Una de las primeras fue sin duda la del filósofo y psicólogo alemán Franz Brentano (1838-1917), sacerdote católico separado de la Iglesia a raíz del Concilio Vaticano I (1869-1870) y profesor de las universidades de Wurzburgo y Viena de accidentada trayectoria académica y personal, cuya obra psicológica capital, La psicología desde el punto de vista empírico, vio la luz en 1874, el mismo año en que aparecía el segundo volumen de los Fundamentos de psicología fisiológica, la gran obra sistemática de Wundt.
El interés de Brentano por la psicología respondía, en última instancia, a la pretensión de devolver a la filosofía un esplendor que, en su opinión, había perdido desde Kant. A los excesos especulativos cometidos por el pensamiento idealista alemán había que oponer una filosofía científica, anclada en la experiencia entendida al modo de las ciencias naturales, que por este procedimiento (y al calor del positivismo filosófico reinante) habían alcanzado por entonces un grado de desarrollo extraordinario. Y era precisamente la psicología la que podía proporcionar a la filosofía el fundamento científico que ésta venía reclamando.
Brentano reconocía, sin embargo, que la psicología de su tiempo no estaba a la altura de semejante misión. Escindida en numerosas tendencias enfrentadas, cualquier afirmación sobre lo psíquico resultaba inmediatamente cuestionada desde uno u otro sector. Era preciso por tanto hacer frente a esa situación delimitando con nitidez su ámbito propio, definiendo su objeto y sentando así las bases de una psicología verdaderamente científica capaz de sustituir a todas las demás. Sólo así podría aspirar a convertirse en el sólido fundamento de la filosofía.
Así, pues, Brentano situaba su indagación en el ámbito de la experiencia, el marco fenomenista en que se hallaba instalado el pensamiento científico-positivo más reciente. La psicología tendría que ser una ciencia de fenómenos, la ciencia de los fenómenos psíquicos. Atrás quedaba, por tanto, la idea de una psicología del alma entendida como sustancia o sustrato unitario de sus facultades, una concepción filosófica propia de la tradición metafísica anterior que resultaba claramente insatisfactoria desde el punto de vista científico que la nueva situación parecía exigir.
Ahora bien, los fenómenos psíquicos ¿en qué consisten? ¿En qué se diferencian de los que no lo son, de los fenómenos físicos? Tras examinar minuciosamente distintas posibilidades que terminaba rechazando por insuficientes, Brentano llegaba finalmente a la siguiente caracterización general:
Todo fenómeno psíquico está caracterizado por lo que los escolásticos de la Edad Media han llamado la inexistencia intencional (o mental) de un objeto, y que nosotros llamaríamos [...] la referencia a un contenido, la dirección hacia un objeto [...], o la objetividad inmanente. Todo fenómeno psíquico contiene en sí algo como su objeto, si bien no todos del mismo modo. En la representación hay algo representado; en el juicio hay algo admitido o rechazado; en el amor, amado; en el odio, odiado; en el apetito, apetecido, etc.
Esta inexistencia intencional es exclusivamente propia de los fenómenos psíquicos. Ningún fenómeno físico ofrece nada semejante. Con lo cual podemos definir los fenómenos psíquicos diciendo que son aquellos fenómenos que contienen en sí, intencionalmente, un objeto -(Brentano, 1874/1935: 28-29).
La intencionalidad es pues la clave. En la acepción de Brentano, la intencionalidad nada tiene que ver con la “intención” o el “propósito”, sino -como se expresa en el fragmento citado- con la “referencia a un contenido” o la “dirección hacia un objeto” (o, si se quiere en otros términos, la conciencia que se tiene de él). Brentano distingue, pues, entre los objetos o contenidos (objetivos) a que remite todo fenómeno psíquico y la acción (subjetiva) de dirigirse o referirse a ellos. Y es esto último lo decisivo: lo psíquico es propiamente el acto del sujeto, no su objeto o contenido, por más que éste aparezca siempre necesariamente incluido en aquel. Es el ver, no lo visto; el desear, no lo deseado, lo característicamente psíquico. Se trata por tanto de un acto relacional que vincula a sujeto y objeto en una estructura que los refiere mutuamente. No hay propiamente objeto si no es en un acto subjetivo, intencional, que lo contiene; y no hay acto subjetivo que no contenga intencional y necesariamente algún objeto. En el fenómeno psíquico, sujeto y objeto se coimplican.
Pero no todos los fenómenos psíquicos –había escrito Brentano- contienen sus objetos del mismo modo. La referencia intencional a los objetos puede hacerse de varias formas, y Brentano distinguió tres grandes tipos de fenómenos psíquicos en función de esos distintos modos de referencia: las representaciones, los juicios, y lo que llamó “actos de amor y odio”; una nítida distinción conceptual a la que no había que pensar que correspondiese una distinción real igualmente nítida, sin embargo. Porque, en la realidad, estas tres clases de fenómenos se hallan íntimamente entrelazadas, de modo que no hay acto psíquico en que no estén las tres de alguna manera implicadas.
La representación es para Brentano el fenómeno psíquico básico, ya que estría supuesto en todos los demás. En la medida en que todo fenómeno psíquico consiste en la referencia a un objeto, éste tiene que hacerse presente al sujeto de algún modo como condición previa. La representación, pues (habría que hablar tal vez mejor de “presentación”), no es otra cosa que la presencia mental de un objeto, independientemente de que éste sea real o no: un color, un sonido, una imagen... o un fenómeno psíquico. Porque aunque los fenómenos psíquicos se dirigen primariamente hacia lo externo, también pueden hacerlo secundariamente hacia lo interno y volverse hacia los fenómenos psíquicos mismos, convirtiéndolos de este modo en objetos intencionales suyos. Así, todos los fenómenos psíquicos o son representaciones o se basan en ellas.
Esos objetos presentes o representados pueden además aceptarse o afirmarse como verdaderos o rechazarse y negarse como falsos. Es esta una segunda manera de referencia que Brentano denominó “juicio” (un tipo de fenómenos que tradicionalmente se confundía con los primeros bajo la categoría común de “pensar”). O pueden también admitirse como buenos y valiosos, o rechazarse como malos y carentes de valor. Es el caso de los “actos de amor y odio”, dentro de los cuales englobaba Brentano los todos fenómenos emocionales y volitivos, tradicionalmente separados, cuyas diferencias sin embargo consideraba más bien de grado que propiamente esenciales.
Brentano sostenía, además, que cada una de estas distintas formas de referencia intencional tenía un tipo de perfección que le era propio y característico: el de la actividad representativa estaría en la contemplación de la belleza; el de la judicativa en el conocimiento de la verdad; y el de la actividad amatoria en el ejercicio del bien o el amor al bien por el bien mismo. La estética, la ciencia (lógica y teoría del conocimiento) y la ética vendrían a encontrar así su raíz y justificación en una psicología que se convertía de ese modo en la ciencia fundante de todas las disciplinas no físicas.
Como Wundt, por tanto, Brentano quiso convertir la psicología en una auténtica ciencia; una ciencia empírica interesada en ciertos fenómenos de la experiencia y desentendida en cambio de supuestas “sustancias” que habrían obligado a fundarla en hipótesis metafísicas sobre la existencia de algún sustrato permanente situado más allá de toda experiencia posible. Como Wundt, asimismo, pretendió hacer de la psicología la ciencia fundamental, cimentando en ella la filosofía.
La pretensión de Brentano, sin embargo, se orientaba por derroteros bien distintos de los wundtianos, expresando así ejemplarmente la diversidad de cauces por los que habría de discurrir la psicología en lo sucesivo.
En uno de los cursos que profesó en la Universidad de Viena, publicado mucho después de su muerte (Brentano, 1982/1995), Brentano había distinguido entre dos grandes partes o tareas de la psicología: una “descriptiva” y otra “genética”. La primera o “psicognosia” (como también la llamó) era lógicamente prioritaria, pues su objetivo era esclarecer conceptualmente aquello que la segunda aspiraba a explicar causalmente. Mal podrán investigarse las causas de los fenómenos de la memoria, escribió por ejemplo, sin tener claras previamente las características principales de estos fenómenos. La psicología de Brentano fue fundamentalmente una psicología descriptiva preocupada por establecer con precisión la definición y clasificación de los fenómenos psíquicos (Gilson, 1955). La de Wundt, por el contrario, se ajustaba más bien a la concepción brentaniana de una “psicología genética”, esto es, una psicología atenta a descubrir la “génesis” o condiciones causales a que están sujetos concretamente los fenómenos.
Tampoco la concepción de lo psíquico era en modo alguno semejante en ambos autores.
Wundt había definido la psicología como una “ciencia de la experiencia inmediata” que debía ocuparse del “contenido total de la experiencia” (Wundt,1896/1902: 11-12), esto es, tanto de los factores subjetivos como de los objetivos que la integran (las ciencias naturales, en cambio, sólo atenderían a los objetos de la experiencia, con abstracción de las dimensiones subjetivas de la misma). Eso convertía a la psicología de Wundt en una psicología especialmente centrada en los “contenidos”, ya que es este “contenido total” lo que viene a caracterizar y distinguir a los fenómenos por los que la psicología se interesa. En Brentano, en cambio, como hemos visto, no son los contenidos los que definen lo psíquico, sino el acto intencional de referirse a ellos. Su psicología será una psicología de actos en la que no es lo representado, lo juzgado o lo deseado lo que interesa, sino la acción misma de representarlo, juzgarlo o desearlo.
Tales diferencias en el modo de entender lo psíquico llevaban aparejadas asimismo una profunda discrepancia en la concepción de los métodos. Porque Brentano había hecho suya la crítica del filósofo francés Auguste Comte (1798-1857) y había negado todo valor científico a la introspección. Los fenómenos psíquicos no pueden ser atendidos u observados al modo de los físicos, porque la observación los altera sin remedio. Inténtese observar atentamente cualquier fenómeno emocional propio, por ejemplo, y se advertirá cómo la emoción se esfuma de inmediato y queda suplantada por la observación misma. Los fenómenos psíquicos son refractarios a la observación, que exige del objeto una estabilidad y una duración que sólo pueden encontrarse en los físicos.
Wundt había intentado sortear las dificultades planteadas por la introspección mediante el establecimiento de rigurosas condiciones de control experimental. Propugnó así la llamada auto-observación o introspección experimental, que buscaba proporcionar las máximas garantías de objetividad a la realización de las observaciones e informes introspectivos de los sujetos. Pero para ello hubo de limitar su indagación a procesos elementales de tipo sensorial o afectivo (los únicos que, según él, se podían controlar experimentalmente), sacando del laboratorio la investigación de los procesos mentales superiores, más complejos, que se dejaba finalmente en manos de la psicología de los pueblos.
A diferencia del enfoque experimental wundtiano, el de Brentano era un “punto de vista empírico” que aspiraba a obtener sus datos no sólo de la experimentación (aunque también) sino de toda posible experiencia. Y que los fenómenos psíquicos no fueran susceptibles de ser atendidos u observados directamente no quería decir que no fueran accesibles a ella. Lo eran, desde luego, a lo que Brentano llamó la percepción interna, esto es, una noticia inmediata e infalible, si bien marginal, que tiene el sujeto del acto psíquico cuando éste se produce. En otros términos, los fenómenos psíquicos van siempre acompañados de un cierto saber o conocimiento de ellos que tiene lugar en los márgenes de la conciencia. Se trata de una noticia instantánea, limitada estrictamente al momento mismo de su aparición, por lo que –pensaba Brentano- era preciso completarla con la memoria, recurrir a la huella que deja en la memoria inmediata, para poder hacer de esta percepción interna un uso científico (por más que este recurso introdujera un elemento de falibilidad en el conocimiento resultante que éste no tenía en su origen).
En definitiva, como puede apreciarse, ni en la manera de entender la tarea de la ciencia psicológica, ni en el modo de concebir su objeto y su método, coincidían estas dos figuras clave de la psicología moderna. Fue la de Wundt, desde luego, con su ingente obra publicada y su poderoso respaldo institucional, la que se impuso y alcanzó mayor difusión en los años finales del siglo XIX.
Brentano, en cambio, publicó muy poco. Su psicología carece del desarrollo sistemático que quiso dar Wundt a la suya y, aunque centrada indudablemente en cuestiones fundamentales, apenas constituye un ejercicio de propedéutica. Ello no obstante, excelente maestro y dotado de gran atractivo personal, ejerció una profunda influencia en numerosos discípulos que siguieron sus enseñazas y desarrollaron su pensamiento en líneas diversas y originales.
Entre los que han ocupado un lugar importante en la historia de la psicología, debe destacarse a Edmund Husserl (1859-1938), “padre” de la fenomenología, en cuya base se encuentran ideas tan brentanianas como las de la conciencia como referencia intencional de un sujeto a un objeto, la diversidad de las formas que puede adoptar esa referencia, y el examen descriptivo y sistemático de esas formas como la tarea propia de la psicología. Discípulos de Brentano fueron también dos figuras señeras de la llamada “escuela austriaca de la psicología del acto”, Alexius Meinong (1853-1920) y Christian von Ehrenfels (1859-1932), teórico este último de las llamadas “cualidades gestálticas”, precursoras de las “formas” o “Gestalten” tematizadas más adelante por los psicólogos de la Gestalt.
Mencionemos por último la influyente figura de Carl Stumpf (1848-1936), fundador y director del Instituto Psicológico de Berlín (donde se formaron, entre otros, Köhler y Koffka, dos de los líderes de la “escuela de la Gestalt”), que, en la línea de su maestro, abogó por una psicología de los actos o funciones psíquicas, que debía ir precedida por una fenomenología o estudio de sus contenidos o fenómenos (Albertazzi, Libardi y Poli, 1996; Spiegelberg, 1965).