vecinos). Por último, la preocupación ambiental de tipo biosférico tiene en cuenta a todos los seres vivos a la hora de valorar las repercusiones de los problemas ambientales.
La visión ecológica del mundo que mantienen las personas hace referencia a las creencias sobre cómo debe ser la relación de los seres humanos con la naturaleza. Esta relación puede ser de dominación cuando se antepone el bienestar de los seres hum anos frente al de la naturaleza, o de equilibrio con la naturaleza cuando se igualan ambos bienestares. Una de las escalas más utilizadas para medir estas creencias es la escala NEP (Nuevo Paradigma Ecológico; Dunlap, Van Liere, Merting y Jones, 2000; versión en español, Amérigo y González, 2000) que se estructura en torno a cinco temas:
- limitación del crecimiento;
- antiantropocentrismo;
- fragilidad del equilibrio natural;
- rechazo de la excepcionalidad humana, y
- creencia en la crisis ecológica.
Como resumen, la teoría del valor-creencia-norma propone que los tipos de preocupación que muestran las personas ponen de manifiesto la importancia diferencial que las personas otorgan a su bienestar (valores egoístas), al bienestar de la sociedad en general (valores altruistas) y al bienestar de los seres vivos y los elementos naturales (valores biosféricos).
Por ello, las personas mantienen una creencia sobre las relaciones entre el ser humano y la naturaleza en términos bien de dominación-explotación, bien de equilibrio-interdependencia (Nuevo Paradigma Ecológico). En el nivel individual, reconocer que las condiciones del medio ambiente ponen en peligro los elementos (personales, sociales y naturales) que las personas valoran (conciencia de las consecuencias), así como aceptar la responsabilidad de mejorar dichas condiciones (ausencia de negación de la responsabilidad) lleva a la obligación personal de actuar proambientalmente (norma personal proambiental).
Factores psicológicos que afectan a la preocupación ambiental
La investigación psicoambiental que hace uso de la teorización procedente del campo del altruismo se ha centrado en los factores psicológicos que resultan útiles para explicar la conducta y la preocupación ambientales.
A continuación se revisan algunos factores, como la culpa, la atribución de responsabilidad, la empatia y las normas sociales.
Culpa
Los sentimientos de culpa y vergüenza se han asociado con las conductas proambientales.
Aquellas personas que anticipan sentimientos de culpa por no llevar a cabo conductas proambientales son las que con mayor probabilidad se comportarán proambientalmente (Kals, Schumacher y Montada, 1999; Kaiser, Schultz, Berenguer, Corral-Verdugo yTankha, 2008).
Atribución de responsabilidad
Como se ha revisado en la teoría del valor creencia-norma (Stem, 2000), si los individuos no se autoatribuyen cierto grado de responsabilidad ante los problemas del medio ambiente, la conducta proambiental es poco probable. Así, por ejemplo, las personas que atribuyen el calentamiento global al comportamiento individual, en lugar de hacerlo a procesos industriales globales, lo perciben como un problema controlable por la acción individual aunque con consecuencias desastrosas (Eiser, Reicher y Podpadec, 1995). En otras palabras, la atribución de responsabilidad individual implica percibir el problema de forma más grave, pero también con capacidad para ser solucionado. Complementariamente, la negación de la responsabilidad individual ante los problemas ambientales se ha asociado de forma consecuente con la ausencia de conductas proambientales (Kals y Maes, 2002).
Empatia
El estudio de las respuestas empáticas de las personas hacia los animales y los seres vivos es correlato lógico de la relación que las personas mantienen con la naturaleza. Promover sentimientos empáticos como respuesta al sufrimiento de los animales vivos resulta muy eficaz para elevar los niveles de preocupación ambiental y conducta proambiental. En un contexto experimental, las personas que se ponían en el lugar de un animal (una ballena) que estaba sufriendo a causa de la acción del hombre manifestaban una intención general de ayudar a las ballenas y de contribuir económicamente a su protección (Shelton y Rogers, 1981). El tipo de preocupación ambiental que manifiestan las personas también se ve afectada por las reacciones empáticas. Mientras que la preocupación de tipo biosférico aumentó, la preocupación de tipo egoísta disminuyó en las personas que trataban de empatizar con animales heridos frente a aquellas que no trataban de hacerlo (Schultz, 2000; Sevillano, Aragonés y Schultz, 2007).
Normas sociales
El efecto de las normas sociales en las conductas proambientales es uno de los aspectos con mayor aplicación dentro de la preocupación ambiental. Las normas sociales son las creencias que tienen las personas sobre la forma de comportamiento adecuado (común y aceptado socialmente) en una situación concreta. Las normas sociales se categorizan según se refieran a los comportamientos que, de hecho, presentan las personas, normas descriptivas, o reflejen los comportamientos que se deberían presentar, normas prescriptivas. Cómo afectan unas u otras en distintos escenarios ha sido objeto de múltiples estudios.
Habitualmente, encontramos mensajes que alertan sobre el escaso número de personas que realizan determinado comportamiento proambiental (ej. solo el 5% de la población deposita los teléfonos móviles en puntos limpios). Estos mensajes indican la gravedad del problema, pero también informan del impresionante porcentaje de personas que no realizan el comportamiento, por lo que indirectamente queda legitimado (Cialdini, 2003).
Estudios experimentales han mostrado que indicar que la mayoría de las personas ahorran energía (ej. el 77% de la población usa ventiladores en lugar de aire acondicionado), norma descriptiva, resulta más efectivo en la reducción del subsiguiente consumo de energía que ofrecer información sobre cómo ahorrar energía eléctrica (Nolan, Schultz, Cialdini, Griskevicius y Goldstein, 2008). Asimismo, tener en cuenta la conducta previa de ahorro energético de las personas resulta relevante.
Proporcionar información sobre la norma descriptiva puede desencadenar reacciones diferentes según la conducta previa de las personas. Si una persona que habitualmente ahorra energía recibe información que indica que el nivel de consumo medio en la población es superior al suyo, podría incrementar su consumo energético para que su conducta sea semejante a la expresada por la norma social recibida. Alternativamente, las personas con un consumo energético superior al ofrecido en la información sobre el consumo medio, podrían tratar de ahorrar energía para adecuarse a la norma. Estos son precisamente los resultados encontrados (Schultz, Nolan, Cialdini, Goldstein y Griskevicius, 2007). Asimismo, para evitar este efecto contraproducente de la norma social descriptiva, en las personas cuyo consumo está por debajo de la media de la población de referencia, se ha hecho uso de la norma prescriptiva. La manipulación experimental de la norma prescriptiva se llevó a cabo usando emoticonos (😀 o 😒 ). Las personas recibían en sus casas la información sobre su consumo eléctrico, el consumo medio de la población (norma descriptiva) y la valoración de su consumo mediante emoticonos (norma prescriptiva).
Cuando las personas consumían energía eléctrica por debajo de la media de consumo de la población, pero su conducta recibía aprobación social mediante el emotiocono sonriente (😀), no se producía un aumento del consumo energético (Schultz, Nolan, Cialdini, Goldstein y Griskevicius, 2007).