Roy F. Baumeister es uno de los psicólogos sociales más productivos de las últimas décadas. Si se visita la página WEB del laboratorio que dirige junto a la profesora Dianne M. Tice en la Universidad de Florida State, se puede leer que entre sus intereses de investigación fundamentales están los temas relacionados con el control del yo (self-control), es decir, con la capacidad de los seres humanos para autorregularnos.
La autorregulación, que se incluiría bajo la tercera acepción del yo antes descrita, se define como la capacidad efectiva de alterar nuestro comportamiento para adaptarlo a los estándares definidos externamente (Baumeister, DeWall, Ciarocco y Twenge, 2005). Es la responsable de que las personas nos esforcemos por comportarnos y posicionarnos en el mundo de una determinada manera, haciendo posible que renunciemos a las gratificaciones más inmediatas en favor de metas más a largo plazo. Gracias a la autorregulación conseguimos, por ejemplo, dirigir el procesamiento consciente, mantener la concentración en una tarea determinada sin distraernos, vencer la frustración que nos produce no conseguir nuestros objetivos a las primeras de cambio, o llevar a cabo conductas que, siendo beneficiosas, resultan desagradables o incómodas. En definitiva, la autorregulación es lo que hace que madruguemos para ir a trabajar cada día, que seamos capaces de robarle preciosas horas a nuestro ocio para dedicarlas durante años al estudio de materias complejas, que evitemos gritar o agredir a una persona a la que no podemos soportar, o que renunciemos a tomarnos de una vez dos litros de ese helado tan rico que tanto nos gusta.
Como ocurre con la mayoría de los procesos psicológicos más básicos, la autorregulación nos resulta algo tan intrínsecamente elemental y natural que apenas nos damos cuenta de la complejidad que encierra conseguir encauzar nuestra conciencia, pensamientos, motivaciones, deseos, emociones y sentimientos en una dirección de conducta que nos lleve a posicionarnos en la vida de forma ordenada, prosocial y equilibrada. Como suele ocurrir con este tipo de procesos que damos por garantizados, nos percatamos de su complejidad e importancia sólo cuando fallan.
Roy F. Baumeister y sus colaboradores han desarrollado una línea de investigación que establece una conexión muy potente entre la pertenencia social y el yo. Estos trabajos relacionan dos de las cuestiones que son más distintivamente humanas: la auto-consciencia y la autorregulación, por un lado -ambos procesos básicos del yo-, y la necesidad de sentirnos en estrecha relación con al menos un número reducido de personas, por otro. Estos trabajos ponen de manifiesto que percibirse excluido socialmente se refleja negativamente en el yo hasta el punto de que interfiere en la capacidad autorreguladora, lo cual origina importantes interferencias en la capacidad cognitiva, la capacidad de concentración y el comportamiento prosocial, cuyas consecuencias para la persona excluida pueden ser devastadoras.
A continuación se explica brevemente, primero, en qué consiste la necesidad de pertenencia; después se resumen los resultados generales obtenidos en esta línea de trabajo, para luego centrarnos con más detalle en dos de las investigaciones realizadas que, a modo de ejemplo, servirán para ilustrarla.