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«Esto he hecho, dice mi memoria. Esto no pude hacerlo, dice mi orgullo. Finalmente cede mi memoria» (Nietzsche, 1889). En este conocido aforismo se pone de manifiesto la naturaleza reconstructiva de la memoria que podemos encontrar en las distorsiones que se producen en el síndrome amnésico, en los trastornos disociativos, en los cuadros delirantes y en menor medida en la población normal. La memoria no sólo puede estar ausente, sino que puede estar claramente distorsionada.

Freud creía que nada se olvidaba realmente. Aunque no trató de hacer una teoría general de la memoria, sí que sugirió determinados mecanismos del olvido. Para Freud, el material mnésico está sujeto a dos influencias: la condensación y la distorsión. Como estos dos procesos continúan funcionando en los períodos en que se vuelven a experimentar sus contenidos, el contenido mnésico se transforma. El olvido normal supone continuas reorganizaciones de los trazos de memoria existentes. Esta concepción tiene algunas semejanzas con la concepción de Bartlett (1932) quien destacó el «esquema» como constructo en el que residen los procesos de rememoración. «El esquema se refiere a una organización activa de las reacciones pasadas o de la experiencia pasada... La determinación por un esquema es lo fundamental de todas las vías que pueden ser influidas por reacciones y experiencias que ocurrieron en algún tiempo en el pasado» (Bartlett, 1932). La perspectiva de Bartlett sobre la memoria como reconstrucción sugiere que los intentos de recordar un acontecimiento o un estímulo incluirán modificaciones tales como la condensación, la distinción de determinados elementos o la interpolación (Bartlett, 1932). Cada vez que la escena sea recordada se introducirá en ella algunas modificaciones, siendo posible que la reconstrucción resultante se aleje bastante del acontecimiento original y, consecuentemente, deje de reconocerse. El reconocimiento no se relaciona solamente con el número de ítems recordados correctamente, sino también con el número de ítems importados erróneamente durante el recuerdo en el intento de cubrir lagunas (Reed, 1988). Algunos detalles suelen dominar la estructuración a causa de la configuración de nuestro esquema. Fuera de contexto, algunos detalles puede que pierdan la familiaridad para un sujeto que previamente los registró.

El término paramnesia es introducido por Kraepelin para definir las distorsiones de memoria en grado patológico, debido a la inclusión de detalles falsos o por una referencia temporal incorrecta. Freud denominó parapraxias a aquellos errores, aparentemente sin importancia, como la punta de la lengua o el olvido de nombres y fechas. Aunque Freud indicaría que esto sería reflejo de algún grado de neuroticismo, lo cierto es que no hace falta estar «amnésico» o «loco» para sufrir algunas experiencias anómalas en el proceso de memoria. Cada memoria está de algún modo distorsionada, deformando el acontecimiento original, y puede que algunos de los ejemplos de la psicopatología de la memoria sean exageraciones de las tendencias detectables en la llamada memoria normal. En este apartado vamos a comentar fenómenos que podríamos denominar representativos de la «psicopatología cotidiana de la memoria» junto a otros claramente mórbidos, pero unos y otros traslucen importantes mecanismos de gran relevancia psicopatológica en cuanto a experiencia anómala. Estas distorsiones pueden aparecer tanto en la población normal como en la clínica, llegando a un punto don de resulta muy difícil establecer límites claros, sobre todo si nos atenemos a cómo se procesa la información. Normalmente se distingue entre las paramnesias del recuerdo y las del reconocimiento.

A. Anomalías en el recuerdo

1. El fenómeno de «no puedo ubicarle» o «tu cara me suena»

Uno de los ejemplos más típicos de paramnesia «cotidiana» es aquel en que nos encontramos con una persona a la que conocemos de algo pero somos incapaces de identificarla.

Muchas veces este fenómeno ocurre cuando la otra persona se encuentra fuera del contexto en el que la conocimos y con el que normalmente la asociamos. Esta es una experiencia clara de reconocimiento sin recuerdo completo y pone de manifiesto la gran importancia que las variables contextuales tienen a la hora de codificar y recuperar la información.

2. «Conozco la cara, pero no el nombre»

En este caso, la otra persona es reconocida e identificada apropiadamente, pero uno es incapaz de recordar su nombre; es decir, el recuerdo está presente, pero se encuentra atenuado. Reed (1979) explica este fenómeno en función del uso que se hizo de la atención en la situación original. Al conocer a una persona, a no ser que tenga un nombre muy poco común, normalmente nos fijamos en sus características físicas. Es decir, en el caso de los nombres familiares el reconocimiento de una persona subsume no su nombre, sino la asociación entre la persona y su nombre.

3. Sensación de conocer

En este caso, las personas están convencidas de que conocen o saben algo, pero a la hora de demostrar tal conocimiento fracasan. Aunque la información que se hace inaccesible puede ser de casi todo tipo de material, lo habitual es que sea propia del área semántica, como un nombre, una palabra, una definición o una fecha. Esta sensación de que podemos reconocer algo que tenemos disponible en el recuerdo sin poder recordarlo (y por tanto sin que sea accesible) es el caso más general del fenómeno de la punta de la lengua, que ahora pasamos a comentar.

4. Punta de la lengua

Cuando estamos convencidos de que conocemos perfectamente una palabra aunque de hecho no podemos recuperarla, estamos experimentando el desagradable fenómeno de «lo tengo en la punta de la lengua». Normalmente se produce cuando las conexiones entre los nodos léxicos y fonológicos se debilitan por un uso infrecuente de las palabras, siendo más habitual con nombres propios, en el lenguaje oral, bajo situaciones de estrés o agotamiento, y se incrementa su incidencia con la edad (Brown, 1991). Los intentos fallidos de intentar recuperar la palabra deseada nunca son al azar, ya que las palabras que vienen a nuestra mente siempre tienen alguna relación con la palabra buscada (las iniciales, las consonantes, sinónimos, etc.). Lo que aún está bajo contro versia es si esos indicios que empiezan a emerger facilitan la recuperación (Brown y McNeil, 1966); o bien son los responsables del bloqueo (Jones, 1989; Woodworth, 1929), dado que al activarse la palabra «intrusa» inhibe a la deseada; o bien se producen efectos mixtos (Burke, Mackay, Worthley y Wade, 1991). Sin entrar en la polémica, es evidente que en este fenómeno se da un recuerdo parcial de algunas propiedades, e incluso sabemos que aunque las palabras que van emergiendo son incorrectas, de algún modo están asociadas con la que andamos buscando; es decir, que el recuerdo no es una cuestión de «todo o nada» y existe una amplia gama de situaciones que van desde poder recordar totalmente hasta estar completamente seguros de no poder recordar el ítem ni sus indicios (De Vega, 1984; Reed, 1979). La paradoja de la punta de la lengua o de la sensación de conocer es que podemos reconocer aquella cosa que hemos recordado correctamente antes de que la cosa en sí sea accesible en ese momento para el recuerdo (Reed, 1979).

5. Laguna temporal

Es habitual que personas con habilidades muy sobreaprendidas, como conducir casi siempre por el mismo camino, no puedan recordar de hecho cómo han llegado a su lugar de destino. La perplejidad de quien experimenta este fenómeno no sólo proviene de preguntarse cómo hizo lo que hizo (conducir), sino en la sensación más general de que ha habido un vacío en su experiencia y en su consciencia del paso del tiempo. Sin embargo, la clave aquí no es cuestión del tiempo per se. Nuestra consciencia del tiempo y de su paso está determinada por los hechos que pasan en él. Las personas que se refieren a la laguna temporal como una pérdida de un trozo de tiempo sólo están verbalizando su experiencia subjetiva de cómo adquieren su consciencia de continuidad. El fallo real aquí se encuentra en el no haber prestado una atención consciente a los hechos; en no haber registrado una serie de acontecimientos que funcionan normalmente como marcadores temporales (Reed, 1979). Este fenómeno sólo ocurre cuando los hábitos están muy automatizados y no necesitan nuestra aportación consciente (muy al contrario, inténtese prestar atención a estas actividades y no sabremos cómo hacerlas). Sólo la incursión de un hecho que rompa la monotonía del contexto de los hábitos automatizados hará que cambiemos el «automático» por el «control manual».

6. Verificación de tareas (checking)

El término inglés checking hace referencia a aquellas conductas que llevan a confirmar que determinadas acciones o tareas han sido realmente llevadas a cabo. La acción de verificación es, habitualmente, de naturaleza rutinaria (como por ejemplo, cerrar la puerta con llave todas las noches) y no es muy frecuente en los estados obsesivo-compulsivos (Reed, 1979).

El fenómeno de la verificación suele reflejar una memoria ausente o atenuada. El que la padece es incapaz de recordar si efectivamente ha cerrado la puerta y se siente impelido a confirmarlo con una inspección visual. Sin embargo, los obsesivos «verificadores» afirman que recuerdan haber cerrado la puerta, pero que necesitan comprobarlo por si alguien pasó y no la volvió a cerrar. Esta explicación no suele tener sentido, ya que la verificación suele realizarse pocos minutos después de la acción inicial, y en nuestro ejemplo sería muy difícil que alguien entrara o saliera por la puerta en tan breve lapso.

Reed (1979) plantea dos tipos de explicaciones para este fenómeno:

  1. los «verificadores» no dudan de que pueden recordar el hecho original, pero hay que señalar que nos encontramos con tareas rutinarias. De este modo, no pueden estar seguros de si lo que ellos recuerdan lo hicieron ayer u hoy. Sus dudas tienen que ver con la ordenación temporal del evento más que con el evento en sí. La naturaleza repetitiva tiende a disminuir el efecto de recencia.
  2. La segunda explicación intentaría relacionar el fenómeno de la verificación con la memoria de imágenes. Es decir, los pacientes obsesivos tendrían, según esta hipótesis, una memoria imaginativa que se restringe a la modalidad visual, con lo que el problema no sería lo que recuerda, sino la calidad del recuerdo. Esta es una explicación bastante cercana a lo que se comentará sobre el control de la realidad (Johnson y Raye, 1981).

7. Pseudomemorias y falsificación de la memoria

Dos ejemplos típicos de falsificación de los recuerdos son la pseudología fantástica y la confabulación. En ambas condiciones se hace referencia al mismo fenómeno: la fabricación de recuerdos para rellenar lagunas mnésicas. El término confabulación se reserva para aquellas falsificaciones que se dan en el síndrome amnésico con estado de conciencia lúcida, en las que el paciente puede inventarse recuerdos, sin intención de mentir, al intentar dar respuesta a cosas que no recuerda y tener así una continuidad mnémica (o narrar recuerdos auténticos pero mal contextualizados). Como indica Bulbena (1993), Bonhoeffer distinguió a principios de siglo dos tipos de confabulación: la que se produce como un intento de rellenar lagunas y la que va más allá de esta necesidad de cubrir vacíos mnésicos, narrando relatos fantásticos. La primera es la más frecuente y suelen ser recuerdos auténticos, pero fuera de contexto. La segunda parece responder a necesidades afectivas y deseos. La confabulación suele aparecer en el síndrome de Korsakoff y en algunas demencias.

El término de pseudología fantástica se aplica en aquellos pacientes que presentan una sintomatología histérica, o al menos no orgánica. En este caso, la alteración se refiere a hechos o narraciones completamente inventadas o fantaseadas (que llegan a creerse ellos mismos) a causa de una necesidad afectiva (Scharfetter, 1977; Sims, 1988). Generalmente, estas «mentiras» suelen ser fácilmente detectables porque tienen un marcado cariz de imposibilidad y son fácilmente refutables, amén de que cuantos más detalles se le pide a los pacientes más increíble convierten la historia (Reed, 1972). A veces puede llegar a reconocer la falsedad de su relato si se le confronta con la realidad, pero es probable que se vea de nuevo inclinado compulsivamente a generar nuevas fantasías (Bulbena, 1993). Estas alteraciones suelen ser experimentadas en su mayor parte por pacientes histéricos, con características histriónicas, siendo también muy frecuentes en el Síndrome de Münchausen, un trastorno facticio crónico en el que el paciente desea ingresar o permanecer en los hospitales por sus (falsas) dolencias físicas. Igualmente podemos asociar este fenómeno a gran parte de las personas que acuden a comisaría para confesarse culpables de los crímenes aún no resueltos y que, por sus características, han tenido un enorme impacto en la opinión pública.

Como señala Reed (1988), los adultos suelen ser tolerantes con los niños cuando relatan historias imaginarias vividas como propias porque comprenden que los límites entre su realidad y su fantasía aún no están perfectamente delimitados. El término alternativo para la pseudología fantástica es el de «mentir patológico», y mientras que a los niños los excusamos por no saber distinguir entre lo verdadero y lo falso, a un adulto no le imputamos desconocimiento, sino un intento deliberado de engañarnos. Sin embargo, todos recordamos a través de una reconstrucción selectiva, y cuando las discrepancias entre lo que recordamos y lo que realmente ocurrió son demasiado palpables, no nos acusamos de estar mintiendo, sino de habernos equivocado en nuestra memoria. Parece, pues, que es razonable pensar que en las confabulaciones histéricas se da el mismo proceso. Estos pacientes resuelven sus problemas de inaccesibilidad de la información almacenada, sobre todo aquella que es más amenazante o perturbadora, sustituyéndola por otra que les sea más propicia en su deseo de llamar la atención o de no perder el afecto de los demás. Para Reed (1979, 1988), estas dos alteraciones tendrían su explicación en el particular funcionamiento de los procesos de recuperación en pacientes con problemas mnésicos: en el caso de la pseudología fantástica se daría una utilización muy flexible de los esquemas en los mecanismos de recuperación, mientras que en el caso de la confabulación, la recuperación se produciría con esquemas muy aislados, infrautilizándolos.

En este contexto hay que mencionar igualmente los recuerdos delirantes, esto es, la deformación de la memoria en función del contenido del delirio o la formación de recuerdos falsos que surgen durante el mismo (no confundir con la interpretación delirante de un recuerdo correcto). Johnson y Raye (1981) ofrecen una explicación para la fabricación de los recuerdos delirantes bastante parecida a la de Reed en cuanto a la confusión que se puede producir entre lo que se vivió y lo que se imaginó, apelando al constructo de «control de la realidad». Estas autoras mantienen que muchos errores de memoria no son tanto consecuencia de problemas en el almacenamiento de la información, como la consecuencia de procesos de decisión incorrectos. El sistema de memoria preserva tanto los resultados del procesamiento perceptivo (fuentes externas de información) como los resul ta dos de procesamientos autogenerados, tales como pensamiento o imaginación. Sin embargo, a veces se puede llegar a confundir el origen de la información atribuyendo errónea mente a una fuente perceptiva algo que sólo fue imaginado o pensado, es decir, que los procesos de control de la realidad han fallado en discriminar las memorias de origen interno y externo (Johnson y Raye, 1981).

B. Anomalías del reconocimiento

1. Déjà vu

Cuando experimentamos aquello de «esto yo ya lo he visto», aun a sabiendas de que es la primera vez que lo vemos, la certeza no nos atenúa la sensación de familiaridad (reconocimiento). Este fenómeno suele ser común en pacientes psiquiátricos (cuya sensación puede ser muy prolongada e incluso continua), siendo muy frecuente en la despersonalización y como correlato de las lesiones en el lóbulo temporal y en epilepsias. Pero también es experimentado por la gente normal, sobre todo en la juventud o bajo condiciones de fatiga, si bien en este caso la experiencia suele durar muy pocos segundos.

Se han dado muchas explicaciones a esta curiosa experiencia, desde las más esotéricas (reencarnaciones, clarividencias) hasta teorías neurológicas (desincronización de los hemisferios cerebrales), pero todas ellas centradas en la distinción entre la primera (original) y la segunda (actual) ocasiones que llevan implícita la experiencia del déjà vu como recuerdo. Sin embargo, si trasladamos el problema al campo del reconocimiento, en vez de preguntar por qué el observador es incapaz de recordar la situación anterior, podemos plantearlo en términos de sobre qué indicios, por qué cree el observador que reconoce la situación actual (Reed, 1979).

Pierre Janet, el primer autor que identificó y analizó esta experiencia, planteó que se podría explicar como una anomalía de la percepción. La percepción no consiste en una mera recepción pasiva de los estímulos, sino que implica una estructuración activa y síntesis. De este modo, es posible que al experimentar esa sensación de familiaridad lo que reconocemos no es el estímulo en sí mismo, sino la estructuración perceptiva y conceptual que en otra ocasión ya elaboramos. Es decir, el problema no sería tanto cómo es posible que el observador recuerde una situación que confiesa no haber vivido, sino cómo percibe la presente, qué claves maneja en su estructuración. Parece que el déjà vu es una negación de la presencia actual del suceso; es decir, es el modo de percibir la situación más que la situación misma la que puede explicar esta experiencia.

Un fenómeno relacionado con este falso reconocimiento es lo que se conoce como pseudopresentimiento, es decir, aquella experiencia en la que el individuo tiene la sensación de haber presenciado un hecho, y aunque no lo ha presenciado nunca antes, hubiera sido capaz de predecirlo. Esta sensación es un pseudopresentimiento porque sólo le invade en el mismo momento en que está pasando. Tiene una cualidad parecida al sueño, al igual que el déjà vu y el jamais vu, lo cual lleva a veces a pensar al sujeto que lo había soñado previamente (Reed, 1988).

Sno y Draaisma (1993) proponen un continuo de experiencias de familiaridad inapropiada, estando en un extremo el déjà vu y en el otro la paramnesia reduplicativa, término acuñado por Pick en 1901. En este último caso, un paciente puede afirmar que estuvo en un hospital exactamente igual al que está ahora, o que ya conocía a los enfermeros (un falso reconocimiento muy frecuente en el síndrome de Korsakoff , demencias y estados confusionales). Si esta paramnesia se combina con delirios, la comprobación de realidad está totalmente distorsionada y estos falsos reconocimientos se acaban incorporando al sistema delirante.

2. Jamais vu

Al contrario que el déjà vu, en el jamais vu el individuo aun que conoce (y recuerda) una determinada situación, no expe ri men ta ninguna sensación de familiaridad; es decir, aun siendo conscien te de que el suceso lo había experimentado antes, no tiene la sensación de serle familiar. Se trata de una experiencia bastante menos común en la población general y fenomenológicamente menos comprensible.

En personas normales con experiencias de fugacidad (fleting), la sensación de no familiaridad suele suceder cuando ha habido algún cambio en el espacio que intentan reconocer (por ejemplo, una habitación). Sin embargo, tan pronto como se ha identificado el cambio la sensación desaparece. En otras palabras, los sujetos que responden al cambio en la organización pueden recobrar esa sensación de familiaridad perdida. Hay otra serie de experiencias que pueden explicarse desde este contexto y que, no casualmente, se relacionan con el jamais vu. Una de ellas es la «pérdida del significado de las palabras», en la cual si repetimos mentalmente cualquier palabra focalizando nuestra atención en ella, sorprendentemente la palabra se convertirá en una articulación de sonidos sin sentido. Este fenómeno guarda paralelismo con una de las técnicas que se usa para inducir al estado de contemplación mística en las religiones orientales y que normalmente se atribuye a una inhibición cortical (Reed, 1988). También podemos traer a colación el hecho de que cuando vemos a un famoso por la calle, generalmente nos cuesta reconocerlo. Estamos acostumbrados a observar su cara en un retrato inmóvil y con una organización diferente a cuando vemos esos mismos rasgos en movimiento y en otro contexto.

En términos fenomenológicos, déjà vu y jamais vu son semejantes. Los dos son anormalidades del reconocimiento. Uno porque la sensación de familiaridad es inapropiadamente intensa y se da un falso reconocimiento positivo (déjà vu); el otro porque tal sensación está ausente o atenuada, lo cual lleva a una ausencia de reconocimiento o, en otras palabras, a un falso reconocimiento negativo (Perpiñá y Baños, 1991).

3. Criptomnesia

La criptomnesia hace referencia a aquella experiencia en que un recuerdo no es experimentado como tal, sino que por el contrario se cree que es una producción original, vivida por primera vez; es decir, se da un fallo en el reconocimiento y la sensación de familiaridad está ausente (Perpiñá y Baños, 1991), siendo un fenómeno bastante habitual en el mundo artístico y científico, cuando uno cree que enuncia una idea como propia cuando en realidad ya la había leído. Para explicar esta experiencia, Reed (1972, 1988) apela a la distinción establecida por Tulving (1972) entre memoria episódica y semántica, ya que este fenómeno siempre se da con el material de naturaleza semántica. La criptomnesia se daría porque este conocimiento formal no se ha conectado con asociaciones personalizadas, es decir, no ha tenido unos claros referentes en la memoria episódica (recuérdese la importancia de que el individuo se represente a sí mismo como «experienciador» del hecho cuando veamos los trastornos disociativos), perjudicando en este caso a la sensación de familiaridad, al reconocimiento.

La criptomnesia y el jamais vu son casos ejemplares de recuerdo sin reconocimiento, pero mientras que en la primera hay un fallo en reconocer las ideas ya conocidas (y por tanto recordadas), el déficit que persiste en el jamais vu es el no reconocer los perceptos experimentados regularmente (Reed 1979).

Por último, hay un cuadro clínico muy relacionado con lo que llevamos diciendo, el síndrome de Capgras o Ilusión de Sosias, en el que el paciente tiene la creencia delirante de que alguna persona de su entorno es el «doble», un impostor de quien dice ser. Aunque percibe y recuerda correctamente los atributos de esa persona, no reconoce a esa persona como tal.

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