En las últimas décadas existe consenso en considerar que el observador se hace, no nace. La formación del observador es imprescindible, y se recomienda a todo profesional de la evaluación que vaya a utilizar la observación.
En el proceso de formación de los observadores deben distinguirse dos fases distintas: primero, el entrenamiento, que consiste en una formación genérica referida a cada una de las etapas a seguir durante un estudio observacional; segundo, el adiestramiento, relativo a la formación específica en algunas de estas etapas aplicadas a un estudio determinado.
La adquisición de la competencia para observar suponen un proceso cognitivo que implica superar una serie de etapas que se suceden entre sí. Este proceso se inicia con el conocimiento y comprensión de los conceptos básicos en metodología observacional, así como de los específicos a lo cual seguirán ensayos empíricos in situ, que deberán estar supervisados. La correcta ejecución de estos ensayos permitirá incorporar la estrategia adecuada, así como la adquisición progresiva del grado de dominio necesario para ampliar la envergadura de las actividades realizadas. Se genera así un enorme feedback, que el supervisor tratará que sea estimulante, y que permitirá una autonomía creciente en la realización de propuestas nuevas, modificación de las iniciales, tomas de decisión, etc.
El período de tiempo utilizado en la formación del observador es la mejor inversión de cara a su futuro trabajo como profesional o estudioso de la evaluación.