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La categoría diagnóstica de «trastorno del comportamiento perturbador en la infancia y en la adolescencia» hace referencia a la presencia de un patrón de conducta persistente, repetitivo e inadecuado para la edad del menor, que se caracteriza por el incumplimiento de las normas sociales básicas de convivencia y por la oposición a los requerimientos de las figuras de autoridad, generando como consecuencia un deterioro en las relaciones familiares y / o sociales. No obstante, no todos los comportamientos perturbadores son iguales y de la misma intensidad, encontrándose conductas disruptivas tan dispares como, por ejemplo, agresión física o verbal, desobediencia, absentismo escolar, consumo de drogas, robos, etc. Desde esta perspectiva, se podría considerar la existencia de un continuo en cuanto a la intensidad, severidad, frecuencia y cronicidad de los trastornos del comportamiento perturbador.

En este sentido, los sistemas de clasificación diagnóstica más utilizados en la actualidad (DSM y CIÉ) reflejan la existencia de este continuo al hacer una distinción entre cuatro trastornos que se caracterizan por la presencia de comportamientos disruptivos o perturbadores, que de menor a mayor gravedad se ordenarían en: problemas paterno-filiares (Z 63.1, si el objeto de atención clínica es el menor), comportamiento antisocial en la niñez o adolescencia (Z 72.8), trastorno negativista desafiante (F 91.3) y trastorno disocial (F 91.8) (APA, 2002).

Si bien es cierto que cualquiera de los trastornos mencionados son objeto de intervención clínica, el trastorno negativista desafiante y el trastorno disocial son los problemas que mayor repercusión social tienen y, debido a su frecuencia, severidad, cronicidad y consecuencias negativas (tanto para el menor como para el entorno social que le rodea), constituyen los diagnósticos más frecuentes en las unidades de salud mental infanto-juvenil (Emberley y Pelegrina, 2011; López-Soler, Castro, Fernández y López, 2009).

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