El concepto de medio interno (milieu intérieur), referido a la situación del estado corporal, fue introducido por primera vez en la literatura científica por el fisiólogo francés Claude Bernard (1813-1878). Cinco décadas más tarde el fisiólogo Walter Cannon, matizando la definición de medio interno que había formulado Bernard, propuso el término de homeostasis para referirse al equilibrio en el que los organismos más evolucionados mantienen las variables fisiológicas internas dentro de unos estrechos límites, fuera de los cuales no podrían desarrollar su actividad vital.
Los organismos están expuestos a un ambiente de condiciones muy cambiantes, por lo que, para garantizar que las constantes vitales se mantengan dentro de ese límite compatible con la vida, parece necesario que el organismo cuente con un mecanismo de regulación con el que responder a los cambios tanto internos como externos que se pudieran producir. Este mecanismo regulador existe y lo proporciona el sistema neuroendocrino, ya que posee las herramientas necesarias para adaptar las condiciones internas del organismo a las variaciones que experimenta el ambiente. Por tanto, se podría definir la homeostasis como el equilibrio dinámico en el que las condiciones fisiológicas internas responden a los mecanismos compensatorios dirigidos y coordinados por el sistema nervioso y el sistema endocrino para conseguir que el funcionamiento del organismo se adapte a las continuas variaciones del medio ambiente, procurando mantener las condiciones óptimas en las que el organismo pueda desarrollar su actividad vital (Cooper, 2008; Gross, 2009).
Gran parte de la actividad que desarrollan los seres vivos tiene como objetivo mantener las constantes vitales que les garanticen la supervivencia y, para ello, los organismos desarrollan una serie de conductas que les procuran los medios para mantener el equilibrio del medio interno. Estas conductas se las denomina motivadas, que se podrían definir como las respuestas que emite un organismo dirigidas a la consecución de un objetivo y cuya ejecución depende de una serie de fuerzas que actúan desde dentro y fuera del cuerpo. La conducta que se va a tratar en este tema, la ingesta, se incluye dentro de las conductas motivadas primarias o instintivas puesto que de su consecución final depende la supervivencia del organismo. En este contexto, la capacidad del cerebro de reconocer como señales placenteras las percibidas a través del olor o el gusto de la mayoría de los alimentos, y de alguno de ellos con especial intensidad, supone un mecanismo imprescindible para que la ingesta sea motivante y por tanto se lleve a cabo, incrementando de esta manera las posibilidades de desarrollar correctamente las funciones vitales (Palmero, 2008; Sanz et al., 2013; Fernández Abascal, 2000; Kandel et al., 2001).
Aunque el control de la conducta de alimentación presenta una gran complejidad, como se verá a lo largo de este capítulo, los mecanismos que controlan la estabilidad de la homeostasis corporal pueden ser explicados de forma más simple a través del concepto de control mediante retroalimentación negativa. El mecanismo básico es sencillo, y es con el que funcionan, por ejemplo, los sistemas de calor y frío ambiental que cuentan para su funcionamiento con un termostato que actúa como centro de control. Imaginemos un sistema de aire acondicionado en una habitación en la que el termostato está fijado en una temperatura de 22 ºC. Si alguien entrara en la habitación y sintiera que en la estancia hace mucho calor, lo que puede suceder si la temperatura alcanzase los 28 ºC, se pondría en marcha el acondicionador, el cual comenzaría a emitir aire frío hasta que la habitación alcanzase la temperatura fijada de 22º. Cuando el termostato detectara que se ha alcanzado la temperatura de ajuste enviaría una señal al centro que regula la temperatura para que el aparato deje de emitir frío, pero en el momento en que el termostato detectase que la temperatura vuelve a subir, el aparato de aire acondicionado volvería a funcionar para hacer que la temperatura descendiese al punto de ajuste. Este sistema funciona mediante retroalimentación negativa.
La conducta de hambre responde de una manera general a este mecanismo, ya que, aunque las cantidades de alimentos que se ingieren diariamente varían en cantidad y en calidad, los compartimentos que almacenan los nutrientes permanecen relativamente constantes. El sistema neuroendocrino está preparado para actuar como un termostato que detecta las variaciones del ambiente, ajustando continuamente el funcionamiento del organismo a las condiciones del entorno y estableciendo los mecanismos correctores necesarios para que las constantes vitales que permiten el funcionamiento de las células se mantengan dentro de los niveles adecuados. No obstante, como se podrá comprobar a lo largo de la lectura de este tema, la conducta de ingesta no puede explicarse completamente según este sencillo mecanismo. No siempre que se come es porque el organismo necesita reponer energía para llevar a cabo sus funciones. Los procesos que determinan que la ingesta se inicie o cese son muy complejos y muchos de ellos han sido explicados, como se podrá ver a continuación. Sin embargo, otros muchos resultan aún, hoy en día, desconocidos y sería necesario investigar más en esta área para poder comprender con exactitud el funcionamiento de los sistemas que controlan las conductas relacionadas con la alimentación.