Como acabamos de señalar, algunas explicaciones teóricas han buscado la clave en la existencia de más de un sistema de memoria, de forma que mientras que uno se conserva intacto en la amnesia y es el responsable del funcionamiento normal del amnésico en ciertas pruebas, otro u otros sistemas están deteriorados en el amnésico y por eso no obtiene un buen rendimiento en las pruebas correspondientes.
Así, la distinción entre memoria episódica y memoria semántica (Tulving, 1972) ha servido a algunos autores para mantener que en el síndrome amnésico la memoria semántica funciona con normalidad y que ello explicaría la conservación de las funciones lingüísticas, mientras que el deterioro de la memoria episódica daría lugar a los fracasos de recuerdo y reconocimiento propios de estos pacientes. Como hemos visto en páginas anteriores, si bien es cierto que el amnésico mantiene intactas las funciones de lenguaje y muestra un buen rendimiento en pruebas semánticas que requieren conocimientos adquiridos tiempo atrás, también es verdad que todos los conceptos y reglas que se precisan para resolver esas pruebas con éxito son adquisiciones muy tempranas en la vida de cualquiera. Al igual que con los recuerdos personales (episódicos) muy antiguos, esas funciones y conocimientos semánticos parecen estar preservados por igual en la amnesia, por lo que la distinción episódico-semántica no sería de utilidad a la hora de explicar las pérdidas retrógradas. ¿Y qué decir de las diferencias respecto a medidas anterógradas? Como ya se ha comentado, aunque no hay comparaciones directas del rendimiento en tareas semánticas y episódicas para lo adquirido tras el comienzo de la amnesia, sí existen ciertas pruebas de que el amnésico tiene dificultad para aprender nuevas palabras o expresiones, lo mismo que es incapaz de recordar o reconocer episodios recientes. Aunque estos datos se pueden interpretar como contrarios a la idea de que el amnésico sólo tiene problemas episódicos pero no semánticos, también es cierto que nuestro aprendizaje semántico (en los adultos) a menudo descansa en el recuerdo episódico. Así, por ejemplo, cuando leemos una palabra nueva que no entendemos, tendemos a fijarnos en el contexto en el que aparece y si nos la volvemos a encontrar intentamos evocar el episodio previo en el que la vimos por primera vez, pues pensamos que eso nos ayudará a construir su significado (semántico) y no olvidarlo. Por tanto, las dificultades semánticas de los amnésicos no tienen por qué hacernos desechar la hipótesis de que el problema fundamental de los amnésicos está en la estructura episódica.
Por otro lado, el propio Tulving ha publicado recientemente una definición de memoria episódica que puede ayudar en la explicación del déficit amnésico. Según Tulving (2005),
«La memoria episódica es un sistema de memoria cerebro-mente (neurocognitivo), recientemente evolucionado, de desarrollo tardío y deterioro temprano. Está orientado al pasa do, es más vulnerable a la disfunción neuronal que otros sistemas de memoria, y probablemente es únicamente humano. Hace posible el viaje mental en el tiempo a través del tiempo subjetivo —pasado, presente y futuro. Este viaje mental en el tiempo le permite a uno, como “propietario” de memoria episódica (“self”), por medio de la conciencia autonoética, recordar las propias experiencias previas “sobre las que ha pensado”, al igual que “pensar sobre” las propias experiencias posibles del futuro. Las operaciones de la memoria episódica requieren el sistema semántico, pero van más allá de éste. Recuperar información de la memoria episódica (“recordar”) requiere el establecimiento y mantenimiento de una actitud mental especial, llamada “modo de recuperación” episódico. Los componentes neurales de la memoria episódica comprenden una red ampliamente distribuida de regiones cerebrales corticales y subcorticales, que se solapan con, y se extienden más allá de, las redes que sirven a otros sistemas de memoria. La esencia de la memoria episódica está en la conjunción de tres conceptos: self, conciencia autonoética y tiempo subjetivo».
Como se ve, desde esta perspectiva el daño en el frágil sistema episódico explicaría los resultados de los amnésicos en tareas directas, y los vincularía directamente con la conciencia, como se explica más adelante.
Por otro lado, si suponemos que tanto la memoria semántica como la episódica están en oposición al sistema de procedimientos o «no declarativo» (Squire y cols., 1993), se pueden explicar resultados que parecen caracterizar al patrón amnésico. En efecto, la mayor parte de las tareas indirec tas, en las que los amnésicos dan muestras de un funcionamiento muy parecido al normal, parecen referirse a ese tipo de conocimiento, de «saber cómo», propio del sistema de procedimientos. El amnésico sabe cómo resolver rompecabezas, cómo realizar una tarea perceptivo-motora que antes del entrenamiento no conocía, cómo comportarse ante alguien que lleva alfileres en la mano, y un largo etcétera, aunque no recuerde en absoluto cuándo aprendió esas destrezas, ni siquiera el haberlas practicado antes. Sin embargo, los fenómenos de facilitación perceptiva, a los que los amnésicos mues tran una sensibilidad prácticamente normal, no parecen encajar con suavidad en un sistema de procedimientos y reglas que funcionan de un modo bastante automatizado (Ellis y Young, 1988). Por otro lado, tampoco parecen depender de la memoria semántica como se pensó inicialmente, pues duran más de lo que se atribuye normalmente al proceso de activación o difusión de la activación en la red semántica.
Una propuesta de Schacter (1994) vino a responder a esta demanda, sugiriendo la existencia de otro sistema de memo ria, un sistema de representación perceptiva, de carácter presemántico, relacionado con los aspectos más descriptivos o estructurales de las formas de los estímulos. Según Schacter, dentro de este sistema, que está preservado en los amnésicos, habría subsistemas especializados en las formas de objetos (descripción estructural), y de las formas auditivas y visuales de las palabras, que serían los responsables de esos efectos de facilitación perceptiva. La presentación previa de un estímulo activa la forma correspondiente, y perdura en forma de fluidez o facilidad de procesamiento si el mismo estímulo se presenta de nuevo, que es lo que sucede con los amnésicos al presentar parte del original, aunque no necesitaría ser recuperado de forma explícita o deliberada.
Pero esto claramente dirige la atención, no sólo a los sistemas o estructuras, sino también a la cuestión más dinámica, los procesos. Ello ha llevado a considerar si el deterioro amnésico se podría explicar mejor como resultado de un déficit en la codificación o almacenamiento del material presenta do (los amnésicos no lo procesan con suficiente profundidad o no lo registran adecuadamente), en la retención (olvidan patológicamente rápido), o en la recuperación (tienen problemas para acceder al material de su memoria). Veamos brevemente estas alternativas.
Las hipótesis relacionadas con los déficit de codificación han tenido en cuenta que en los normales el procesamiento semántico (más profundo) de las palabras de una lista lleva a un recuerdo mejor que el procesamiento basado en características más superficiales del material. Supuestamente, el amnésico no realizaría este procesamiento más profundo y, por tanto, su recuerdo posterior se vería deteriorado. Sin embargo, amnésicos de síndrome de Korsakoff mostraron en un experimento de Cermak y Reale (1978) que su recuerdo de las palabras procesadas semánticamente era mejor que el de las palabras codificadas en un nivel más superficial, por lo que no parece que el problema radique en ese tipo de déficit. Por otro lado, aunque se ha argumentado que el problema está en que el amnésico no realiza esa codificación profunda espontáneamente, también hay que tener en consideración que las funciones del lenguaje se conservan en la amnesia y requieren una codificación semántica, lo que contradice el argumento anterior.
En relación con la posibilidad de un déficit de almacenamiento se han barajado al menos dos ideas. La primera se relaciona con los antiguos modelos estructurales de memoria y mantiene que el rendimiento normal de los amnésicos en tareas de memoria a corto plazo es un indicador de que esa estructura de memoria está intacta y que el problema sería uno de transferencia a la memoria a largo plazo (MLP) que impediría el almacenamiento permanente o la consolidación de la información y su posterior recuperación desde esta última estructura. Como hemos comentado, el hecho de que existan pacientes sin problemas de MLP y con serias limitaciones de memoria a corto plazo, es un argumento bastante fuerte contra esa hipótesis; pero además, los resultados de los amnésicos en las tareas indirectas de memoria muestran, como hemos visto, que la información permanece en el sistema aunque no pueda ser recordada o reconocida.
En un tiempo, la hipótesis de un olvido extremadamente rápido de la información, por parte de los amnésicos, tuvo cierto éxito. El argumento que manejaban los partidarios de esta hipótesis es que el amnésico olvida con una rapidez extraordinaria el material presentado que, por tanto, sólo sería accesible por breves momentos. Sin embargo, los datos que apoyaban esta hipótesis procedían de experimentos en los que el control no era óptimo (mezcla de pacientes de diversa etiología y gravedad; evaluaciones de la tasa de retención partiendo de diferentes niveles de aprendizaje previo, por ejem plo). Kopelman (1989) ha mostrado con controles adecuados que, una vez alcanzado el aprendizaje, la tasa de olvido es normal en H. M. y en pacientes de Korsakoff, Alzhei mer y Huntington.
El rendimiento casi normal del amnésico en las tareas indirectas de memoria es uno de los argumentos más fuertes en favor de hipótesis relacionadas con déficit en la recuperación. En esta línea, Jacoby (1984) ha sugerido distinguir entre recuperación intencional e incidental de la información de la memoria, mientras que para Schacter (1987, 1992) la distinción es entre memoria implícita y memoria explícita, siendo la primera la que se revela en aquellas «situaciones experimentales en las que la información codificada en un episodio particular se expresa posteriormente sin recuerdo consciente o deliberado», mientras que la denominación de memoria explícita se reserva para el recuerdo consciente de información presentada con anterioridad. Por tanto, lo que parece que está deteriorado en el amnésico es la capacidad para acceder de forma intencional o consciente a información almacenada, mientras que en cambio conserva la capacidad para acceder a ella, para utilizarla o expresarla de un modo incidental en otras tareas.
Seguramente, el argumento empírico más fuerte en favor de este tipo de ideas proviene del experimento ya comen ta do de Graf y cols. (1984). En este experimento, los amnésicos obtuvieron un rendimiento similar al normal en una tarea de completar palabras a partir de las letras inicia les, mostrando así el efecto de facilitación como consecuencia de haber visto antes las palabras de la lista. Pero el efecto desapareció en los amnésicos cuando en las instrucciones se les indicó que esas mismas iniciales les podrían servir para recordar palabras de la lista anterior. En este caso estuvo claro que las instrucciones intencionales llevaron a un peor rendimiento de los amnésicos, comparados con los normales y también respecto a la misma tarea cuando las instrucciones no aludían al episodio anterior.
La distinción entre recuperación intencional o consciente y la recuperación incidental o no consciente pone en relación memoria y conciencia, y así lo han señalado algunos teóricos. Por ejemplo, Hirst (1989) en su modelo de coherencia parte de la idea de que la experiencia que tenemos del mundo no es un conjunto de instantáneas fotográficas sueltas, sino más bien una película continua, y propone que lo que un sujeto cualquiera hace en el laboratorio ante una lista de palabras no es tomar cada palabra por separado, sino dentro de un contexto más amplio —la lista—, que se sitúa en un marco aún mayor. Este marco más amplio puede incluir que el experimento se está haciendo en un laboratorio determinado, que lo está administrando un licenciado, que se hace a comienzos o finales de curso, por la mañana, etc. El sujeto no aprende una lista de palabras individuales, «sino una secuencia ricamente interconectada de sucesos que se sitúan en un mapa espaciotemporal que capta el flujo de la experiencia».
Según este modelo, la experiencia presente en cada momento se refleja en forma de instantáneas en la memoria de trabajo, desde donde se activan las estructuras conceptuales relevantes o se reevocan sucesos pasados, que también se pueden situar en la memoria operativa. La memoria operativa es, pues, el lugar en el que se pueden formar asociaciones entre todos esos contenidos; y la memoria resultante reflejará tanto las fotografías instantáneas como las relaciones que se hayan creado en la memoria de trabajo, y si es suficientemente rica en relaciones apoyará el recuerdo posterior. En la medida en que no se haya conseguido crear una representación compleja, el recuerdo posterior se verá deteriorado, aunque a veces las asociaciones más simples todavía permiten apoyar un rendimiento poco menos que normal en una tarea de reconocimiento. Para Hirst, lo que está deteriorado en el amnésico es el mecanismo para apoyar la creación de un conjunto rico y complejo de relaciones entre elementos individuales y entre éstos y un mapa espaciotemporal en que situarlos. Al tiempo, lo que se propone en el modelo de coherencia es que el déficit en la amnesia estaría situado en la fase de codificación más que en la recuperación.
El acento en la importancia del contexto se manifiesta también de forma explícita en la hipótesis del déficit de memoria de contexto (CMDH) propuesta por Mayes (1988; Mayes, MacDonald, Donlan, Pears y Meudell, 1992); pero en este caso se mantiene que el déficit no se produce en la fase de codificación, sino en etapas posteriores, bien sea en la consolidación o retención, bien en la recuperación. Mayes y cols. (1992) han obtenido datos con amnésicos de varios tipos que apoyan la idea de que en la amnesia hay un deterioro desproporcionado para el contexto, en comparación con el déficit para el material atendido. Aunque sus datos utilizan un contexto interactivo (esto es, que puede modificar el significado del material a estudiar) codificado de forma incidental y se compara con el reconocimiento del material atendido en la fase de aprendizaje, datos anteriores les permiten descartar que ese deterioro se deba a una codificación inicial deficiente, hecho que también se ve corroborado por el hallazgo de que los amnésicos muestran una memoria implícita normal para el mismo tipo de información contextual que fracasan en reconocer.
Hay varios autores que han acentuado la importancia de la conciencia (de sus fallos) en la memoria de los amnésicos. El más conocido y, seguramente, el más radical en ese planteamiento es Tulving (1987, 1993, 2005), que propone una conexión directa entre conciencia y memoria al suponer que a cada sistema de memoria (de procedimientos, semántica y episódica) le corresponde un tipo de conciencia. Así, al sistema episódico, el más dañado en la amnesia, le corresponde una conciencia que tiene que ver con «la familiaridad y la referencia personal en la recreación del pasado, y con el tiempo subjetivo en que el amnésico es un actor, planificador, o incluso un mero observador de lo que ocurre» (1987). El amnésico, en este sentido, se siente como si estuviera en un «presente perpetuo». Para describir este tipo de conciencia, Tulving la denomina «autonoética» (de autoconocimien to), y la distingue de la conciencia «noética», característica de la memoria semántica, y de la «anoética», de la memoria de procedimientos. Lo más relevante de la concepción de Tulving aquí es que es la conciencia autonoética la que está dete rio ra da de forma selectiva en la amnesia, y es la que propor cio na el matiz fenomenológico de la experiencia de los recuerdos y «la que define la identidad personal del individuo y su existencia interna a través del tiempo experimentado subjetivamente» (1987, p. 76). En cierto modo, como señala Schacter (1987), el amnésico actúa como si fuera incapaz de integrar piezas de información de una manera coherente, como si sólo pudiera recoger esas piezas como fragmentos aislados, impidiéndose así que formen una representación episódica unificada. Y recuérdese a este respecto que el tipo de relaciones que señala Tulving (1972, 1983) en la memoria episódica, y el que trata Hirst (1989) como contexto amplio, es el de las relaciones espaciotemporales entre los episodios experimentados personalmente.
Hirst (1989) también incluye la conciencia al examinar el problema en relación con el rendimiento de los amnésicos en pruebas deliberadas y no deliberadas: «recordar coloca en las candilejas de la conciencia una imagen o proposición del pasado»; no es tanto que se trate de una imagen o proposición, como que uno es consciente de que es un producto de la experiencia previa. La diferencia entre memoria implícita y memoria explícita estaría, pues, no en que son diferentes sistemas o procesos, sino en que en la memoria explícita hay un componente funcional de la mente que le proporciona esa conciencia adicional (de que algo se ha experimentado en el pasado).
Mandler (1989) también coincide en señalar, limitándose al síndrome de Korsakoff , que lo que está aparentemente deteriorado en su funcionamiento de memoria es el aspecto consciente, y que lo que está preservado en el reconocimiento es únicamente el aspecto de familiaridad, relacionado con los procesos de activación/integración que mantienen unidas de forma interna las representaciones ya existentes. Esto quizá explicaría el que algunas descripciones de los amnésicos expresen su incapacidad para relacionar el presente con el pasado, pues esto significaría una construcción consciente «nueva». Para Mandler, los pacientes de Korsakoff parecen construir contenidos conscientes sólo como una función de activaciones presentes, cuando hay activación ascendente (abajo-arriba) desde los datos, o por acceso automático. En ellos, el proceso de activación/integración parece estar intacto, mientras que el proceso de elaboración que permite relacionar contenidos mentales preexistentes entre sí, estaría deteriorado.
Más allá de estas explicaciones teóricas que, por otro lado, disponen de un apoyo empírico fiable, algún dato fenomenológico y más individual vendría a apoyar esta relación de la conciencia con la memoria. Clive Wearing, un músico que quedó profundamente amnésico a causa de una encefalitis por herpes vírico, que ha sido objeto de un documental («Prisionero de la conciencia») y de varios trabajos científicos (Wilson, 1999; Wilson y Wearing, 1995) no se queja de sus problemas de memoria. En cambio, tanto en su diario como en el documental su queja más frecuente es la «ser consciente por primera vez» ahora, o la de haber estado desconectado hasta ahora. «Es la primera vez que oigo, que veo», «he estado muerto hasta ahora», son expresiones habituales en este amnésico, que hablan de ese presente perpetuo y que parecen estar totalmente de acuerdo con las explicaciones de los teóricos.
En definitiva, lo que parecen tener en común todas estas explicaciones teóricas es la distinción entre una memoria más pasiva, automática, que pueda expresarse de forma fragmentaria y no consciente, y que el amnésico mantiene, y una memoria activa, que requiere recursos cognitivos y que expresa unidades amplias de información conectadas entre sí de forma significativa y posiblemente con la mediación de la conciencia, memoria que en el amnésico está severamente dañada. Que el déficit se produzca en la codificación o en una etapa posterior, como el almacenamiento o la recuperación, quizás no se pueda conocer con exactitud. Si la codificación requiere poner en relación el material presente con las memorias anteriores, pasadas (con las que un amnésico tiene problemas), aun cuando el proceso funcione adecuadamente, tendrá que limitarse a actuar sobre el presente más inmediato, y las relaciones que pueda llegar a establecer serán por fuerza menos significativas y menos recuperables.