Los trastornos por tics y los hábitos nerviosos son conductas relativamente frecuentes en niños y adolescentes, que a lo largo del tiempo fluctúan tanto en frecuencia como en intensidad. Estos problemas existen en todas las razas, culturas y clases sociales (Bados, 1995). Desde una perspectiva científica, los hábitos nerviosos que han sido objeto de una mayor atención son la tricotilomanía (arrancarse el cabello) y la onicofagia (morderse las uñas). Por otra parte, los trastornos por tics más investigados son el síndrome de la Tourette y el trastorno por tics motores o vocales crónicos. Asimismo, de todos los tics y hábitos nerviosos, el trastorno de la Tourette es el que ha sido objeto de una mayor atención clínica e incluso literaria, debido a su gravedad y a los llamativos comportamientos que comprende: aullar, carraspear, proferir obscenidades de forma recurrente e involuntaria, caminar dando saltos o girando sobre sí mismo, etc.
Una muestra de este interés, se puede encontrar en el libro de Oliver Sacks titulado «El hombre que confundió a su mujer con un sombrero». El autor narra el caso de un paciente con síndrome de la Tourette, que aparte de un sinfín de dificultades vinculadas a su trastorno, sacaba partido a su problema tocando la batería en un grupo de jazz; este paciente durante sus actuaciones experimentaba múltiples tics motores —que unidos a su ejecución musical— se convertían en maravillosas improvisaciones súbitas e incontroladas.
Sin embargo, más allá del aspecto anecdótico de este caso, los trastornos por tics y hábitos nerviosos distan mucho de ser beneficiosos o inocuos para quienes los sufren. Más bien suelen producir un elevado grado de interferencia con la vida cotidiana de los niños, y un deterioro clínicamente significativo. Estos niños pueden ser estigmatizados, insultados, burlados, rechazados por sus compañeros de clase, presionados para no realizar los tics por sus familiares y profesores, etc. A su vez, estos aspectos unidos a la imposibilidad de controlar los tics o hábitos nerviosos, pueden dificultar tanto la adaptación psicosocial de la persona que los padece como su desarrollo académico y emocional. De esta forma, es preciso intervenir una vez se constata que los tics o hábitos nerviosos tienden a cronificarse.