Con su pionera investigación sobre la memoria, la figura de Ebbinghaus marca el comienzo del estudio experimental de los procesos mentales superiores, que hasta entonces se habían considerado demasiado complejos, subjetivos y fugaces como para ser objeto de examen en el marco del laboratorio.
Hermann Ebbinghaus (1850-1909) nació en Barmen, ciudad alemana próxima a Bonn, perteneciente por entonces al reino de Prusia. De familia acomodada, cursó estudios humanísticos (historia antigua, filología clásica, filosofía griega...) en las universidades de Bonn, Halle y Berlín.
Tras el paréntesis de la guerra franco-prusiana (1870-1871), en la que participó como voluntario, completó esos estudios con otros de antropología y filosofía en la Universidad de Bonn, en la que obtuvo el título de doctor en filosofía con una tesis sobre La filosofía del inconsciente en Hartmann (1873). Durante algunos años se dedicó a viajar y a completar su formación mientras daba clases para ganarse la vida. En Inglaterra (1875-1877) amplió sus conocimientos sobre la psicología moderna y descubrió los Elementos de Psicofísica de Fechner, que le causaron una profunda impresión e influyeron luego decisivamente en su obra. Estuvo también en París (1877-1878) haciendo amplio uso de sus bibliotecas y enseñando alemán a niños de la aristocracia. En 1878 regresó finalmente a Alemania como tutor de francés del príncipe Waldemar de Prusia, hijo del príncipe heredero alemán, que falleció inesperada y prematuramente al año siguiente. Decidió entonces acometer de manera sistemática una investigación sobre la memoria en la que venía trabajando informalmente desde tiempo atrás; una investigación que, además de procurarle un puesto de profesor de filosofía en la universidad de Berlín, iba a asegurarle un lugar eminente en la historia de la psicología.
Emprender un estudio de naturaleza experimental sobre la memoria en 1879 no era, desde luego, tarea fácil. No sólo suponía contravenir la opinión establecida acerca de la imposibilidad someter los procesos mentales superiores a la disciplina del laboratorio (una opinión sancionada por la autoridad de Wundt, quien, como hemos visto, proponía para ellos una aproximación etnopsicológica bien distinta), sino que obligaba a concebir nuevos materiales y procedimientos frente a los utilizados en los estudios sobre percepción sensorial y tiempos de reacción propios de la psicología experimental al uso.
Los nuevos materiales estimulares que ideó Ebbinghaus para su investigación fueron las conocidas como “sílabas sin sentido”, esto es, unas sílabas carentes de todo significado que obtenía intercalando un sonido vocálico entre dos consonánticos. De este modo construyó unas 2300 sílabas (como gam, nol, dük o buf) que luego mezclaba al azar para formar las series de longitud variable que iban a servirle de material para cada prueba. Aunque también realizó algunas con material significativo, trabajar con material carente de significado como el descrito tenía para Ebbinghaus ventajas considerables. Por lo pronto, permitía neutralizar la influencia de otro modo incontrolable de numerosos factores, como el interés, la belleza o las múltiples asociaciones que puede despertar en el sujeto el material significativo interfiriendo en el proceso rememorativo en cuanto tal. Se trataba además de un material sumamente sencillo que hacía posibles innumerables combinaciones de carácter homogéneo (frente a la poesía y la prosa, que, en opinión de Ebbinghaus, tenían siempre algo de incomparable). Por último, el material sin sentido podía ser sometido a variaciones cuantitativas precisas sin sufrir los efectos perturbadores que aparecían irremediablemente cuando se alteraba el sentido del material significativo al acortarlo artificialmente, bien empezándolo a medias o interrumpiéndolo antes de finalizar.
En definitiva, lo que Ebbinghaus pretendía era a llevar a cabo con la memoria algo parecido a lo que había hecho Fechner con la sensación; esto es, someterla a una medición exacta en aplicación del llamado “método de la ciencia natural”, del que se manifestó como un defensor acérrimo. Buscando dar a sus resultados la mayor objetividad y precisión posibles, impuso además a sus experimentos condiciones extremadamente rigurosas que se esforzó por cumplir escrupulosamente. Así, por ejemplo, las series de sílabas sin sentido debían leerse a una velocidad constante (medida por un metrónomo o un reloj) y hacerlo siempre en su totalidad, nunca por partes; entre el aprendizaje de una serie y el de la siguiente debía dejarse una pausa de 15 segundos; las condiciones objetivas de la vida cotidiana debían mantenerse constantes y las pruebas realizarse en distintos momentos del día; etc., etc. De este modo aspiraba a neutralizar la influencia no deseada de factores ajenos a los problemas estudiados.
Uno de estos problemas era el de la relación entre la cantidad de material a memorizar y la rapidez de la memorización, y para su resolución ideó el llamado “método del aprendizaje”.
Consistía este en registrar el tiempo y número de lecturas requeridos para memorizar listas de sílabas sin sentido de distinta longitud hasta lograr reproducirlas una vez sin titubeos ni errores.
Como era de esperar, cuanto mayor era la longitud de las listas, mayor tiempo y esfuerzo exigía su memorización. Pero Ebbinghaus intentó precisar además en qué medida esto era así. Halló de este modo que el tiempo de memorización no aumentaba a la par que la longitud de las listas memorizadas, sino que lo hacía con mayor rapidez. Comparó también los tiempos de memorización de materiales con y sin sentido, determinando asimismo con exactitud la ventaja de los primeros sobre los segundos: mientras que para la reproducción sin errores de 6 estrofas de un poema de lord Byron, de unas 80 sílabas de extensión, solo necesitó 8 lecturas, para memorizar una cantidad equivalente de sílabas sin sentido habría necesitado entre 70 y 80 repeticiones. Sin duda el lenguaje significativo empleado en el poema así como su ritmo y su rima eran factores que favorecían y facilitaban la memorización.
Otro de los problemas planteados fue el de la relación existente entre el número de lecturas del material y su retención posterior; o, dicho en otros términos, el problema del “sobreaprendizaje”. Para abordarlo, concibió el “método del ahorro”: se trataba de memorizar listas de 16 sílabas sin sentido y leerlas un número variable de veces (entre 8 y 64), para comprobar luego, 24 horas más tarde, cuántas lecturas menos se necesitaban para lograr recordar esas mismas listas; esto es, cuántas repeticiones “se ahorraban” respecto de las exigidas al memorizarlas inicialmente (considerando siempre como memorización la posibilidad de reproducir las listas una vez sin cometer error alguno). Los resultados mostraban la influencia positiva del sobreaprendizaje (es decir, las repeticiones que sobrepasaban el número mínimo necesario para lograr una reproducción sin errores), que permitía ahorrar a la memorización del día siguiente aproximadamente un 1% por repetición (si bien dentro de ciertos límites marcados por factores como la fatiga y otras limitaciones fisiológicas).
Entre los resultados más duraderos de sus experimentos se cuentan los obtenidos en su estudio de la influencia que sobre el recuerdo tiene el transcurso del tiempo. Aquí el procedimiento adoptado era el siguiente: se estudiaban varias listas de un número determinado sílabas sin sentido y se volvían a estudiar luego, dejando pasar diversos intervalos de tiempo (de 20 minutos a 31 días) y registrando en cada caso el porcentaje de ahorro (y de su contrario, el olvido) que se producía al reaprenderlas. Los resultados mostraban que el alto porcentaje de olvido observado en las primeras sesiones iba disminuyendo en las siguientes hasta que las diferencias entre unas sesiones y otras desaparecían prácticamente en las últimas. Estos resultados suelen representarse gráficamente en una curva de fuerte descenso inicial y gradual nivelación subsiguiente que ha venido conociéndose como “curva del olvido” o “curva de Ebbinghaus”, en reconocimiento al psicólogo alemán que recabó estos datos por primera vez (Figura 1).
Ebbinghaus atendió también a otros problemas, como los del efecto que sobre la retención tienen el repaso y el orden de los elementos a retener. A todos ellos se aproximó de manera extremadamente concienzuda y minuciosa, utilizándose siempre a sí mismo como sujeto en los experimentos que llevó a cabo a lo largo del curso 1879-1880 y que repitió luego, entre 1883 y 1884, para asegurarse de la fiabilidad de los resultados. Su monografía Sobre la memoria, publicada al año siguiente, fue acogida con general admiración y aplauso, y su aparición contribuyó a dar un fuerte impulso a la investigación en este terreno, que la tomó como modelo.
No iba a corresponder ya a Ebbinghaus liderar esa investigación, sin embargo, ya que a partir de entonces dejó definitivamente de trabajar sobre la memoria para centrar su atención en otras tareas (principalmente editoriales y docentes, aunque también investigadoras, si bien en otros campos). Personalidad independiente y alejada de todo espíritu dogmático y de escuela, careció también de discípulos que continuaran su labor. La antorcha en ese terreno quedó en manos de Georg Elias Müller (1850-1934), catedrático de la Universidad de Gotinga profundamente influido por Ebbinghaus e investigador a su vez sumamente influyente, que tenía a su cargo uno de los laboratorios de psicología experimental mejor equipados de Alemania al que logró atraer a multitud de discípulos (como Hans Rupp, David Katz, Edgar Rubin o Harry Helson, entre los más eminentes).
También Ebbinghaus fundó y equipó laboratorios de psicología en aquellas universidades en las se desempeñó como docente (Berlín, Breslau, Halle), pero su uso se orientaba más a ilustrar clases que a fines propiamente investigadores. Relación mucho más directa con la investigación tuvo en cambio su creación, junto al físico y fisiólogo Arthur König (1856-1901), de la Revista de Psicología y Fisiología de los Órganos Sensoriales (1890), que contó con con la colaboración de científicos de primera línea como H. Helmholtz, G. E. Müller, W. Preyer y C. Stumpf y que, al abrir sus páginas a temas y autores alejados de la ortodoxia wundtiana, supuso una alternativa a los Estudios Psicológicos de Wundt que contribuyó eficazmente a promover y difundir la psicología como ciencia natural. En sus últimos años, Ebbinghaus dedicó gran cantidad de tiempo y esfuerzo a la redacción de unos manuales generales, sus Principios de Psicología en dos volúmenes (1897/1902 y 1908/1913) y el más breve Compendio de Psicología (1908), que tuvieron una excelente acogida tanto en Alemania como fuera de ella. En cuanto a su labor investigadora propiamente dicha, merece recordarse también especialmente su elaboración de un test de inteligencia diseñado para evaluar el efecto de la fatiga en el rendimiento escolar, consistente en una prueba en la que los niños tenían que completar las frases de un texto insertando en él las palabras que faltaban. Adaptado luego por Binet y por Terman en sus famosas escalas de inteligencia, el conocido como “test de terminación de Ebbinghaus” (1897) hace asimismo de su autor un pionero de la psicología aplicada en un momento en que la tentación utilitaria equivalía para muchos a la renuncia a los limpios principios de la ciencia pura.
Así pues, como puede apreciarse, la significación psicológica de Ebbinghaus dista mucho de poder limitarse a su contribución al estudio experimental de la memoria por la que hoy suele recordársele. Y tampoco debe pasarse por alto que ese recuerdo no siempre ha sido particularmente elogioso o favorable. En época reciente, por ejemplo, en el marco de la moderna psicología cognitiva, se le ha reprochado la artificialidad de las situaciones experimentales que diseñó y su falta de atención a los factores contextuales y semánticos que tan decisivo papel desempeñan en el funcionamiento de la memoria humana (Neisser, 1982).
Con todo, ha sido sin duda su trabajo sobre la memoria el que ha terminado dejando una huella más profunda y duradera. Con su riguroso control de las variables en juego y su amplio uso de las matemáticas tanto en el tratamiento de los datos como en la discusión de los resultados, constituyó un convincente argumento a favor de la posibilidad de acercarse a los procesos mentales más complejos con una metodología objetiva, convirtiéndose así en una poderosa fuente de inspiración para todos aquellos que, en su época, aspiraban a hacer de la psicología una empresa genuinamente científica.