A. Trastornos emocionales: depresión y ansiedad
Tener problemas de memoria es una queja habitual entre los pacientes deprimidos y ansiosos. Con frecuencia se lamentan de que, desde el inicio de su trastorno, su memoria ya no es lo que era y que en definitiva sus habilidades cognitivas funcionan a un nivel muy reducido, hasta tal punto que a veces es difícil aislar tales quejas de los síntomas afectivos en sí mismos.
1. Depresión
La evaluación de la memoria de los deprimidos ha puesto de manifiesto que estos pacientes tienen una ejecución por deba jo de lo normal, especialmente en aquellas tareas que se enmarcan en el paradigma de recuerdo libre (MacLeod y Mathews, 1991). La explicación más simple para este fenómeno es apelar al enlentecimiento psicomotor que caracteriza a la depresión; las operaciones cognitivas no serían ajenas a esta demora en el tiempo de reacción y, por tanto, también se verían implicadas.
Hay diversos estudios que sugieren que ese mal funcionamiento en la memoria se relaciona más bien con el estado que con el rasgo de depresión (Henry, Weingartner y Murphy, 1973; Ellis, Thomas y Rodríguez, 1984; Warren y Groom, 1984) y de hecho, cuando el paciente se recupera del episodio, su nivel de memoria mejora igualmente. Ahora bien, la identificación precisa de cuál es la base cognitiva que explique tales déficit aún está bajo controversia, puesto que se ha comprobado que existe un claro desfase entre las quejas de los deprimidos acerca de su mala memoria y su ejecución real (por ejemplo, Williams, Little, Scates y Blockman, 1987; Perpiñá, Baños, Brisa y Belloch, 1989); es decir, que no es la memoria en sí misma la que está dañada, sino que los pacientes, por algún motivo, simplemente no informan de todo el material que tienen disponible.
Para dar cuenta de este hecho se han argumentado distintas explicaciones, entre las cuales destaca la hipótesis de que los pacientes deprimidos tienen un criterio muy estricto acerca de la validez de sus respuestas, es decir, que tienen un umbral muy elevado de confianza. Según esta afirmación, los deprimidos prefieren no contestar a menos que estén absolutamente seguros de que los ítems evocados estaban realmente presentes en el material que previamente habían aprendido, mientras que los no deprimidos emiten sus respuestas con menos certeza (una hipótesis muy cercana a la del «realismo depresivo»). Pese a lo interesante de este planteamiento, Watts, Morris y MacLeod (1987) no encontraron una desproporción significativa entre aciertos y falsas alarmas en la muestra deprimida, y por tanto, aunque exista cierta tendencia entre los deprimidos a adoptar un criterio más elevado de confianza para emitir su respuesta, este fenómeno por sí solo no explica su pobre ejecución en las tareas de memoria.
Además hay otras consideraciones que van en contra de este planteamiento de escasez en las respuestas, ya que este fenómeno no se da en todo tipo de tareas. En primer lugar, los deprimidos no muestran problemas con el recuerdo inmediato de trigramas, aunque si se incrementan los intervalos de retención, su ejecución se deteriora notablemente (MacLeod y Mathews, 1991). En segundo lugar, presentan menos déficit en tareas de reconocimiento en comparación con las de recuerdo libre. Finalmente, tienen más problemas en aquellas tareas de recuerdo que requieren un procesamiento más elaborado y un análisis de la información (Ellis y cols., 1984).
2. Ansiedad
En este caso, hay pocas investigaciones realizadas con población clínica; por el contrario, lo habitual ha sido utilizar a personas normales que tienen un alto rasgo de ansiedad. Aunque tradicionalmente se ha relacionado la pobre ejecución en una prueba de recuerdo con un alto rasgo de ansiedad, lo cierto es que varios estudios experimentales no han encontrado un déficit de memoria; más aún, algunos han encontrado una relación positiva entre rasgo de ansiedad y ejecución en la memoria (MacLeod y Mathews, 1991). Esta confusión de resultados puede explicarse, en parte, por el hecho de que el rasgo de ansiedad no se correlaciona perfectamente con el nivel actual de estado de ansiedad, y es este último el que está más directamente implicado en la producción de déficit de memoria.
Los estudios que han investigado específicamente el papel del estado de ansiedad han producido un conjunto de da tos más consistente. Por ejemplo, se ha comprobado que la ejecución en tareas de amplitud de dígitos puede verse deteriorada por la inducción de estrés (estado), pero sin embargo, no hay diferencias en esta tarea entre sujetos con alto o bajo rasgo de ansiedad (Eysenck, 1982; Hodges y Spielberger, 1969). Este fenómeno ya fue estudiado por Easterbrook en 1959, quien constató que la ansiedad actúa reduciendo el rango de indicios que un sujeto utiliza cuando ejecuta una tarea, y por tanto, los sujetos con un elevado estado de ansiedad se focalizarán en sólo unos pocos indicios durante el procesamiento, con lo que su recuerdo quedará mermado.
Sin embargo, sólo con esta explicación no podríamos dar cuenta del hecho de que los ansiosos a veces pueden tener ventaja en tareas relativamente simples. Por ello, Eysenck (1988) incluye un factor más (la motivación) e indica que en aquellas tareas que no demanden demasiada capacidad de procesamiento y que faciliten un incremento en su motivación, los sujetos ansiosos no tienen por qué mostrar déficit.
3. Conclusiones sobre los déficit de memoria en los trastornos emocionales
Tanto en la depresión como en la ansiedad se pueden constatar una variedad de funciones deficitarias a nivel cognitivo, lo cual parece estar más bien relacionado con el estado —es decir, con el nivel de depresión o de ansiedad— que con el rasgo respectivo. Además, los procesos de memoria han resultado ser especialmente interesantes. Aquellos aspectos que están bajo el dominio de los procesos automáticos (los que no requieren esfuerzo, ni demanda atencional, ni se ven afectados por problemas de capacidad) permanecen relativamente preservados, mientras que los procesos controlados, por requerir mayores demandas de recursos de proce sa mien to, son los que presentan mayores anomalías.
Según Baddeley (1986), la memoria de trabajo es un sistema de capacidad limitada que comparte su capacidad disponible entre las funciones de procesamiento y las funciones de almacén temporal de la información. Es la estructura que está directamente implicada con los procesos controlados, pero no con los automáticos, los cuales funcionan sin requerimientos de capacidad. Lo que diversos autores plantean (Blanney, 1986; Eysenck y Mogg, 1992; MacLeod y Mathews, 1991; Williams, Watts, MacLeod y Mathews, 1988) es que estos pacientes tienen una mala ejecución en las tareas experimentales (con un material afectivamente neutro) porque sus recursos de procesamiento están ocupados selectivamente en la elaboración de otro tipo de información, aquella que es concerniente a su estado de ánimo (sus preocupaciones, ya sean depresivas o ansiosas), pero que es irrelevante a la tarea.
Ellis y Ashbrook (1991) y Khilstrom (1991) plantean que la depresión o la tristeza, como estados de ánimo, tienen un poderoso efecto en la capacidad atencional entendida como la inclinación del sujeto para organizar sus recursos cognitivos; es decir, que el estado de ánimo regula la localización de los recursos de procesamiento. Ya que el estado de ánimo es el responsable de organizar la política de los recursos atencionales, el humor deprimido consumiría gran parte de la capacidad atencional dejando menos capacidad disponible para otras tareas, aunque no interferiría con otras actividades automáticas, que en sí mismas no requieren recursos atencionales.
De hecho, Foulds (1952) diseñó un estudio en el cual las condiciones experimentales beneficiaran a la muestra deprimida, introduciendo una tarea distractora (repetición de dígi tos). Mientras que los normales mostraron un deterioro en su ejecución, los deprimidos se vieron favorecidos por esta tarea secundaria. Foulds atribuyó los mejores resultados de los deprimidos a la tarea distractora puesto que ésta interfería con sus preocupaciones depresivas, liberando pues más recursos de capacidad para realizar la tarea principal.
La misma argumentación se podría utilizar para el caso de la ansiedad, en cuyo caso la capacidad de los recursos de procesamiento está siendo ocupada por una de las quejas más habituales en la clínica: la preocupación ansiosa (worry). Esta preocupación ha sido definida como una cadena de pensamientos e imágenes, cargadas afectivamentre en sentido negativo y relativamente incontrolables (Borkovec, Robinson, Prujinsky y DePree, 1983).
Si este razonamiento es correcto, estos pacientes deberían tener ventaja sobre los controles en aquellas tareas en las que la información tuviera valor emocional y fuera congruente con su afecto. Este tópico ha sido el centro de atención de la línea de investigación que estudia la relación entre estado de ánimo y cognición, y más concretamente, memoria. De hecho, deprimidos, ansiosos e individuos normales a los que se les ha inducido experimentalmente un determinado estado de ánimo, han sido el tipo de muestras que se han utilizado para el estudio de la relación entre estado de ánimo y memoria desde el paradigma de la teoría asociativa de red.
En un metaanálisis realizado por Matt y cols. (1992) sobre diversos trabajos que se han centrado en el efecto de congruencia, estos autores han llegado a las siguientes conclusiones: el efecto de congruencia se demuestra claramente en la población deprimida y en la población normal a la que se le induce un estado de ánimo triste, dado que recuerdan más el material negativo que el positivo. Sin embargo, como antes se ha comentado, se encontraron también con otros dos efectos no previstos: el efecto de simetría en la población con depresión subclínica y el efecto de asimetría en los no deprimidos.
Por tanto, se puede concluir que en la depresión existe un sesgo tanto en el aprendizaje como en el recuerdo a través del efecto de congruencia. La depresión parece tener su principal efecto en la memoria a través de las preocupaciones del individuo acerca de los hechos negativos de su vida. En contraste, vamos a ver que el principal efecto de la ansiedad va a ser la distorsión provocada por la percepción de futuras amenazas.
En un principio, los estudios partían de la hipótesis de que, al igual que sucede en la depresión, la ansiedad produciría un sesgo en la memoria que facilitaría el recuerdo de la información congruente con esa emoción. Aunque algunos estudios han podido demostrar este efecto de congruencia con la ansiedad (Nunn, Stevenson y Whalan, 1984; Greenberg y Beck, 1989), han sido duramente criticados por problemas metodológicos (Mathews y MacLeod, 1991). Cuan do se han realizado diseños más correctos, los resultados indican no sólo que no se da el efecto de recuerdo con gruen te, sino más aún: que existe una tendencia por parte de los pacientes ansiosos a tener peor recuerdo para el material amenazante; es decir, la predicción se cumplía en la dirección opuesta (Mogg, Mathews y Weinman, 1987). Lo que estos autores concluyen es que la ansiedad influye más a nivel perceptivo y atencional que a nivel de recuerdo. Watts (1986) indica que aunque los fóbicos pueden estar particularmente alerta a cualquier estímulo que sugiera la presencia del objeto fóbico, sin embargo no analizan tales estímulos en detalle, lo que les conduce a un trazo de memoria empobrecido.
En este sentido, Williams y cols. (1988), y Ma thews, Mogg, May y Eysenck (1989), proponen lo siguiente: la codificación de la información (sea amenazante, triste o neutral) implica al menos a dos procesos:
- un pro ce so relativamente automático o básico que tiene lugar a nivel pre atencional, y
- un proceso más controlado responsable de la elaboración de la codificación del estímulo.
Dado que los ansiosos demuestran un claro sesgo preatencional y atencional para el material amenazante (procesamiento automático), lo que estos autores sugieren es que, debido a los efectos altamente aversivos de un procesamiento continuado del ma terial amenazante, estos pacientes han desarrollado unas estrategias de evitación que restringen la elaboración de su procesamiento (lo cual implicaría un procesamiento controlado y un mejor recuerdo, cuestiones que parecen no demostrarse en esta población).
En los estudios que hemos estado analizando siempre se ha utilizado un paradigma de memoria explícita. Como antes se ha señalado, la memoria implícita deja sentir sus efectos cuando la ejecución se ve facilitada aun en ausencia de una recuperación consciente; es decir, las tareas de memoria implícita no requieren que el sujeto dirija intencionalmente su memoria. Mientras que la memoria explícita refleja el grado en que se elabora la representación mnésica, y por tanto es recuperable, la implícita refleja el grado en que la representación está integrada y es por tanto más accesible. Mientras que la memoria explícita implica a aquellos procesos que son guiados conceptualmente (procesamiento de arriba abajo), la implícita tendría que ver con los procesos guiados por los datos (procesamiento de abajo arriba). Por tanto, parece ser que la memoria implícita depende en primera instancia, o exclusivamente, de un procesamiento automático (Graf y Schacter, 1985).
En los trabajos de Mathews y cols. (1989) y MacLeod (1990) se ha estudiado precisamente el funcionamiento de la memoria implícita en los pacientes ansiosos, comprobándose que se daba un sesgo de memoria para la información amenazante (efecto de congruencia) sólo en las tareas de memoria implícita, pero no en la explícita. Si la memoria implícita depende de un procesamiento automático y estos procesos están más activos en los ansiosos que en los no ansiosos en la codificación del material amenazante, ello explicaría el sesgo en la memoria implícita a favor del material con contenido amenazante en la ansiedad. Aunque las representaciones de ansiedad en la memoria no son necesariamente más recuperables (no existe sesgo en la memoria explícita), tales representaciones parecen ser mas accesibles (presencia de sesgos en la implícita). Este incremento en la accesibilidad de la información amenazante en la memoria de los pacientes ansiosos puede explicar a su vez la presencia de esos pensamientos persistentes y recurrentes relacionados con la ansiedad.
Como comentábamos anteriormente, la teoría de red del afecto presuponía que todas las emociones producirían los mismos sesgos, pero los resultados obtenidos con deprimidos y ansiosos han puesto de manifiesto que esta afirmación no es cierta. Aunque los distintos estados de ánimo producen sesgos en consonancia con el humor del individuo, tales sesgos no tienen por qué operar en los mismos niveles de procesamiento (MacLeod y Mathews, 1991), y de hecho no lo hacen. En el caso de la depresión, los procesos controlados, lejos de amortiguar los sesgos que han introducido los procesos automáticos, se encargan de elaborar dicha información, con lo cual el humor depresivo acaba perpetuándose y dan lugar a los sesgos de un mejor recuerdo para la información con valencia negativa (Blaney, 1986). Sin embargo en la ansiedad, pese a darse un sesgo en el procesamiento automático del material amenazante, se evita una mayor elaboración de esta información, con lo que existe un peor recuerdo (a nivel explícito) para este tipo de información (MacLeod, 1990; Mathews y cols., 1989).
B. Esquizofrenia
Hay bastante acuerdo en afirmar que los esquizofrénicos tienen problemas para filtrar y seleccionar la información irrelevante de la que no lo es, por lo que se produciría una so bre car ga de información que tendría repercusiones en otras operaciones cognitivas, incluida la memoria (Belloch y Baños, 1991; Ruiz-Vargas y Ochoa, 1987).
A nivel de la memoria icónica se han encontrado diversos déficit: requieren una exposición significativamente más larga del estímulo para detectarlo y discriminarlo de otros que los deprimidos (Braff y Sacuzzo, 1981); la capacidad de este almacén es menor y la información que registra se disipa más lentamente (Vázquez, Ochoa y Fuentenebro, 1989); y necesitan más tiempo para discriminar el estímulo relevante (Braff y Sacuzzo, 1981). En definitiva, lo que estos datos ponen de relieve es que se produce un análisis poco eficiente de la información entrante. Estos resultados son más consistentes en el caso de la esquizofrenia paranoide; sin embargo, Neufeld (1991) considera que estos déficit en elaborar una representación postestimular adecuada se deben más a un pobre ajuste premórbido o al pobre pronóstico, que al estatus paranoide en sí.
Aunque la capacidad o amplitud de la memoria a corto plazo (MCP) de los esquizofrénicos paranoides tiene unos límites normales, estos pacientes presentan mayores proporciones de olvido y más susceptibilidad a la interferencia (Neufeld, 1991). Respecto a la MLP, parece que la organización mnésica de estos pacientes en términos de las dimensiones o categorías en las que se organiza la información es correcta (Salzinger, 1984); es decir, que las dimensiones semánticas parecen estar intactas en la red de significados. Sin embargo, si se les fuerza a que analicen el material en función de diversas categorías o dimensiones del estímulo, su eje cu ción se deteriora notablemente (Neufeld, 1991).
En términos de recuperación, mientras que los esquizofrénicos no parecen tener problemas en el reconocimiento, en las tareas de recuerdo se constata una ejecución más pobre, y factores tales como la distracción incrementan todavía más el problema. Este déficit se suele atribuir a su incapacidad para organizar en términos mnemónicos el material que se les presenta, o en palabras de Neufeld (1991) se toman más tiempo en traducir la estimulación presentada en un formato cognitivo que facilite su procesamiento posterior. Sin embargo, si se les induce a organizar el material tanto en la codificación como en la recuperación, su ejecución mejora (Ruiz-Vargas y Ochoa, 1987), por lo que se supone que estos pacientes tienen estrategias mnemónicas adecuadas, pero no las emplean de forma espontánea, y a menos que se les fuerce a un procesamiento semántico, se van a poner de manifiesto problemas en el recuerdo.
En este sentido es interesante comentar los resultados cuando el material tiene valencia afectiva. Koh, Grinker, Marusarz y Forman (1981) encontraron que, al contrario que los normales, los esquizofrénicos no manifiestan espontáneamente el efecto de recuerdo asimétrico del material positivo sobre el negativo. Sin embargo, cuando se les indujo a procesos apropiados de codificación (pidiéndoles previamente a la tarea de recuerdo que clasificaran las palabras en agradables o desagradables), las diferencias con los normales se reducían. Estos resultados tienen dos implicaciones. Por una parte, estos pacientes carecen de estrategias de codificación apropiadas y, por otra, que la memoria inmediata de los esquizofrénicos está mediatizada por la calidad emocional del material que ha de recordarse. Este último aspecto volvió a ser foco de interés del trabajo de Calev y Edelist (1993) y en él se comprobó que los esquizofrénicos tardan más en olvidar el material negativo que otro tipo de materiales. Estos autores concluyen que la anhedonia propia de estos pacientes puede ser el resultado de la retención selectiva de la información emocional negativa a lo largo del tiempo.
Las consideraciones acerca del funcionamiento de la memoria tienen implicaciones con el resto de la sintomatología esquizofrénica. Por ejemplo, Forgus y DeWolfe (1974) han encontrado una congruencia entre los temas alucinatorios y la selectividad perceptiva, y que el contenido delirante puede utilizarse para predecir las categorías que estos pacientes tienen para organizar sus recuerdos. Dado que la red de asociaciones semánticas en la MLP está intacta pero que existe un análisis deficitario de la información entrante, Neufeld (1991) plantea que la combinación de estos dos factores podría explicar el sistema de creencias de los esquizofrénicos paranoides, el cual puede ser verosímil pero carente de verificación.