Uno de los objetivos de las funciones ejecutivas es el control y regulación de la conducta, pero definir las Funciones Ejecutivas en términos absolutos, como un sistema supervisor, superior, que dice cuál es la pauta de actuación final y la conducta correcta que ha de ser puesta en marcha, nos acerca al concepto de “homúnculo” (órgano rector de nuestra cognición). Sin embargo, esto es un error, ya que al asumir esta analogía se sugiere que las Funciones Ejecutivas representan un proceso de control cognitivo único, y esto no es real. Es preferible entender las Funciones Ejecutivas como una serie de mecanismos separados encargados de realizar parte de la “producción total”, aunque trabajando en colaboración con los otros.