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Hegel se plantea llevar a cabo una filosofía sistemática en el sentido de una ciencia total, de una construcción racional que abarque toda la realidad, o más bien todo el proceso de la realidad, pues ésta se entiende como algo en movimiento. Ese movimiento de la realidad es la Dialéctica. Para Hegel, toda realidad cumple un patrón racional formado por tres momentos: la afirmación de algo (tesis), su negación (antítesis), y la síntesis de ambos, que incorpora los momentos anteriores resolviendo la contradicción y superándolos. Hegel se propone reconstruir toda la realidad del universo y la historia, entendida como el despliegue o desarrollo de ese esquema general (tesis, antítesis, síntesis), asumiendo que el proceso de la realidad responde a un orden racional (que todo lo real es racional y todo lo racional es real, como resume su famosa frase).

En su sistema filosófico lo primero sería la tesis o afirmación de la Idea, la inteligibilidad pura, el pensamiento que se piensa a sí mismo en abstracto («idea en sí», que aún no se manifiesta). Este sería el momento de la Lógica, que existe antes de que exista la Naturaleza misma. Es el Absoluto, pero entendido como puro germen en potencia, puro conjunto indefinido de posibilidades. El segundo momento, de la antítesis o negación de la Idea, sería el de la Naturaleza, el de la materia, en el que el pensamiento se negaría a sí mismo (proceso denominado alienación). La Idea aquí se despliega, se aliena de sí misma en determinaciones externas. Es la «idea fuera de sí», objetivada en la naturaleza, sin ser consciente de sí todavía. Por eso la naturaleza no es propiamente espiritual, porque no tiene conciencia, aunque sí responde a un patrón racional (el despliegue del movimiento dialéctico). En el proceso de la naturaleza, en un tercer y último momento, aparecería la vida orgánica y los seres vivos, con la conciencia. Es el momento del Espíritu, síntesis de la tesis (Lógica) y de la antítesis (Materia). La Idea, enriquecida por la exterioridad, vuelve ahora sobre sí misma. Retorna a sí, empieza a reconocerse a sí misma y se convierte en Espíritu (subjetivo, objetivo y absoluto, sucesivamente).

En el sistema de Hegel, la Lógica se ocupa de estudiar ese primer momento (con una doctrina del ser, de la esencia y del concepto), la Filosofía de la Naturaleza del segundo (las diferentes ciencias particulares se ocuparían de estudiar los patrones racionales de la naturaleza) y la Filosofía del Espíritu del último momento, el de la emergencia y desarrollo de la conciencia hasta su propia auto-conciencia. La influencia histórica de la filosofía del espíritu de Hegel, a diferencia de su filosofía de la naturaleza, que no encontró mucho eco, sería extraordinaria (Jaeschke, 1998).

La Filosofía del Espíritu abarcaría tres fases, de acuerdo con el esquema de tesis, antítesis y síntesis. La primera sería la del Espíritu Subjetivo, que se refiere al individuo libre de la naturaleza, que la ha vencido y superado. Comprende fundamentalmente el estudio del alma y su relación con el cuerpo (ligado a condiciones geográficas, históricas, biológicas, etc.), como objeto de la antropología; el desarrollo del alma desde la sensación y la percepción hasta la conciencia de sí y la razón, como objeto de la fenomenología; y el ser propiamente «espíritu», ser humano consciente y libre de condiciones materiales y manifestaciones fenoménicas, objeto de la psicología —entendiendo básicamente por ésta la antigua «psicología racional» wolffiana (Jaeschke, 1998)— . La segunda fase sería la del Espíritu Objetivo, aquella realidad que forma, frente al espíritu subjetivo, una estructura propia y que permite la realización de la libertad individual: la esfera del derecho, la moralidad y las instituciones (familia, sociedad y Estado). Y más allá del espíritu objetivo estaría el Espíritu Absoluto, momento final del sistema, en el que el pensamiento empieza a conocerse y a tomar conciencia de sí mismo a través de sus obras, de sus manifestaciones, a saber: el arte, la religión y la filosofía.

La historia de la filosofía habría seguido el mismo patrón de los tres momentos de desarrollo: la filosofía griega se habría ocupado del «objeto» (de la naturaleza), la filosofía moderna, desde Descartes a Kant, se ocuparía del «sujeto», y la filosofía idealista de la fusión del sujeto y objeto. En esa fusión, Fichte representaría un primer momento, centrado en el Yo; Schelling un segundo momento, centrado en la Naturaleza; y el mismo Hegel, su síntesis y culminación, con su identificación del Yo con la Naturaleza. La propia Fenomenología del Espíritu de Hegel, que publica en 1807 como introducción a su sistema, sería para él la culminación del Espíritu Absoluto.

Implicaciones para la psicología

El sistema hegeliano como tal está lejos de alentar el tipo de inves­ tigación empírica que veíamos impulsarse en el siglo XVIII, ni en la dirección de una medición de los fenómenos mentales ni de una descripción y clasificación de tales fenómenos. Sin embargo, el idealismo, como el romanticismo en general, encumbran la idea de subjetividad y de conciencia, abriendo aún más el camino a su exploración. En este sentido, su desarrollo de la noción de espíritu (en términos genéticos, históricos) y de autoconciencia, término relativamente nuevo tanto en la filosofía como en el lenguaje popular, tendrá consecuencias inevitables. De particular relevancia será la idea de «historicidad» del espíritu y de su objetivación tanto en el derecho, la moral y las instituciones (Espíritu Objetivo), como en el arte, la religión y la filosofía (Espíritu Absoluto).

La concepción de la realidad humana de Hegel como devenir en la historia, que comprende el mundo como algo ligado intrínsecamente a su propia actividad y no como algo inerte y ajeno, constituirán un legado fundamental. Además de inspirar, entre otros, un pensamiento revolucionario como el marxismo, que hará de la realización de nuestra propia libertad la tarea propia del género humano, tendrá una gran influencia sobre las ciencias históricas, entonces en plena formación, así como sobre una nueva filología que se presenta precisamente como una historia del espíritu, de cuya mano se desarrollará uno de los primeros proyectos para la psicología del siglo XIX, la psicología de los Pueblos y Filología de Moritz Lazarus (1824-1903) y Heymann Steinthal (1823-1899).

Mucho antes de que esto ocurra, en todo caso, cabe señalar que el primer manual de historia de la psicología propiamente dicho, de 1808, beberá ya de estas fuentes románticas e idealistas. Su autor, Friedrich August Carus (1770-1807), describe el progreso que va desde las ideas mitológicas sobre el alma hasta la psicología empírica de la época con el objetivo de ofrecer «la historia del esclarecimiento progresivo de la conciencia de sí de la naturaleza espiritual» (Carus, 1808, citado por Vidal, 2000, p. 48). Para Carus, el progreso de una ciencia psicológica constituye en sí mismo un desarrollo de la conciencia que el espíritu humano tiene de sí mismo, y su propia obra sería un ejemplo de ello.

Por otro lado, más allá del idealismo hegeliano y del propio romanticismo, que a través de la literatura reclamará una psicología más profunda, compleja y espiritual, otras vías seguirán explorando la posibilidad de una psicología empírica que observe y cuantifique los fenómenos mentales. El sucesor de Kant en su cátedra de Königsberg (y antiguo alumno de Fichte), Johann Friedrich Herbart, así lo hará, apostando por una psicología como ciencia de las representaciones que tendrá una enorme influencia tanto en el desarrollo posterior de una psicología experimental como en el de la misma psicología de los pueblos.

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