Dentro de este análisis más complejo de la conducta en la vida cotidiana se han propuesto una gran variedad de constructos, que tienen en común servir como conceptos descriptivos y explicativos complementarios (nunca sustitutivos) de la inteligencia tradicional o académica, ante la existencia de pruebas contundentes de la insuficiencia de esta última para dar cuenta de porciones importantes de éxito o fracaso en la vida real sin explicar. Los nuevos constructos desarrollados cubren todos los dominios de la vida del individuo.
Por un lado, dentro del dominio emocional, la Inteligencia Emocional (mundo emocional) es el concepto líder, que ha despertado un enorme interés tanto en el mundo académico como en ámbitos aplicados, así como en toda la sociedad. Descomponen la inteligencia emocional en 4 habilidades emocionales especificas:
- percepción, evaluación y expresión de emociones,
- asimilación en la vida mental de las experiencias emocionales básicas,
- comprensión y razonamiento con la emociones y
- manejo y regulación de la emoción en uno mismo y los demás.
Se plantea una dinámica entre dos tipos de modelos: un modelo de habilidad, que concibe la inteligencia emocional en términos de habilidad cognitiva para procesar y manejar la información emocional, y una serie de modelos mixtos, o un modelo de personalidad, que engloba en este constructo toda una serie de atributos de personalidad como definitorios del mismo. En este sentido, se realiza una valoración crítica acerca de la idoneidad de cada uno de los modelos, haciéndose patente la necesidad de restringir el concepto de inteligencia, desligándolo de otros atributos de personalidad, con los que se asocia, pero que, en si mismos, no definen estrictamente a ese constructo.
En el ámbito práctico se habla de la Inteligencia Práctica (vida diaria) y sus diferentes maneras de concebirla, aunque todas ellas coinciden en destacar los aspectos del cómo hacer las cosas, de las habilidades prácticas del individuo.
En este contexto, el conocimiento tácito (sentido común aprendido en el día a día) se erige como elemento básico que alimenta esas habilidades. Una de las habilidades que forman parte de la inteligencia práctica es la capacidad para planificar y organizar, en orden al logro de objetivos.
En el ámbito social se describe el concepto de Inteligencia Social (contexto interpersonal) (desde dos perspectivas, la psicométrica y la cognitiva). Implica tener capacidad de comunicación, de comprensión de los demás, de trabajar cooperativamente en grupo, saber qué les motiva a los demás, etc.
En un plano integrador se encuentra la necesidad del individuo para regular su conducta (emocional, práctica, social) en función de las demandas internas (necesidades, metas) y externas (normas sociales, dificultades y oportunidades del medio, objetivos y exigencias impuestas por otras personas, etc.), Se trata del concepto de autorregulación.