El interés por la familia en psicología social, en tanto que grupo social primario, ha tenido una larga historia que se remonta a los fundadores de la disciplina, como Ross y McDougall, hace ya más de cien años. Sin embargo, este interés contrasta con una larga ausencia de la familia en los currículos académicos. No le debe extrañar a uno esta paradoja puesto que, pese a la pertinencia de considerar la familia como objeto de estudio psicosocial, hasta los años setenta y ochenta del pasado siglo gran parte de la psicología social formal se había desarrollado en los laboratorios, a partir de interacciones sociales creadas artificialmente.
En este contexto, el estudio de un grupo social natural, caracterizado por relaciones sociales intensas y a largo plazo, como es la familia, escapaba a los métodos de investigación tradicionales que difícilmente podían acomodarse al estudio de una tríada o grupo familiar.
A partir de ese momento, el desarrollo de teorías específicas acerca del matrimonio y de las relaciones familiares logró superar la concepción reduccionista de la familia, como un mero telón de fondo del desarrollo individual.
Este desarrollo tuvo que ver con un acuerdo generalizado entre los psicólogos (clínicos, del desarrollo y sociales) acerca de la necesidad de asumir una concepción holística de la familia como una totalidad, así como de la importancia del estudio psicológico de los individuos como miembros de sistemas familiares.
La conceptualización de la familia como un sistema, inmerso a su vez en sistemas sociales más amplios, tuvo un profundo impacto en el estudio de la familia y propició la creación de una división propia en la American Psychological Association (APA) en 1985, Family Psychology, que se configuró como una de las corrientes principales en psicología.
De manera específica, entre los psicólogos sociales se incrementó notablemente el interés en distintos aspectos de la familia. Así pues, aquellos con una orientación más básica, se centraron en aplicar la cognición social al ámbito de la pareja en estudios que versaron sobre creencias realistas o irracionales en las relaciones, eficacia para resolver conflictos, y comunicación y procesos de atribución en la pareja. Aquellos con una orientación más aplicada se centraron en aspectos del funcionamiento familiar, como el apoyo social en la familia, las relaciones maritales y el ajuste psicológico, las relaciones entre roles familiares y laborales, el divorcio, el ciclo vital, el conflicto y el estrés familiar. Con todo, quizás el tema estrella en el estudio psicosociológico de la familia haya sido el relacionado con los procesos de socialización familiar y el impacto de los estilos parentales en el ajuste psicosocial de los hijos. Por su interés y relevancia, se le dedica una atención especial en este capítulo.
Lo que se pretende subrayar en esta primera parte del capítulo es el hecho de que la familia, como grupo social, merece ser objeto de estudio de pleno derecho dentro de la orientación psicosocial. Se trata de un grupo social primario valorado en distintas encuestas europeas como una de las áreas más importantes de la vida de las personas (no en vano, la mayoría de los seres humanos pasa en ella gran parte de la vida, sea en la familia de origen o en aquella que cada uno crea posteriormente), se erige como uno de los principales contextos sociales del desarrollo humano y, en consecuencia, como uno de los principales predictores del ajuste psicosocial de la persona. Este hecho, de sobra puesto de manifiesto en numerosas investigaciones, y la necesidad de comprenderlo en profundidad y de construir programas efectivos de prevención de problemas típicamente asociados con las familias (violencia, maltrato, negligencia o abusos) son razones suficientes para tratar de una psicología social de la familia.