El concepto de «atención» ha tenido una historia bastante accidentada desde su surgimiento en los albores del nacimiento mismo de la psicología experimental. Baste sólo recordar que pasó de ser un tema fundamental dentro del ámbito psicológico a quedar prácticamente relegado con el advenimiento y consolidación del paradigma conductista. Volvió a ponerse de moda, como han señalado Eysenck y Keane (1990), con la publicación en 1958 del libro de Broadbent Perception and Communication, y desde entonces ha ido paulatinamente recuperando su posición de concepto central dentro de la investigación psicológica.
Una de las notas que siempre ha caracterizado a este concepto es el de su diversidad; y ello resulta bastante peligroso, ya que de todos es conocido que cuando un concepto se utiliza (o se puede utilizar) para explicar muchas cosas acaba por convertirse en un concepto inútil o, en el mejor de los casos, acaba por no poder explicar nada (Eysenck y Keane, 1990). Y es que, como señala Kinchla (1992), el término atención se ha utilizado como si su significado fuera evidente por sí mismo, lo que ha originado que se volviera un concepto muy escurridizo. Sea como fuere, lo cierto es que el de atención no es, en absoluto, un concepto unitario, sino que puede aludir a distintas características y/o propiedades, y en este sentido es definible tanto por sus modalidades como por los efectos que produce en el procesamiento de la información.
Por todo ello, no es extraño que existan diferentes teorías o modelos que intenten explicar qué es la atención. Y estas diferencias no sólo surgen del énfasis que se ponga en una u otra de las propiedades de la atención —ya sea la de selectividad, la de capacidad, la de concentración o la de alerta, entre otras—, sino que además guardan una estrecha relación con el mismo devenir temporal que ha tenido el concepto de atención dentro de la historia de la psicología. En este sentido, las teorías y modelos van surgiendo para, en principio, modificar y remediar los fallos de postulados anteriores. De todos modos, la aparición de un modelo no siempre ha significado la sustitución de éste a uno anterior, sino que durante años han coexistido varios de ellos, especialmente en lo que se refiere a su aplicación en el ámbito de la psicopatología.
En general, existe acuerdo en plantear la coexistencia de dos grupos o tipos de modelos de atención: los modelos de filtro (a veces denominados también como estructurales), y los modelos de capacidad o de recursos limitados (De Vega, 1984). Los primeros enfatizan sobre todo la característica de selección que se atribuye a la atención, característica que es, además, la más utilizada históricamente y a la que William James hacía referencia en su definición de atención. En cuanto al segundo grupo, el énfasis recae en los límites de la atención a la hora de realizar tareas, fundamentalmente tareas que requieren una distribución de los recursos atencionales, esto es, las denominadas tareas de atención dividida o de doble tarea. Un enfoque más actual es el que se deriva de la distinción entre procesamiento automático y controlado, que surgió en los años setenta en el ámbito de los estudios sobre memoria, y que poco a poco ha ido adaptándose como marco de referencia en otras áreas entre las cuales se encuentra, como era de esperar, la de la atención.
Dentro de los modelos de filtro, desarrollados fundamentalmente en los años sesenta a partir de la citada obra de Broadbent (1958), se sitúan como ya hemos dicho aquellas teorías que abogan por un concepto de atención centrado en la propiedad o característica de selectividad, la cual permite focalizar los recursos atencionales en un solo aspecto del mundo estimular. Postulan que las limitaciones de la atención se deben a la existencia de ciertos mecanismos o estructuras en el sistema cognitivo que, precisamente por su propia naturaleza, son incapaces de tratar con más de un input simultáneamente. Partiendo de esta premisa, la función de la atención será precisamente la de regular la entrada de inputs en este sistema y actuar como un filtro. No es por tanto sorprendente que la analogía más empleada para describir gráficamente la atención sea la de «cuello de botella», y los paradigmas experimentales más utilizados para su investigación sean las tareas de escucha dicótica, especialmente las de seguimiento (shadowing) y amplitud dividida (split-span), ambas centradas sobre todo en los ámbitos auditivo y visual (Eysenck y Keane, 1990). Sin embargo, no todos los autores han estado de acuerdo a la hora de señalar en qué momento se produce la selección. De este modo, hay teorías que postulan una selección temprana, que actúa antes del análisis categorial del input (filtro precategorial), mientras que otras sitúan el filtro en un momento más tardío del procesamiento, una vez que el input ha sido analizado semánticamente (filtro poscategorial). Dentro de las primeras destacan fundamentalmente la teoría de Broadbent (1958) y la teoría de Treissman (1960); dentro de las segundas estarían, entre otras, la teoría de Deutsch y Deutsch (1963) y la teoría de Norman (1968).
A pesar de las merecidas críticas que han recibido estos modelos, es de destacar su relevancia y su influencia no sólo en el campo de la atención, sino también en el desarrollo de la psicología del procesamiento de la información. En primer lugar, «devuelven» la posibilidad de estudiar la conciencia desde la «nueva» psicología experimental (Lachman, Lachman y Butterfield, 1979), que propugna una vuelta al concepto de mente y de actividad mental. Y esto es así porque, por un lado, destaca situaciones cotidianas en las que la atención juega un papel importante (recuérdese el tópico de la «fiesta» —cómo podemos seguir un solo mensaje en una situación de sobrestimulación— tan mencionado cuando se estudia la atención selectiva); por otro lado, ilustra procedimientos experimentales relativamente sencillos para su estudio y ofrece una analogía concreta (el filtro electromecánico).
En la década de los setenta comenzaron a surgir nuevas cuestiones sobre la atención que contribuyeron a originar un cambio de rumbo en su investigación: el énfasis dejó de ponerse en la localización de la atención y su función selectiva, y se comienza a plantear el estudio de la capacidad y límites de la atención, con lo que surgen los modelos de capacidad o de recursos limitados. El problema dejó de ser cómo seleccionamos la información, ya que la respuesta era contundente: seleccionamos porque nuestra capacidad para atender es limitada. Kahneman (1973) explica del siguiente modo la diferencia entre los enfoques estructurales y los de capacidad: «En un modelo estructural, la interferencia se produce cuando a un mismo mecanismo se le exige la realización simultánea de dos operaciones incompatibles. En un modelo de capacidad la interferencia se produce cuando las demandas de dos actividades exceden la capacidad disponible». En los modelos de capacidad o de recursos limitados se apuesta por concepciones funcionales de la atención mucho más flexibles y basadas en conceptos económicos. El énfasis en el estudio de la atención se desvía de la selectividad y se centra en el estudio de la atención como capacidad y, desde aquí, como concentración para atender y resaltando, de paso, la limitación de la capacidad para mantener la atención. El paradigma experimental deja de ser la escucha dicótica y comienzan a utilizarse sobre todo las tareas de atención dividida, a diferencia de las épocas anteriores en las que se estudiaba sobre todo la atención focalizada, como ya vimos. La analogía ya no es el cuello de botella, sino el «hombre orquesta», el hombre que es capaz de hacer varias cosas a la vez. Las tareas experimentales que se van a proponer aquí van a tener en cuenta casi siempre uno o más de estos aspectos: semejanza entre tareas, dificultad de las mis mas y papel de la práctica (Eysenck y Keane, 1990).
Destaca aquí el modelo de Kahneman (1973), que es uno de los primeros y más importantes de los que plantean el estudio de la atención como capacidad de procesamiento, el modelo de Norman y Bobrow (1975), quienes introducen la noción de que la realización de una tarea no sólo está limitada por los recursos atencionales, sino que también está determinada por la propia calidad de los datos del input, o el modelo de Navon y Gopher (1979), quienes introducen la idea de la atención como un conjunto de recursos relativamente específicos, pero que funcionan de un modo similar al sistema de recursos centrales de Kahneman.
Uno de los fenómenos más importantes que se detecta en todos estos planteamientos, en los que preferentemente se emplea el paradigma experimental de doble tarea, es sin duda el del impacto positivo que la práctica tiene sobre la ejecución (Spelke, Hirst y Neisser, 1976). Una de las explicaciones más aceptadas es la siguiente: la práctica prolongada de una tarea tiene como consecuencia un marcado descenso de la demanda de capacidad central, o sea, de recursos atencionales. A medida que se progresa en la práctica, la demanda de atención se irá haciendo progresivamente menor; dicho en otros términos, la ejecución de la tarea se ha automatizado. La teoría de Shiffrin y Schneider (1977) y Schneider y Shiffrin (1977) se basa precisamente en este hecho. Establecen una distinción fundamental entre procesos controlados y procesos automáticos en el sentido siguiente: los primeros requieren atención consciente y por tanto consumen capacidad y recursos atencionales, son relativamente lentos y bastante flexibles, en el sentido de que se pueden adaptar a las demandas cambiantes de la situación o mundo estimular. Sin embargo, los procesos automáticos no presentan problemas para la capacidad atencional, es decir, no consumen recursos atencionales, son difíciles de modificar una vez que se han instaurado, son rápidos, difícilmente accesibles a la consciencia y resulta también difícil evitar su puesta en marcha cuando el sujeto se encuentra ante el estímulo adecuado, incluso aunque ese estímulo se encuentre aparentemente fuera del campo atencional (Logan, 1988; Shiffrin, Dumais y Schneider, 1981). A pesar de que muchos autores estarían de acuerdo con estos criterios de automatización, el problema surge a la hora de diseñar estrategias experimentales que los satisfagan, como muy bien ha señalado Hampson (1989). Para nuestros intereses, baste señalar aquí que la gran aportación del planteamiento de Schneider y Shiffrin al ámbito de la atención reside en que la utilización de estrategias de procesamiento automáticas permite que la atención se distribuya o divida entre diversas fuentes de información, con razonable éxito a la hora de ejecutar una tarea.
En el ámbito de la psicopatología la repercusión de este tipo de planteamientos está siendo muy importante, especialmente en la investigación de la psicopatología de las esquizofrenias y, más recientemente, también en la depresión y en la ansiedad. En el último apartado de este capítulo resumimos algunas de estas aportaciones.